Raúl Borja, uno de los amigos que más ha crecido en mi aprecio durante estos tiempos de pandemia, me ha hecho llegar en estos días un breve libro, casi diría un folleto, que contiene un ensayo de María Arboleda, la compañera de su vida, al cumplirse el primer aniversario de “su partida de la tierra (a la tierra)”, como él ha escrito en el prólogo. Lo mismo que Agustín Cueva, María dejó este mundo un Primero de Mayo. Agustín, hace ya 29 años; María, hace apenas uno. Con Agustín tuve una larga y muy estrecha amistad; a María nunca la vi físicamente, pero podía identificarla con facilidad en sus fotografías. Uno y otra fueron intelectuales vinculados a los movimientos sociales; ambos, en distintos tiempos, fueron sociólogos que han dejado entre nosotros la honda huella de su legado invalorable.
El libro que Raúl se ha encargado de publicar como un homenaje de amor, contiene un ensayo que María Arboleda dejó inédito, aunque fue uno de los pocos en los que se reconocía intelectualmente, según su propia declaración. Titula “El indigenismo perdido. Las fotos sobre el indio en el Ecuador entre 1920 y 1930”. Es un texto cuyo origen se remonta a 1980, cuando ella realizó una investigación en el Archivo Fotográfico de la División Cultural del Banco Central (cuya desaparición todavía lamentamos). En 1985, tiempo después de haber concluido esa investigación, María escribió su ensayo, lo guardó, y en los años siguientes lo pulió varias veces.
No se trata de un simple texto descriptivo ni se reduce a un recuento histórico. Es un análisis sociológico, histórico y semiológico de las fotografías de cuatro fotógrafos que se ocuparon de los indios a lo largo de las décadas de los 20 y los 30 del siglo pasado. Entendidas como un discurso sobre la realidad (puesto que una fotografía siempre es un medio de producción de significados), las fotografías de Carlos Moscoso, Víctor Mena Caamaño, Remigio Noroña y Guillermo Illescas, constituyen, según la autora, una vertiente del indigenismo de aquella época. Lo curioso es que en nuestra historia cultural hemos hablado del indigenismo en la literatura y en la pintura, pero hemos olvidado este indigenismo fotográfico, en el cual es posible distinguir cuatro versiones de la realidad.
Es muy significativo que aparezca ahora esta reivindicación de una olvidada vertiente del indigenismo, justamente cuando el brazo político de las organizaciones indígenas ha alcanzado un inédito protagonismo en la tortuosa vida del Estado ecuatoriano. Ahora el indígena no necesita que el mestizo hable en su nombre: tiene su propia voz, y de un pasado de miseria absoluta ha pasado por su propio esfuerzo a la cabeza de una de las funciones del Estado. No es que la miseria se haya liquidado: aún existe como una lacra de nuestra imperfecta democracia, o como un residuo del pasado. La lectura del ensayo de María Arboleda debe alentar los esfuerzos por liquidarla que todavía nos aguardan.