José Briceño vive en Cuenca y es gerente de una empresa que comercializa hilos. Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO
En Venezuela, Dilia Hernández y Gabriel Brito tenían casa propia, vehículo y una empresa de bordados industriales. En 2015, vendieron propiedades y cerraron la empresa para empezar de cero: el 15 de abril de ese año pisaron suelo ecuatoriano.
Esta es la historia de una pareja originaria del oriente venezolano, donde el sol calienta la piel los 365 días del año. Pero también la de miles de venezolanos en búsqueda de la calidad de vida que perdieron en su país. En los últimos cinco años entraron al Ecuador 476 132 venezolanos, de estos 38 087 no registraron su salida, según el Ministerio del Interior.
La Asociación Civil Venezolanos en Ecuador dice que sus compatriotas están principalmente en Quito, Guayaquil, Manta y Cuenca. Alfredo López, director ejecutivo, señala que el principal motivo para emigrar es la seguridad personal y luego lo económico. “El venezolano llega con expectativas altas y luego se da cuenta que la situación no es tan sencilla: conseguir un trabajo estable les demora entre dos y tres meses. Pero vienen con intención de quedarse, buscando estabilidad”, explica.
Las facilidades para legalizarse, el idioma, la moneda y la cercanía con su país fueron los motivos de Dilia y Gabriel. El plan era montar otra empresa de bordados en Quito. Sin embargo, el capital de USD 35 mil solo alcanzaba para una máquina de bordados. Así que decidieron probar con la comida. En agosto de 2015 colocaron un carrito de empanadas y tequeños (dedos de queso envueltos en masa de trigo), en la República de El Salvador. Para diciembre, ya tenían dos carritos. El negocio prosperó, en agosto del 2016 sumaron un local de empanadas ecuatorianas y venezolanas.
La asociación con otra pareja de venezolanos, Dimas Cañas y Marluc Magdaleno, les permitió abrir en diciembre Bienmesabe, otro local más amplio en la República de El Salvador.
“Nos llevamos bien con los ecuatorianos. Son cerrados, pero es su cultura, simplemente somos diferentes”, comenta Dilia, quien está a la espera de un hijo que será ecuatoriano.
Daniel Vergara, químico farmacéutico, y su esposa Helem El Zelah llegaron a Quito en 2014 para presentar el proyecto de consultas médicas online YippyCab. Tras la buena recepción por parte del IESS no hubo retorno. Al ver la cantidad de médicos venezolanos que había emigrado, en junio de 2016 fundaron la clínica Yippy Medic, en Los Chillos.
En Guayaquil, decenas de venezolanos llegaron con el objetivo de establecerse. Muchos arribaron en bus y con poco dinero. Hay quienes han regularizado su estatus y otros aspiran a lograr una visa profesional o de residencia temporal, bajo el Estatuto permanente Ecuador-Venezuela (conocida como visa convenio).
Con USD 20 en el bolsillo y una maleta, José Jiménez, de 31 años, viajó cuatro días en bus desde Mérida hasta Guayaquil, en diciembre del 2016. Su esposa es quiteña y su hijo es venezolano y están en Caracas. José quiere reunir dinero para traerlos a Ecuador. “Me cansé de hacer filas de hasta 24 horas para conseguir leche para el niño, pañales, jabones, cosas de aseo personal”, dice Jiménez.
Encontró empleo como ayudante en un local de venta de Shawarma. Percibe al mes USD 300 y espera reunir los USD 520 para la visa profesional que le habilitará para ejercer su profesión de Administración en transporte y obtener la cédula de ciudadanía. “Guayaquil me gusta porque es ordenada y segura”, dice.
En busca de mejores oportunidades, Duba Palencia, de 23 años y oriunda de Valencia, llegó a Guayaquil en noviembre del 2016. Tardó tres semanas en encontrar un trabajo en un bar, en el norte de la urbe, donde gana USD 375. Es profesora de literatura y en su país trabajó en el seguro social, percibiendo un salario que equivalía a USD 20. “Decidí arriesgarme porque Venezuela ya era una pesadilla”, comenta.
La Organización Venezolanos en Ecuador ‘Asociación Civil’, con sede en Guayaquil, estima que en la ciudad viven 2 000 venezolanos y que menos del 20% está regularizado.
En Cuenca no hay registro exacto de cuántos venezolanos residen de forma temporal y definitiva, pero las estimaciones de esta colonia de extranjeros oscilan entre los
1 000 y 1 500. De esa cantidad, 51 se comunican habitualmente a través de un grupo de WhatsApp, que crearon a mediados del 2016 tras su participación en la Semana Internacional, que promueve el Municipio de Cuenca.
La mayoría de los venezolanos participantes de este grupo online tiene un negocio y a través de WhatsApp se dan asesoría y promoción. José Briceño, quien vive en Cuenca desde hace 14 años, es el líder y, por lo general, es quien más consejos da por el tiempo que vive en el país o por su experiencia en los negocios.
Durante los primeros siete años en Ecuador, Briceño trabajó para una empresa de cueros y, paralelamente, impulsó emprendimientos vinculados con la comida de su país y vehículos. Desde hace ocho años es gerente y propietario de la empresa Bridiscom, que se dedica a la distribución y comercialización de hilos para bordar y coser, elásticos, cierres, telas, entre productos. Hace negocios en el Austro, Quito y Guayaquil.
Según Briceño, los venezolanos radicados en Cuenca se dedican a dos actividades principales: la cátedra universitaria o la medicina. Otros tienen emprendimientos relacionados con comidas, comercio y artesanías. Entre ellos está Ramón Navarro, quien en diciembre pasado lanzó la primera edición de la revista Colmena Magazine, que circula gratuitamente en Cuenca.
“Los cuencanos son muy abiertos y alegres. Nos han tratado muy bien”, dice Briceño.