Leer es más que lo que dice la Real Academia de la Lengua: “pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados”.
Leer es mirarse hacia adentro, es redescubrir lo de afuera, es conectar con lo que no vemos, con lo que somos y con lo que no. Es una forma de libertad. Por eso, así como algunas personas en medio de una agenda asfixiada por el trabajo y el día a día se dan tiempo para jugar fútbol, nadar, bailar, coleccionar o pintar, hay quienes exprimen el reloj para leer.
En Quito hay clubes de lectura, y se mantuvieron activos incluso durante la cuarentena. No hay un dato actualizado sobre cuánto, cómo y qué leen los ecuatorianos. Apenas este año, el Ministerio de Cultura está terminando una encuesta sobre varios temas, entre ellos, los hábitos lectores. La última encuesta oficial se la hizo en el 2012 y reveló que el 73,5% de los ecuatorianos lee; el 26,5% no lo hace por falta de interés o de tiempo. La gran mayoría lo hace con fines académicos, más que por placer.
Marcelo Recalde, de 42 años, dirige el club de lectura de la librería Conde Mosca, que abrió en el 2016. Lo hizo de la mano de Doris Carrasco, su socia. Son especialistas en literatura universal, ecuatoriana y ciencias sociales. Esta es una librería cuyo objetivo no es solo vender, sino crear una audiencia, conectar con los lectores.
El Club se desarrolla en ciclos. Cada ciclo dura siete semanas. La dinámica es siempre la misma: eligen un tema interesante, hacen la convocatoria por redes sociales, la gente se inscribe y arrancan.
Este momento están analizando a autores ecuatorianos, el ciclo anterior fue sobre las grandes narradoras de todos los tiempos.
Las reuniones son presenciales. La librería tiene un espacio acondicionado especialmente para esa actividad, de aproximadamente 50 metros cuadrados. Todo el lugar está lleno de libros.
En los talleres también hablan de los niveles de lectura, por ejemplo, el más importante -dicen- es el subtextual: lo que está entre líneas, lo que no se dice. Es la sombra de las palabras. En las reuniones las personas aprenden a entender ese y otros niveles.
Así como los amantes del cine hablan de una película o serie, los miembros del club comentan sobre los libros. Generalmente, a cada ciclo asisten entre 10 y 12 personas. En total, por este club han pasado más de 200. La mayoría: personas universitarias.
La lectura es un acto de intimidad. La relación que se entabla entre el libro y el lector es irrepetible. El timbre de voz del protagonista, el olor del pueblo, el sabor de un caldo… dos personas leyendo el mismo libro lo vivirán de forma distinta. Por eso es tan rico el club de lectura. Porque en ese espacio las personas pueden opinar, comparar, reflexionar sobre lo leído.
Carolina Bastidas, 36 años, es dueña de la librería El Oso Lector desde hace ocho, y también organiza clubes de lectura. Empezó en el 2020, y son talleres en donde se lee literatura infantil desde el punto de vista adulto.
Son más un grupo de estudio que un club, porque hacen un análisis de la obra desde lo narrativo y lo simbólico. Es una lectura especializada y analítica que busca a la par reivindicar la literatura infantil. Este momento están en un ciclo llamado Los niños salvajes, y están leyendo el libro de la selva, de Rudyard Kipling.
Las reuniones son virtuales y hay cuatro sesiones de una hora y media cada una. No importa el cambio de horario, la distancia ni las ocupaciones. Los clubes de lectura demuestran que el poder de las letras es así de fuerte -o más- que la adrenalina que empuja al paracaidista a lanzarse al vacío desde un avión; o la que impulsa el surfista a querer domar la fuerza del mar.