En la cromática y las texturas de las tintas hay una referencia absoluta al mundo indígena, y no solo en los contenidos sino en las técnicas. Foto: Vicente Costales/ El Comercio.
Una especie de sinestesia empieza a operar una vez que se entra en contacto con las Tintas ancestrales de Amaru Cholango. Al mirarlas, inexplicablemente, el lugar huele a tierra. Así también se sabe que se está ante una propuesta estética potente y luminosa a su manera.
La muestra, compuesta por 35 tintas sobre papel de mediano formato, abre esta noche(18 de septiembre) a las 19:00 en Ileana Viteri Galería (av. González Suárez N 31-150) y se vuelve una nueva oportunidad para ver el trabajo de uno de los artistas contemporáneos más interesantes –e internacionales– del Ecuador.
Luego de la retrospectiva de Cholango que Fundación Museos de la Ciudad hizo en Quito el 2011, esta es la primera muestra que el artista imbabureño trae de vuelta al país. En sus palabras, en Tintas ancestrales: “Se puede ver que he transitado los mismos caminos del dibujo y la pintura que todos, y que no solo hago esas cosas ‘raras’, esas instalaciones por las que se me conoce más”.
Parte de la obra en exposición se remonta a mediados de la década de los 90, pero la mayoría corresponde a un trabajo mucho más cercano en el tiempo, aunque distante de la propuesta que maneja en este momento Cholango, que se nutre de la robótica, la genética y se va por la tridimensionalidad y el movimiento mecánico. Su obra ‘Los Aruchicos’ (se puede ver en Facebook) es un ejemplo de su deriva creativa actual.
Pero los motivos se mantienen. Tanto en su obra más reciente como en la que ha traído a mostrar a Quito, Cholango vuelve a sus temas de siempre –evitando las obviedades–: lo indígena y lo sagrado.
La referencia a su origen indígena en las obras que se exponen desde esta noche es total, en lo que corresponde a la estética: cromática y textura, que acertadamente Ileana Viteri en el texto de presentación de la obra compara con las de los ponchos autóctonos; y también en lo concerniente a la técnica, pues Cholango ha echado mano de lo que vio siendo niño en el taller en el que sus padres confeccionaban y teñían ponchos y cobijas.
Los colores utilizados sobre un papel especial, grueso, informe y apetecible al tacto, provienen de plantas y frutas especialmente tratadas para soltar su tintura. Esos son los colores que de tan vívidos parecen emitir fragancias térreas.
Los sentidos de las obras no terminan en el préstamo de estas técnicas para la puesta en escena artística; los cuadros, negros, cafés, grises, ocres, también dan cuenta de la forma ancestral andina de entender la dualidad: luz – oscuridad. “A partir de la colonización –dice Cholango– nos enseñaron que lo bello y lo bueno viene solo del lado de la luz y no es así. Para comprender la luz necesitamos comprender la oscuridad y viceversa”.
Los mundos en los que habita el artista (Ecuador y Alemania), y que también lo habitan, se hacen evidentes. Cholango ya no es de aquí, tampoco es de allá. Sofisticación, complejidad y memoria hacen parte de ese corpus que ya mostró en Alemania e Italia en años anteriores y que por primera vez viene a Ecuador.
Sin embargo, hay un halo de nostalgia por “la tierra”, esa que Cholango dice añorar cada vez con más fuerza, y que se resume en su necesidad de apelar al pasado, al origen, sin el cual para él es imposible seguir: “Sin nuestro pasado indígena no existe arte latinoamericano ni ecuatoriano; desde esas bases me extiendo para coger lo que ofrece Occidente, si no lo hiciera así solo estaría copiando lo que se hace allá (Europa)”.
Esta noche a las 19:45, durante la inauguración, todo ese bagaje de imágenes, colores y texturas se complementa con un performance de Cholango en el que sus poemas son la materia prima. Algunos de ellos ven la luz por primera vez, antes de que en octubre se publique su poemario. Así se cierra el círculo de la sinestesia, pues su poesía no se leerá, sino que se materializará.