Un triunfo de Lenín Moreno le permitiría a la Revolución Ciudadana respirar por su continuidad. El margen nos muestra que las izquierdas o las fuerzas autodenominadas “progresistas” de la región están en una época de cambios.
Tras las sangrientas dictaduras militares y la década neoliberal de los ‘90, la política latinoamericana presenció la llegada de expresiones políticas que -más allá de los lógicos matices- intentaron expresar reivindicaciones y demandas desatendidas
Llegaron al poder planteando profundas transformaciones, pero terminaron sucumbiendo ante la tentación del poder como un fin en sí mismo. La corrupción parece haber sido una consecuencia casi inexorable de esta concepción del poder.
Los gobiernos “progresistas” de la región impulsaron transformaciones desde el punto de vista de la redistribución de la riqueza, del reconocimiento de derechos y de la recuperación de la soberanía. Ahí están los 28 millones de brasileños que salieron de la pobreza en la administración de Lula, o el exponencial crecimiento del consumo en varios países de la tendencia.
Sin embargo, esos proyectos no pudieron consolidarse y proyectarse a largo plazo más allá de los personalismos, dejando entreabierta así la puerta a la “restauración” que hoy en día pisa fuerte en varios países del continente.
En Ecuador, Rafael Correa asumió en el 2007. A pocos meses de dejar el poder, nominó un binomio encabezado por un candidato que nunca fue de su agrado (su primer vicepresidente, Lenín Moreno) y secundado por su vicepresidente y hombre de confianza, Jorge Glas, blanco de las críticas al estar al frente de un sector donde se han denunciado casos de corrupción.
En Bolivia, Evo Morales fue electo en el 2006, y tras una década en el poder, impulsó un referéndum sobre su re-reelección. Ganó el “No” y condicionó innecesariamente el desarrollo de su gobierno, que termina recién en el 2020. Desde ese fatídico “No” de febrero de 2016, los sondeos marcan que parte de la ciudadanía no lo ve con los mismos ojos que a mediados de su gestión, haciendo caer su imagen positiva.
A eso se suman los problemas de salud. Las conocidas prolongadas jornadas laborales que el mandatario sostenía lo obligaron a someterse a una operación en Cuba. Considerando que la recuperación no será breve, y que aún quedan por delante 4 años de gobierno, un desafío se presenta ante Evo: confiar, delegar y proyectar.
En Venezuela, donde desde hace ya bastante tiempo escasean alimentos básicos, donde conseguir productos de primera necesidad es una quimera y la inflación ronda los 1000 % anuales, el presidente Nicolás Maduro no sólo sigue bloqueando la posibilidad de un referéndum y persiguiendo a los opositores sino que acaba de intentar un burdo autogolpe en un intento por mantener el poder a como dé lugar.
En América Central, y en particular en los países que integran el llamado “Triángulo del Norte” (Nicaragua, Guatemala y El Salvador), estas tendencias se vienen manifestando con particular crudeza, en el entorno de países con los niveles de pobreza y de violencia más altos del continente.
En Argentina, con una larga historia de caudillismos, reencarnados en el hiperpresidencialismo consagrado normativamente con la reforma constitucional de 1994, tampoco han sido inmunes a estas tendencias. Ahí está la experiencia de los últimos años de Cristina Fernández de Kirchner en el poder, y su decisivo rol en la derrota del candidato Daniel Scioli, para recordarlo.
Si es difícil conquistar el poder, lo es más aún conservarlo. Pero para presidentes que se definen progresistas, la dificultad mayor es aceitar ese poder y no estancarse en problemas que lo vuelvan conservador o burocrático. La fuerza de los comienzos no siempre se aprecia en los finales.
Sin embargo, los finales pueden ser también una oportunidad. Como señala el ex presidente uruguayo, Pepe Mujica: “Si a la izquierda le toca perder terreno, que lo pierda y aprenda”. Siendo que el presente está mostrando derrotas personales que se traducen en derrotas de proyectos políticos, cabe preguntarse ¿serán capaces de aprender? Moreno pareciera evitar un continuum que se viene dando en la región: los oficialismos progresistas no logran generar candidatos que ganen. Su desafío de construir legitimidad hacia el futuro no quita aprender del pasado. Su propia continuidad dependerá de esa tarea.