La imprescindible necesidad de que nuestros jóvenes aprendan de sus experiencias choca con frecuencia con barreras que colocamos nosotros, sus padres, sus profesores y otros adultos que actuamos como sus figuras de autoridad.
Una de las más comunes es la barrera que colocamos cuando una persona joven se ha negado a seguir nuestro consejo y, luego de que le ha ocurrido lo que temíamos que le podría ocurrir, decimos “¡Te dije!”
Otra barrera muy común se da cuando una persona joven actúa por su propia iniciativa y nosotros reaccionamos negativamente, no al contenido ni a los resultados de su decisión, por buenos que estos sean, sino al hecho mismo que haya actuado por su propia iniciativa. Aunque resulte increíble, he oído preguntar, por ejemplo, “¿Y quién te dijo a ti que pienses?”
Una tercera barrera se presenta con frecuencia cuando los adultos tomamos decisiones por ellos, que podrían tomarlas por sí mismos. Por ejemplo, el padre que obliga a su hijo pequeño a abrigarse cuando él siente frío, o la madre que trata de imponerle a su hija un candidato a enamorado.
Estas formas de comportarnos, frecuentes entre muchos de nosotros los adultos, impiden que esas personas jóvenes vivan la importantísima experiencia del logro -el hecho de haber vencido un desafío, un miedo o una duda, de haber resuelto un problema o una disyuntiva, de haber tomado una decisión difícil- que les permite sentirse competentes frente a la vida. Y es ese sentimiento el que más debemos estimular en toda persona joven para que, más adelante, asuma su condición de adulta sin temerle a la libertad y sin la necesidad de someterse a quienes se crean con derecho o con superior capacidad para actuar en calidad de sus tutores.
Lo constructivo ante una mala decisión contra la cual se advirtió a una persona joven es preguntarle qué podría aprender de la experiencia y ayudarle a reflexionar sobre ella. Ante su decisión de tomar la iniciativa en buscar la solución a algún problema o desafío, lo constructivo es aplaudir esa decisión y reconocer la confianza en sí mismo o sí misma que le permitió tomarla, aunque los resultados no hayan sido óptimos. Ante sus diarias necesidades y obligaciones, lo más constructivo es estimularles a que tomen sus propias decisiones, obviamente dentro de los límites de la prudencia y la seguridad, es decir, sin que ello signifique aceptar que, por propia decisión, incendien la casa o se lancen del séptimo piso jugando al Hombre Araña.
Lo que está en juego es crucial: de un lado, la salud mental de nuestros jóvenes, que será mucho mayor en tanto sean más maduros y se sientan seguros de sí mismos; y del otro, la salud de nuestras sociedades que, si llegan a estar pobladas por adultos maduros, podrán resistir las tentaciones de demagogos irresponsables.