Las casi 20 000 personas que viven en el campamento de refugiados palestinos de Yarmuk, ubicado en Damasco, buscan alimentos tan desesperadamente que muchas acaban comiendo animales callejeros y algunas mujeres se han visto obligadas a prostituirse.
“Aquí muchas personas han sacrificado y comido perros y gatos, e incluso un mono”, cuenta Alí, un residente de Yarmuk que estudiaba en la universidad cuando estalló en marzo del 2011 la rebelión contra el régimen sirio.
“Un hombre que mató a un perro no pudo encontrar carne para comer en su cuerpo, porque hasta los perros se están muriendo de hambre”, reveló a través de Skype.
Yarmuk nació como un campamento de refugiados palestinos y se convirtió generaciones después en un concurrido barrio comercial y residencial, en el que convivían sirios y palestinos.
Cuando la guerra llegó a Damasco, en el verano del 2012, miles de personas de otras partes de la capital siria huyeron a Yarmuk, que acabó siendo también una zona de guerra con la llegada de miembros de la rebelión, a los que se les unieron algunos palestinos.
En junio de 2013, el Ejército impuso un bloqueo total de Yarmuk. La mayoría de los residentes había huido, pero quedaban 18 000 civiles, según datos de Naciones Unidas.
Siete meses después, los precios de las medicinas y los alimentos se han disparado, y un kilo de arroz puede alcanzar los USD 100, según los residentes. La escasez de alimentos ha provocado la muerte de 78 personas, 61 de ellas en los últimos tres meses, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH).
La ayuda llega a la frontera con Jordania
A escasos 15 km de la frontera entre Siria y Jordania, en cambio, se vive otra realidad. Cientos de familias sirias comenzaron el año con un poco más de estabilidad.
En la mitad del desierto árabe, un espejismo de caravanas blancas parece extenderse hasta el horizonte. Este poblado de más de 80 000 personas es el campo de refugiados sirios Za’atri. A inicios del mes, bajo el sol de invierno se agruparon decenas de residentes a ver una grúa descender nuevos contenedores que ellos utilizan como viviendas.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), encargado oficial del campo, ha ido reemplazando las carpas de tela donde las familias que llegaron hace año y medio se acomodaron. Su objetivo es que todos los residentes de Za’atri se alberguen en estas cajas metálicas que vienen pre fabricadas, con una puerta y sin ventanas.
“Al principio, los refugiados llegaron pensando que iban a estar aquí un tiempo corto y luego iban a volver a Siria, pero ahora ven que este podría ser más que un lugar transitorio”, dijo Iris Blom, una coordinadora de campo para Acnur.
Desde que Za’atri abrió sus puertas en julio del 2012, el campo ha vivido una transformación que en cada paso ha atraído atención de la comunidad internacional. Presidentes, primeros ministros, diplomáticos y hasta celebridades han hecho el viaje a Jordania para visitar el campo, que además parece tener una constante puerta giratoria de miembros de la prensa internacional.
El campo fue originalmente diseñado para hospedar 20 000 refugiados, pero su proximidad a la frontera lo convirtió en la meta de miles de familias que escaparon a pie sin más que lo que podían cargar en brazos.
Un año después de la apertura de Za’atri habían más de 120 000 personas viviendo en el campo, y el 75% eran mujeres y menores de edad.
Para muchos de sus residentes, Za’atri no ofrece la paz y seguridad que buscaban cuando llegaron a Jordania. El campo, que en base a su población se podría calificar como la cuarta ciudad más grande de Jordania, depende de los esfuerzos de la ONU y otras organizaciones no gubernamentales para recibir luz, agua, servicios higiénicos y recolección de basura.
La mayoría de residentes tiene electricidad, teléfono, y muchas familias tienen televisores en sus viviendas. Ropa de invierno, zapatos y más que suficientes cobijas mantienen a los residentes abrigados, y además se ayudan con calefactores de gas y eléctricos. En efecto, los jordanos de las aldeas pobres de los alrededores afirman que los refugiados viven en mejores condiciones que ellos.
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