Nadie sabe de dónde vino ni quién es Mr. Chance, el jardinero de la casa de donde jamás salió. Todo es decadencia y polvo. Solo el jardín exhala vida. Es gris, alelado, virginal; no sabe leer ni escribir y vive sumido en la televisión, con cuyos programas aprende a vivir. (Desde el jardín, la película, 1979, con memorable actuación de Peter Sellers).
El dueño de la casa muere; funcionarios públicos visitan a Chance y le piden desalojar la casona. Ausente y perdido, lía sus bártulos y sale a la calle: bombín, abrigo y paraguas, maleta de mano hallada en el desván. Habla un único idioma: el de las plantas y las flores. Emana candor y su sonrisa fija luce tatuada en su rostro.
Camina por una ciudad demencial. Una limusina roza su rodilla. La mujer que lo ocupa lo lleva a su mansión cuyo dueño es un anciano multimillonario, maestro consumado en negocios, quien, al escuchar al inesperado huésped, se prenda de él, creyéndolo un sabio en finanzas.Su mujer se siente embelesada por Chance, quien nunca llega a entenderla.
Chance, encarnación de la ingenuidad, ostenta una mente infantil que lo exonera de la desapacible rutina de la vida. Recibe junto a su anfitrión al presidente de Estados Unidos, a quien también lo seducen sus alusiones sobre jardinería, transmutándolas a economía.
A partir de este hecho, Chance deviene héroe venerado por los mass media. Tiene un imperio a sus pies y eso basta. Todos hablan de él, él los ignora. Al morir su anfitrión, abandona el séquito funerario en medio ceremonial y se difumina en un lago donde busca alguna raíz para plantar.
El cine, arte híbrido y tardío, es capaz de llevar la literatura a su cosmos. Desde el jardín de Jerzy Kosinski, 1971, es una espléndida novela, himno a la sencillez. Compendio de sabiduría llana. Estampa de una sociedad frívola cuyo fin es el boato y los oropeles que la amodorran y encierran.
Por lo general, la literatura supera al cine. En este caso , las dos expresiones artísticas salieron triunfantes.