Los politólogos de la Universidad de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt publicaron en 2018 un importante libro titulado “Cómo mueren las democracias” cuya Introducción comienza con dos oraciones: “¿Está en peligro nuestra democracia? Es una pregunta que nunca pensamos que nos haríamos”.
El hecho que los dos autores nunca hubiesen pensado que se harían esa pregunta acerca de la democracia en los Estados Unidos de Norteamérica pone en evidencia la inocente creencia, ampliamente difundida entre muchos norteamericanos, de la excepcionalidad de su país, ilusión histórica como la que antes llevó a Napoleón Bonaparte a afirmar que su conquista del milenario Egipto era una expresión de la “misión civilizadora” de los franceses, y a los ingleses a describir la etnocéntrica aventura de forjar su imperio como el cumplimiento con la “pesada carga del hombre blanco”.
Pero una visión más realista del estado actual de la democracia reconoce, creo, que más que sorprendente, como lo fue para ellos, la pregunta de Levitsky y Ziblatt es innecesaria: la democracia –la nuestra de todos los demócratas en todo el mundo– siempre ha estado en peligro, desde que comenzó hace apenas 350 años a regir primero a una, luego a algunas, y hoy a muchas sociedades humanas.
Los paleontólogos y primatólogos nos ofrecen distintos cálculos del tiempo desde cuando nuestra especie, homo sapiens sapiens, es identificable como tal. Sin ir a nuestros orígenes, sino solo hasta cuando comenzó a acelerarse el crecimiento de nuestros cerebros – hace unos 15 mil años- esos 350 años desde el nacimiento del liberalismo son el 1.75% . El restante 98.25, fuimos dominados por reyes y tiranos y por ideas que los defendían.
La democracia y el conjunto de ideas liberales que la sustentan son realidades muy recientes, un tenue y frágil haz de luz y de esperanza en medio de las casi eternas tinieblas de la experiencia humana, durante toda la cual los paradigmas dominantes han tendido a la defensa de la conquista, la rapiña, la superioridad de unos sobre los demás, la “justicia” que castiga, la moralidad impuesta por miedo antes que por empatía, y el derecho del más fuerte. ¿Cabe siquiera sorprendernos que esté en peligro la democracia? En absoluto.
Y más importantemente, ¿cabe hablar de cómo mueren las democracias? Es importante estar conscientes de las dificultades que enfrentan y de las amenazas que las han debilitado y pueden volver a debilitarlas, todas ellas muy bien analizadas por Levitsky y Ziblatt, pero la pregunta esencial que debemos hacernos es más bien cómo mueren las tiranías, los oscurantismos y las injusticias: mueren porque cada vez más seres humanos nos atrevemos a ser libres, a honrar nuestra propia dignidad y la de los demás, y a buscar la luz de la educación liberal.