Son las 04:20 y Juan (nombre protegido) empuja el carrito donde prepara y vende infusiones. Las calles del sur de Guayaquil lucen vacías, producto del toque de queda decretado por el Gobierno el 1 de noviembre tras el estallido de una ola de violencia.
Juan tiene 30 años y nunca ha tenido un trabajo formal. Su vida profesional se limita solamente a vender cosas en la calle, actividad que aprendió de sus padres. El miedo no es su compañero. Sabe que en el sector vecino al Puerto de Guayaquil todos los conocen. “Acá me buscan choros y policías para tomarse su infusión, nunca me ha pasado nada”, señala.
Juan sabe que no debería estar en la calle antes de las 05:00 como ordenó el presidente Guillermo Lasso en el decreto 588 en el que se declaró el estado de excepción en Guayas y Esmeraldas. Pero no tiene ninguna alternativa. “Si no madrugo a trabajar, no como”, asegura. Él vende sus aguas a los camioneros, estibadores y gente que lleva y trae mercadería del puerto, el más grande del Ecuador.
A diferencia de Juan, los choferes y la gente dedicada al comercio exterior puede transitar libremente a pesar del toque de queda que se inicia a las 21:00 y se extiende hasta las 05:00 del día siguiente.
Las restricciones se decretaron tras una serie de ataques que dejaron seis policías asesinados, más de 20 uniformados heridos y daños en destacamentos policiales, estaciones de servicio y algunos comercios en Guayaquil, Durán, Esmeraldas y Santo Domingo.
En Guayas unos 1 400 militares se sumaron a los 8 400 policías para hacer tareas de patrullaje, operativos e inteligencia. Todo esto para cumplir con lo que dicta el decreto presidencial.
El Gobierno dice que busca desarticular a los grupos delincuenciales organizados que están detrás de los asesinatos de los uniformados y de los ataques con balas y explosivos. Todo empezó con el traslado y reubicación de personas privadas de la libertad desde la Penitenciaría del Litoral.
Pero hay un ejército de gente desempleada o subempleada que está en la calle. Se trata de millones de personas en edad de trabajar que no tienen un empleo. Según datos oficiales, apenas tres de cada 10 ecuatorianos cuenta con un empleo adecuado. El resto sobrevive entre el subempleo y el desempleo.
José tiene 48 años y hace 10 fue despedido de una cadena minorista. Ese fue su último trabajo con sueldo, horas extras, beneficios y afiliación al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS). Es taxista informal, o pirata, como le conoce la gente. Tiene licencia profesional pero no cuenta con los recursos para ser taxi legal.
Desde hace cinco años trabaja de 19:00 a 07:00. “Pero si hay carreras me alargo hasta el mediodía, sin problemas”, explica. José buscaba antes pasajeros en las terminales de Guayaquil y Durán. Desde el toque de queda encuentra clientes desesperados que no alcanzaron transporte público.
Ahora busca ingresos fuera de hospitales públicos y tiene su cartera de clientes que trabajan en las noches y madrugadas. También va a las 03:30 a las terminales para servir a la gente que llega en bus. “Ellos necesitan transportarse y yo… Yo necesito comer”, señala.
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