Quienes atraviesan la diminuta puerta deben estar preparados para contener una avalancha de cariñosos pequeños. Se acercan, sin miedo, sonrientes y mostrando en sus manos los juguetes que pescaron en el rincón lúdico: son piezas de lego, pelotas chirriantes, estrellas de plástico…
Así transcurre parte de la mañana en el centro de desarrollo infantil Gertrudis de Hahn en Guayaquil, donde solo hay una regla: aprender jugando.
Por meses lo hicieron a través de los teléfonos y tabletas de sus mamás; otros eran visitados por las educadoras en casa cuando la pandemia empezó a dar tregua.
Pero desde esta semana 72 niños y niñas -de 1 a 3 años de edad- acuden a diario a los coloridos salones que, nuevamente, se han llenado de risas y uno que otro llanto.
La jornada comienza a las 08:00 y se extiende hasta las 16:00. La agenda habitual incluye entretenidas actividades para el desarrollo de la motricidad, cuatro comidas, una siesta por la tarde y algunas prácticas preventivas.
En este centro, ubicado en el noroeste de la ciudad, hay un minilavatorio junto a la entrada, alcohol gel para los padres y todas las parvularias usan mascarillas.
Los CDI o centros de desarrollo infantil son parte de los programas del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). Hay 2 017 en el país y todos pasaron a la virtualidad cuando se activó la emergencia por covid-19.
En octubre del año pasado abrieron los primeros 152 y hasta ahora son 1 403, el 69,9% que da atención presencial. En junio se prevé que operen al 100%. “No somos una guardería -aclara Patricia Castañeda, coordinadora del Gertrudis de Hahn-. Aquí los niños desarrollan destrezas y habilidades, los preparamos para que muestren todo su potencial en las escuelas, durante el inicial”.
También dan un soporte a las madres, que en su mayoría son jefas de hogar. Para trabajar sin preocupaciones, Karen Córdova buscó un espacio seguro para sus gemelas Aytana y Briana. Tienen 1 año y 2 meses, y un carácter completamente opuesto: una ha empezado a acoplarse a las suaves colchonetas del área de juegos, mientras que su hermana llora y reniega sobre ellas.
“Estos son sus primeros días y estamos trabajando en su adaptación porque yo tengo que ayudar a la economía de mi casa -cuenta la joven mamá-. A veces se quedan con su abuelita, pero no siempre puede cuidarlas”.
Un estudio de vulnerabilidades es parte de los requisitos iniciales para acceder a la atención en los CDI. Stiven Molina es el coordinador del Ministerio de Inclusión Económica y Social en la zonal 8, que agrupa a Guayaquil, Durán y Samborondón, y explica que buscan nuevos sectores con problemas socioeconómicos para crear otros cuatro centros emblemáticos.
Estos espacios se levantan en sectores populares como Nueva Prosperina, en el noroeste guayaquileño, donde funciona el Gertrudis de Hahn en medio de callejones polvorientos y humildes casas. Es un centro cooperante, implementado con el apoyo de la fundación Dios es amor e instalado junto a la iglesia Preciosísima Sangre. En la zona 8 hay 232 CDI que acogen a 12 584 niños; el 97% se creó con el apoyo de organizaciones sociales.
Control de peso y talla contra la desnutrición
Cuando llega la hora del primer refrigerio algunos niños cambian el sabor de sus lágrimas por un dulzón plato de frutillas. Una a una van desapareciendo para convertirse en la energía que les permitirá continuar jugando y aprendiendo durante el resto de la jornada.
En la reapertura de los CDI una de las prioridades es la alimentación. Estos centros son uno de los elementos claves para el proyecto Ecuador Libre de Desnutrición Infantil, que el Gobierno implementará hasta el 2025 y que tendrán más impulso en 728 parroquias rurales y urbanas.
En Ecuador 27 de cada 100 infantes menores de 2 años sufren desnutrición crónica. Son cerca de 180 000 niñas y niños, el segundo peor balance que se registra en América Latina.
La meta es bajar la cifra en un 6%, un objetivo que se persigue desde el 2006 sin resultados. En ese año la desnutrición alcanzaba un 24%; dos años después, en el 2018, el último registro claro que tiene el país, subió a 27,2%.
En un CDI Denisse González aprendió a invertir correctamente en la dieta de su hijo Deiny. No siempre tiene dinero para comprar un filete de carne, pero sabe que las lentejas son una buena fuente de hierro que actúa como sustituto. “Nos capacitan para cumplir con la nutrición en casa”.
No siempre basta con lo que esté en el plato. La afectividad es un ingrediente que no puede faltar y eso lo demostró Jordan. En cada bocado que le acercaban, el pequeño juntaba los dientes como un muro impenetrable para la cuchara. Con paciencia, las educadoras descubrieron que el problema era la falta de atención de sus padres. Así que los integraron a la hora del almuerzo hasta lograr un cambio.
Los controles de peso y talla funcionan como un termómetro. Se realizan previo al ingreso al programa y se repiten cada seis meses con el apoyo del Ministerio de Salud. Según esos resultados se refuerza la dieta.
Pronto la tecnología se aliará a este monitoreo. El MIES tiene en sus planes la instalación de un sistema de reconocimiento facial para verificar la asistencia a los CDI.
El programa piloto arrancará en 16 centros de Esmeraldas, Pichincha, Pastaza y Azuay.
Jugar al dinosaurio para protegerse
El miércoles 11 de mayo, el CDI Colibrí jugó su propio Clásico del Astillero. Niños y padres se equiparon con la camiseta de su equipo favorito y saltaron a una minicancha de césped sintético, donde balones de todo tipo rodaban de un lado a otro.
Este centro emblemático de Socio Vivienda, en Guayaquil, es un entorno seguro rodeado por riesgos. Aquí las familias se han unido para coincidir en los horarios de llegada y salida por el temor a la inseguridad. “Antes los niños salían a la calle a jugar, pero ya no es necesario. Aquí juegan tanto que llegan a la casa a descansar. Además no los sacamos porque el sector se ha vuelto muy inseguro”, cuenta Mariuxi Monrowe, madre de Cataleya.
Por ella sigue los consejos de las educadoras, como el juego del dinosaurio. Susana Tomalá, coordinadora del CDI, ha compartido técnicas protectoras como esta, sin que resulten aburridas.
“En las últimas semanas hemos practicado simulacros ante posibles escenarios, como una balacera -dice-. En ese momento podemos decir una frase clave como: ¡dinosaurio al piso! Así lo tomarán como un juego, sin que los niños se alteren y para que no se levanten hasta que todo pase”.
El subsecretario Molina reconoce que no es fácil llegar con el mensaje. Y una de las razones es que algunos familiares o vecinos de los niños podrían estar inmersos en actividades ilícitas.
Pese al riesgo, en cada charla familiar las educadoras no pierden la oportunidad de hablar de hogares como entornos protectores. Y para que los chicos se acostumbren, cada día juegan al dinosaurio con dinámicas y canciones.