El mercado minorista
de distribución ha sido superado por el servicio
de TV en descarga digital. Foto: Ingimage
En los años 80 y muy avanzados los 90, los televidentes se comportaban más o menos así: luego de un arduo día de trabajo, por la noche papá quería ver el noticiero o el fútbol, obviamente en televisión abierta porque el servicio por cable era un lujo.
Mamá pretendía -al mismo tiempo- ver en otro canal el siguiente episodio de ‘Rosa Salvaje’, que no tenía ‘reprisse’; mientras los niños, que ya habían pasado la tarde viendo ‘He-Man’, ‘Thundercats’, ‘Halcones Galácticos’, ‘Power Rangers’ y otras series, eran enviados a dormir, furiosos porque no podrían ver el nuevo episodio de ‘Súper Comando’, que daban más noche.
Para ver películas por fuera de los estrenos del cine, había que alquilarlas en Blockbuster (o al distribuidor pirata del barrio), primero en Beta y luego en DVD. Aunque siempre quedaba la nostálgica opción de ver las que la televisión abierta ofrecía. ¿Cuántas veces se han pasado las de Cantinflas?
Hoy, el consumo de los productos televisivos ha experimentado un cambio abrupto con el desarrollo del ‘streaming’, palabra inglesa que literalmente significa ‘transmisión’, pero que se refiere puntualmente a la distribución digital de contenido multimedia.
Hoy el público elige a la carta lo que desea ver, en el momento que quiera y donde se le antoje. ¿Todos en casa se pelean por su programa favorito? Pues que los niños se queden con el televisor y vean todos los episodios de ‘Paw Patrol’ la primera temporada. Mamá y papá pueden sacar su tableta y ver ‘Stranger Things’ o ‘The Flash’ hasta que los párpados se cierren. ¿Se le hizo tarde en la oficina o se aburre esperando en el dentista? Puede ver de nuevo ese episodio de ‘13 Reasons Why’ que tanto lo perturbó en el teléfono. Es la ventaja que ofrece el ‘streaming’.
En realidad esta palabra -en su sentido digital- se usa profusamente desde el 2003, cuando iTunes Music Store abrió sus puertas (digitales, por supuesto) para vender canciones, las cuales eran descargadas en las computadoras y sobre todo en los iPods, esos artefactos de Apple que terminarían por desplazar a los Discman, herederos por poquísimo tiempo del venerable Walkman, que funcionaba con casete.
En ese año, iTunes ofrecía a los usuarios unas 10 canciones por USD 10, algo que hoy suena carísimo: prácticamente por la misma cantidad, plataformas de música en ‘streaming’ como Spotify o Deezer ponen a disposición del usuario un alquiler ilimitado de 30 millones de canciones, con acceso a artistas que jamás habrían podido colocar un disco en las perchas de Ecuador, por ejemplo.
El ‘streaming boom’ generó un cambio en el negocio de la distribución de la música, hasta entonces basado en los Compact Disc. La música pasó del iPod a los teléfonos inteligentes (convertidos en computadoras de bolsillo) y a las tabletas gracias, justamente, al avance de la tecnología, que permitió transmitir canciones en buena calidad por Internet. En ese proceso se liquidó al mercado minorista de las tiendas de discos, que han quedado para nostálgicos y para quienes se niegan a ‘alquilar’, sino que desean ‘tener’ la música por la que pagan.
El nuevo hito del desarrollo del ‘streaming’ está en la televisión, transformada en apenas seis años; este 2017 ha sido el de su consolidación no solo como fenómeno comercial, sino también cultural.
En la primera década del siglo XXI, el reto de los ingenieros era desarrollar una manera de transmitir video en una calidad lo suficientemente aceptable para venderse. No existía el ancho de banda lo suficientemente veloz y no existían los aparatos adecuados. Eso dio paso a desarrolladores de ‘streaming’ pirata, que ofrecían películas a la carta para verse en computadora pero que generaban problemas, como la distribución de virus. ¿Quién no lidió alguna vez con esas páginas rusas? Por eso, en países como Ecuador se desarrollaba una industria de piratería en formato de DVD, que permitió la creación de un mercado minorista.
Varios sucesos tecnológicos permitieron dar el salto de calidad del ‘streaming’. Uno fue la sofisticación de los aparatos de televisión para el uso de Internet en alta definición (HD), los ahora llamados ‘smartTV’. Otro hito paralelo fue el avance de los ‘smartphones’ y tabletas, con pantallas de excelente resolución y procesadores.
Un tercer avance estuvo en el incremento de la velocidad de conexión a Internet, con la llegada de equipos con tecnología GPON, es decir, aptos para la Red Óptica Pasiva con Capacidad de Gigabit, una tecnología de acceso de telecomunicaciones que utiliza fibra óptica para llegar hasta el suscriptor. Todo eso ha hecho posible el milagro de que el consumidor pueda acceder a un amplio menú de películas y series, y elegirlas a la carta.
Un cuarto elemento que explica este fenómeno está en la calidad del producto artístico. Si las pantallas son para HD, ¿era posible seguir ofreciendo series con efectos especiales artesanales, con resolución mediana? Se hizo indispensable producir series con calidad visual exquisita, con historias cautivadoras, con actores de primer nivel, con efectos pulcros, casi cinematográficos.
Las series empezaron a parecerse al cine. Netflix, empresa que comenzó como distribuidora de DVD por correo pero que se convirtió en la más exitosa distribuidora de ‘streaming’, lanzó en el 2011 ‘House of Cards’, su primera serie original, con la que se inició un triunfante esfuerzo para ofrecer contenido propio, sea en solitario, sea en alianza con firmas como DreamWorks o cineastas de renombre, como las hermanas Wachowski.
Si hacer series ya era una auténtica declaración de guerra a los estudios de televisión tradicional, que han visto como ‘House of Cards’ han acaparado audiencia y han ganado premios como el Emmy, algo que les otorga legitimidad dentro de la industria, hacer películas ha sido estremecedor.
Este año, Netflix causó polémica porque dos producciones originales suyas, ‘Okja’, de Bong Joon-Ho, y ‘The Meyerowitz Stories’, de Noah Baumbach, entraron en la competencia oficial por la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Ninguna pasó antes por una sala de cine. En otras palabras, se discutió, y se lo sigue haciendo, qué es el cine, ante el avance del ‘streaming’: Netflix prevé estrenar 80 películas en el 2018. Amazon anuncia 20.
Además, HBO -dueña de la serie más cinematográfica de la historia: ‘Game of Thrones’– también habilitó facilidades en su propia plataforma, HBO Go. Y Disney, que está en pleno desarrollo de su propio servicio, compró los activos cinematográficos y televisivos de 20th Century Fox. El plan obvio es hacer películas, quizás unir a Los Vengadores con Los X-Men; pero el objetivo final está puesto en el ‘streaming’ y por eso, en el 2019, Disney sacará sus productos de Netflix.
¿Qué pasará? Lo más probable es que se vendrá una atomización de la oferta en más ‘apps’ de las que ahora existen y que el menú se ampliará. Además, se profundizará la producción de obras enfocadas en mercados locales. Y habrá tanto para elegir, que nos faltará la vida para verlo todo.