El camino que conduce al pequeño poblado donde se encuentra la Escuela Ciudad de Quito es agrietado y fangoso.
Los ‘cráteres’ que se han formado en varios tramos y que están ocultos por los charcos de agua no permiten avanzar a mayor velocidad, ya sea en camioneta, camiones o a caballo.
También hay el peligro de que se produzcan derrumbes, por las frecuentes lluvias.
Los 16 alumnos de la Ciudad de Quito, ubicada en el recinto Cotopaxi, en la montaña más alta de la parroquia Alluriquín, en Santo Domingo de los Tsáchilas, sortean a diario esos obstáculos para ir a sus clases semipresenciales.
Este centro educativo fue autorizado el 7 de junio para el retorno progresivo a las aulas.
Es el único que comenzó bajo ese régimen de estudio, mediante un plan piloto que incluye a 16 estudiantes. En la provincia funcionan 406 escuelas fiscales públicas.
Los infantes retornaron tras más de un año sin verse de forma física por la pandemia del covid-19. La escuela, conformada por dos bloques de aulas, fue abierta en 1950, pero entró al régimen formal de educación pública desde el 2000.
La llegada de la educación a este poblado, de no más de 200 familias, es el resultado de la gestión comunitaria de sus propios habitantes, que viven de la ganadería y la agricultura.
Hace seis décadas, cuando se inició como escuela particular, se la construyó con el esfuerzo de los habitantes.
Édgar Zamora, ahora con 55 años, estudió allí. Recuerda que sus padres reunieron recursos, producto del negocio en el rubro lechero, y animaron a los demás pobladores a levantar una pequeña covacha de madera tipo choza.
Todos estuvieron de acuerdo y cierto día se organizaron para realizar una minga, que terminó con la edificación de una estructura de caña guadúa, zinc y bancas de madera rústica de los bosques.
En ese entonces no había paredes ni otras facilidades, pero el esfuerzo fue valorado por los 10 chicos que iban entusiasmados a sus primeras clases.
En el sitio recuerdan con cariño al maestro José Muñoz Lucio, uno de los primeros en impartir sus conocimientos y quien fomentaba la práctica de la asociatividad para la búsqueda de mejoras en el pueblo.
Lo único que no pudo lograr fue arreglar las calles, porque eran muchas, recuerda entre bromas Miriam Mancero.
Bajar a Alluriquín para estudiar en una de las escuelas era una tarea imposible, dice Mancero, quien se educó en la escuela del cerro hace 30 años. Los caminos eran tan complicados como ahora, pero en esos años no había un trazado de vía lastrado ni transitable.
Las familias se tardaban hasta dos días en descender al centro de la actual parroquia. Ahora, si pudieran estudiar en el centro de la localidad, el viaje les tomaría más de una hora.
La iniciativa comunitaria de los habitantes de la también llamada Cooperativa Agrícola Chimborazo fue valorada por las actuales autoridades del Comité de Operaciones de Emergencia (COE), de la provincia Tsáchila.
El año pasado, cuando comenzaron las evaluaciones para determinar si era factible el retorno a clases en espacios físicos, se conocieron los detalles de sus historias.
El gobernador, Miguel Orellana, quien visitó el plantel la semana pasada, dice que sin el apoyo de la comunidad no fuese posible tener la educación formal en esta zona alejada.
Los pobladores se prepararon para que las autoridades supieran sobre su capacidad de gestión para el retorno. Ellos construyeron nuevas baterías sanitarias, ayudaron a extender la red del servicio eléctrico y también de Internet, que tiene un punto único de conexión en el plantel.
Zamora, quien también es presidente de los padres de familia, asegura que hasta diseñaron la señalética y adecuaron las aulas para que se sigan los protocolos de bioseguridad anticovid. Los estudiantes acuden a las clases portando visores faciales y mascarillas.
Lo primero que hacen al ingresar al aula es utilizar alcohol y el maestro Miguel Muñoz les toma la temperatura, él es el único docente que tiene esta escuela, ahora de paredes de hormigón.