Teresa Tisalema trabaja en la recuperación de semillas ancestrales como la oca, la mashua y el melloco para que no pierdan su diversidad genética. En cada siembra escoge las mejores semillas para volverlas a sembrar. Aprendió de sus abuelos y padres, ahora ella enseña a sus hijos sobre la producción de esos tubérculos en la comunidad Angahuana Alto de la parroquia Santa Rosa, en Tungurahua, a más de 3 000 metros sobre el nivel del mar (msnm).
Hace cuatro meses sembró medio quintal de semillas de mashua en una parcela de 400 metros cuadrados. La cosecha comenzó a mediados de agosto. “Logré sacar 25 sacos, pero aún falta por cosechar. Es un tubérculo bondadoso en su producción. Es un alimento lleno de vitaminas, minerales y lo consumen para desinflamar la próstata. Es muy bueno”, dice la matrona ataviada con sombrero de paño y blusa con bordados de color blanco, anaco negro y reboso morado.
Producción local
En Tungurahua se cultivan al menos 10 hectáreas entre mashuas y ocas, según el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG). Se siembra en Santa Rosa, Pilahuín, Juan Benigno Vela, Quisapincha, pero en pequeñas parcelas. También hay cinco hectáreas en producción en Chimborazo, en la comunidad de Lupaxi. Los tubérculos son principalmente para el consumo interno, mientras el excedente se comercializa en los mercados de Ambato y de Riobamba. También se elaboran yogures y mermeladas.
La mashua es de un color amarillo intenso, mientras que la oca es un poco pálida. Tisalema cuenta que el secreto para comer estos dos tubérculos es ponerlos a secar con los rayos del sol durante 15 días, a fin de que se endulcen. Se lamenta porque las bajas temperaturas afectaron el cultivo de la oca. “Todo se perdió, solo la mashua, la mora y la zanahoria resistieron”, cuenta la mujer.
Subsistencia familiar
Siguiendo la vía asfaltada e ingresando por un tramo cubierto de lodo está la vivienda de Tiburcio Tenesaca. El terreno de 2 000 metros cuadrados está dividido en canteros de 400 metros cada uno. Ahí sembró mashua, ocas, mellocos y habas que son importantes en la alimentación de su familia. “Es un cultivo sano porque no fumigamos, solo colocamos abonos orgánicos del cuy que tengo en mi granja integral donde hay pollos, legumbres, hortalizas y moras”, indica el agricultor de 70 años.
La Fundación Dignidad y Vida (Fundyvida) de Ambato, con el financiamiento de la Fundación Suiza de ayuda para los Indígenas del Ecuador, impulsó hace dos años el proyecto de recuperación de productos andinos. Creó las granjas integrales dirigidas a personas de escasos recursos económicos. Como parte del proyecto entregaron a los agricultores 11 cuyes, 20 gallinas y un gallo, 50 plantas de mora, semillas de oca, mashua y melloco para mantener los cultivos ancestrales.
El técnico agrícola de la Fundación, Víctor Toaza, explica que, con el apoyo de 27 asociaciones de mujeres, impulsan y recuperan los cultivos andinos. La idea es que la gente se alimente y también logre vender una porción. Un proyecto similar se replicó en dos comunidades de Quisapincha.
Un ejemplo es la Asociación de Mujeres Emprendedoras de Puganza San Francisco, que agrupa a 20 socias. Su presidenta, Angélica Tubón, contó que en su comunidad la gente dejó de sembrar los tubérculos andinos, pero con el proyecto recuperaron la actividad. “Son pequeños emprendimientos que nos ayudan en la economía, porque a más de alimentarnos, vendemos los excedentes”.