La alerta ingresó a las 11:40 del lunes 31 de octubre de 2022. Una adulta mayor tuvo un quebranto de salud en las calles Boyacá y Clemente Ballén, centro de Guayaquil, y requería asistencia médica.
Una ambulancia salió del cuartel de bomberos de la avenida 9 de Octubre y Boyacá. A bordo iban el conductor John Suárez y los paramédicos Cristian Montero y Fabricio Gonsabay, todos miembros del Benemérito Cuerpo de Bomberos de Guayaquil (BCBG).
Llegaron al sitio de la emergencia y le brindaron a la paciente asistencia ventilatoria con oxígeno. Fue estabilizada y al final se retiró, acompañada por un sobrino.
Esta es una de las emergencias que el personal médico atiende a diario. Ellos hacen parte de la División de Ambulancias del BCBG y como parte de su trabajo, dan asistencia en todo tipo de situaciones: emergencias médicas (como la de la adulta mayor), siniestros de tránsito, heridos por diversas causas (de bala, arma blanca o contundente, caída…), entre otras.
Y, muchas veces, pese a su intervención, al final deben hacer el reporte que más temen: que la persona está sin signos vitales. O sea, que ya ha fallecido. “Siempre uno va a una emergencia con la esperanza de que haya la posibilidad de salvar una vida. Cuando llegamos al sitio y nos encontramos con la víctima que está sin signos vitales, es difícil comunicar eso a los familiares, ya que ellos también tienen una esperanza de vida sobre su ser querido”.
Así lo indica Fabricio Gonsabay, quien lleva cuatro años como paramédico en el Cuerpo de Bomberos. Antes trabajaba en una clínica privada y su contacto era principalmente con enfermos que no estaban graves. Por eso, fue una gran diferencia cuando llegó a los bomberos, donde hay un contacto más directo con la gente en situaciones complejas que, muchas veces, implican la muerte del paciente.
Diferentes reacciones
John Suárez ha sido testigo de muchas muertes. Y sabe que la reacción del familiar al recibir la noticia es inesperada. “En el momento que la persona fallece, es complicado decirles a los familiares, porque no sabes cómo van a tomar las cosas”.
Con él coincide Fabricio, quien sabe que cada caso es diferente, porque las familias también son diferentes. “Hay unos que lo toman muy tranquilos y otros que se lo toman mal, porque piensan que se puede seguir haciendo algo por el paciente”.
Se refiere a los casos en los que ya la persona no tiene signos vitales, pero los parientes insisten en que sigue con vida y quieren que lo sigan reanimando o lo trasladen a un hospital. “Muchas veces preferimos dar el espacio al familiar para que pueda asimilar la pérdida que está teniendo. Uno, como paramédico, no se imagina el dolor que está pasando la persona”.
Y es más fuerte cuando la muerte se da de forma repentina o en una escena catastrófica, como un siniestro de tránsito. “Es algo que nadie lo espera. Llegan familiares al sitio del siniestro y no creen que haya ocurrido, porque hace media hora acababan de ver a su familiar”.
El otro extremo
Pero así como enfrentan la tristeza de perder una vida y dar la noticia a los familiares, los paramédicos también experimentan el otro extremo: salvar a alguien. “La satisfacción que uno como paramédico siente al poder salvar una vida que está en un cuadro clínico complicado es grande, pues sabes que se hizo lo humanamente posible”, dijo Christian Montero.
Para el profesional, ver la cara de felicidad de la familia es una alegría. “Y la gratitud más grande que uno puede tener en su trabajo es la emoción y el agradecimiento de una familia que te da la mano y te agradece por la atención, aunque esa sea nuestra labor”.
Eso, afirma, “me fortalece para seguir atendiendo día a día. Como paramédico, siento que es la mejor recompensa posible que la comunidad me puede dar”.
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