La aparición en la mecánica electoral de la segunda vuelta (ballotage, lo llaman los franceses) y su aplicación cada vez más extendida, ha traído como consecuencia el surgimiento de la que podríamos llamar teoría del voto útil.
Si hubiera que elegir al mandatario, como antes, en una sola vuelta, los electores depositaríamos los votos por las razones de siempre: convicción política, tendencias ideológicas, simpatía personal o motivaciones similares. Con la segunda vuelta, la situación ha dado un vuelco: si mi candidato preferido ya fue eliminado en la primera vuelta, me toca, nos toca, escoger entre los dos finalistas y las razones cambian radicalmente: ni convicción, ni ideología, ni siquiera simpatía. En no pocos casos rechazo absoluto a uno de los finalistas y el voto obligatorio por el otro, quien quiera que sea. Así hemos votado varias veces en el Ecuador en los últimos años. Votos en contra de, más que a favor de.
La situación se repetirá inexorablemente en la próxima elección presidencial. Nadie ganará en la primera vuelta. Y en la segunda, la mayoría de electores apelará al voto útil, al voto en contra de una de las candidaturas finalistas, que ya sabemos cuál será.
Pero aquí surge la novedad de este caso: el voto útil aparecerá también en la primera vuelta. Ahora mismo nos preguntamos cuál será el mejor candidato para afrontar el desafío de la segunda vuelta. Y, más allá de cualquier consideración o preferencia, votaremos por él en la primera vuelta.