Monumento de la Plaza de la Independencia en Tulcán. Circa 1900. Foto: Archivo Histórico Camilo Destruge
‘Viniendo de Pasto llegué a la frontera entre Colombia y Ecuador, en donde debía encontrar a Miguel Chamués, quien me llevaría hasta la ciudad de Ibarra.
De él tenía las mejores referencias ofrecidas por el doctor Fidencio Morales, profesor de la Universidad de Pasto, contándome que era pupo tulcaneño de ascendencia indígena, para el que llevaba una carta de recomendación, a fin de que me ayudara en mi viaje a Quito para ser profesor de Anatomía en la Universidad Central del Ecuador.
“En la frontera me esperaba Miguel, de quien sabía algunas cosas que me contó Fidencio, sobre todo que era muy respetado en su pueblo ya que era un indígena descendiente de los antiguos pupos tulcaneños, gentes que se preciaban de ser muy aguerridas y que nunca se tapaban el ombligo.
Pronto lo identifiqué por su ponchito corto de color azul marino. Le entregué la carta de mi amigo, leyó y me dijo que no había problemas para acompañarme hasta Quito en un viaje de cuatro días. Me habló del precio convenido, lo ratificamos y me dio una copa de aguardiente para el frío como bienvenida.
¡Qué buen gesto de mi amigo pupo!
“Algo que me llamó la atención fue que sabía leer y escribir con claridad, cosa rara para la época, en donde de 100 personas apenas 10 leían y escribían, por lo menos eso pasaba en Colombia. En el camino le pregunté dónde aprendió y me dijo que sus padres habían trabajado con el cura de Tulcán y este le enseñó las primeras letras, así como le indujo a la lectura de algunos libros.
¡Cosa muy rara en estas tierras!
“Pasamos el puente de Rumichaca, monumento bello por la majestuosidad de la piedra que forma un puente inmenso de forma natural. Antes de llegar a Tulcán me dijo que no convenía quedarse en el pueblo más de un día, por cuanto había una guerra declarada entre conservadores y liberales, a los cuales les conocían como godos o curuchupas los primeros y rojos o comecuras, a los segundos.
“-Es una guerra que jamás terminará. Hay mucha vena para cortar y mucho palo para rallar, acotó Miguel.
“-¿Qué significa ello?, pregunté.
“- Verá, su merced, en el Carchi hay dos tendencias; conservadores y liberales. A los primeros les decimos godos, y a los liberales, rojos o comecuras. Esta guerra a muerte es una desgracia para el pueblo, porque los políticos se matan diciendo que sirven a la gente, pero vaya viendo que todo es juego de intereses. Claro que hay gente bien convencida de lo uno o lo otro, pero finalmente cada quien defiende su camisa y cuida su barriga sin que le importe la suerte de los demás, sobre todo de los más pobres, a los que convencen con su tontera de ideología de partido; y somos tontos, mi señor, cuando nos dejamos llevar por esas palabras que dan y gritan por todas partes llamando a la guerra, que es una desgracia. Las luchas significan pobreza y miseria para las familias, pero como somos ingenuos, nos dejamos llevar por el orgullo y aquí en el Carchi no ha de parar nunca, por más que pasen los años, siempre en esta provincia habrá liberales y curuchupas!
“- Y usted, ¿de qué lado está?
“- Yo, mi señor doctor, tengo familia, hijos que mantener, padre y madre a los que cuidar. Por política no voy a ser causa de sufrimiento en mi casa. Si usted viera la calidad de políticos que tenemos en esta tierra, se pondría a llorar. Todos mienten, todos ofrecen, todos llaman a la guerra, todos gritan que el partido liberal salvará a la patria y que hay que matar a los godos porque eso es libertad. Libertad, señor, es trabajar, producir, cuidar el pan de cada día y no andar en pleitos en donde los que sacan ventaja son unos pocos a cambio de la sangre y miseria de los seguidores. Yo soy hombre de fe, pero fe en la vida y en la lucha de todos los días, como somos la mayoría de carchenses. Somos pobres pero dignos y nos hacemos respetar no por la guerra sino por la firmeza de nuestros actos. Con el Carchi no se juega .
“Me quedé impresionado con sus reflexiones serenas y maduras.
“Llegamos Tulcán como a las tres de la tarde. Es un pueblo pequeño que no tendrá más de 2 000 habitantes. Hay dos calles: la una llamada Calle Real y la otra Calle Larga, que da hacia el occidente. Tiene una pequeña iglesia y las casas poseen techumbre de paja. Son amplias y aún en la más pobres se observa aseo y buen gusto en su aspecto externo, por cuanto hay flores y arbustos coloridos. Unas pocas se cubren con tejas y pertenecen a familias de renombre. El pueblo es simpático, sus callejuejas son desiguales, pero forman un conjunto armónico y agradable a la vista.
“En la plaza central está una casa que es conocida como ‘Casa del Pueblo’. Allí trabaja la autoridad, llamada gobernador de provincia. Miguel me aconsejó que lo visitara y le indicara el salvoconducto que traía para viajar a Quito, ya que hay mucho recelo de los colombianos. Lo hice y cuando vio el papel, se puso a las órdenes señalando que: “Era un gran honor para el Ecuador tener a un gran médico que va a Quito a trabajar a la Universidad Central…” Me recomendó que no me vincule con ningún godo en el viaje y que tenga cuidado de no hablar de política a no ser dando buen testimonio del Partido Liberal Radical y del señor General Eloy Alfaro…
“En el corto recorrido por el pueblo, Miguel me presentó a sus amigos y familiares. Más de uno me pidió un consejo médico. Pude darme cuenta que en este lugar no había ningún doctor y el que visitaba Tulcán era un galeno colombiano que residía en Ipiales. La gente es de estatura mediana, robusta, tienen los rostros propios de gentes de altura, ya que esta ciudad se halla a casi tres mil metros de altura. Las mujeres tienen fama de ser muy enérgicas y mantienen a sus hijos cuando se quedan viudas por el fragor de las guerras políticas “sin pedir favor ni rogar a nadie”, por lo que son firmes y luchadoras. Los varones son francos, abiertos y muy hospitalarios, al tiempo que trabajadores y tenaces. Su palabra es oro y su promesa firme cuando se trata de negocios, asuntos sociales y económicos. Me dijo Miguel que a todos les conocen como “pastusos” sin saber la razón.
“Tulcán, a pesar de ser un pueblo pequeño es un enclave de mucha importancia para todo gobierno, ya que es la puerta de entrada al Ecuador y el lugar en que se prepara la defensa para evitar el ingreso de tropas colombianas, sean conservadores o liberales. Me dijo que los combatientes carchenses tienen mucha fama en el interior del país por cuanto son muy valientes, leales e intrépidos. Les conocen como “pupos”, ya que casi todos pertenecen a familias de comunidades indígenas que se ubican al norte de Tulcán.
Esa noche me alojé en su sencilla casa. Su esposa Micaela Tatés y sus hijos Juan y Pedro, de catorce y ocho años, me recibieron con mucho respeto. Luego de hablar de política, economía, negocios y medicinas, me ofreció su camastro que no era sino un modesto lecho con varias frazadas por el frío intenso.
“Al otro día partí a Ibarra y en la loma superior que llaman Taques, pude apreciar este pueblito habitado por gente cordial y como me indicó Miguel, admirado y querido por Juan Montalvo, insigne escritor ecuatoriano”.
Juan Benigno Osorio, ‘Relatos de un viaje al Ecuador’, año 1897 (inédito). Hallado en la Hemeroteca de la BAEP por Amílcar Tapia, doctor en Historia, especialista en temas sociales. Autor de varios libros.