La situación caótica que experimentamos es una profundización de la crisis integral de los últimos años agudizada por la pandemia. Pero no solo por ella, sino por el tipo de manejo gubernamental que ha desangrado y debilitado al Estado.
En la desesperación por impedir que la economía colapse vendimos el alma al diablo. El prestamista global, el Fondo Monetario, nos entregó recursos para superar la desesperada situación a cambio, como en los años ochentas y noventas, de implementar la vieja fórmula de recortar el gasto fiscal. Es así que desde mediados del 2019 se ha echado machete al frondoso árbol del aparato estatal que creció con desmesura en la última década.
No es que podar el árbol sea malo per se. Es necesaria la poda, no solo para reducir gastos innecesarios, sino para darle más eficiencia y agilidad al estado, aparato necesario sea en gobiernos de izquierdas o derechas. Pero una cosa es la poda inteligente, sobria, técnicamente trabajada, que mochar sin ton ni son, solo con la consigna de reducir por reducir, para salir “bien” con las cuentas y los plazos.
Pero, como seguimos con el coloniaje en nuestras cabezas, agachamos el lomo y obedecimos lo que nos mandan sin cuestionar los efectos. Pues, se implementó la poda brutal y boba. Y allí están los efectos de un estado desbaratado: crisis sanitaria en plena pandemia, hospitales colapsados y sin medicinas hasta hoy, reducción de inversión educativa y cientos de miles de estudiantes sin colegio ni universidad, cárceles saturadas y controladas por las mafias, miles de muertes violentas, pobreza, inseguridad por doquier.
Para ser más precisos, de esto, no solo es responsable la mentalidad colonial de nuestras élites, sino su inutilidad en el manejo del gobierno, y sus conceptos dogmáticos neoliberales extremos y su ninguna mirada estratégica.
Estamos cruzando la línea roja. Se torna urgente recuperar y reorientar el estado. Simultáneamente fortalecer, retejer, reorganizar la sociedad. Y reconstruir la política.