El temor al contagio pesa en la decisión de regresar a clases presenciales

A diario, Nicolás, de 10 años, se conecta a sus clases virtuales, con apoyo de su abuelita, Jenny Montenegro. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Durante toda la pandemia, Verónica Sánchez ha tratado a pacientes con covid-19 en el área de emergencia de un hospital del IESS. Dos niños que fallecieron -cuenta- tenían lesiones pulmonares características de la enfermedad.

Esa experiencia la llevó a ella, como madre de Daniela y Nicolás, a decidir no enviar a sus hijos a clases presenciales mientras no estén vacunados.

“Si los adultos descuidan las normas de bioseguridad, más los niños. Mi hijo no quiere salir de casa porque no le gusta la mascarilla y no estoy segura de que la usará bien en la escuela”.

Cuando la médica tiene guardias de hasta 30 horas, cada dos o tres días, sus hijos se quedan a cargo de sus abuelos, con quienes viven. Verónica señala que ellos vigilan que se conecten a clases, pero no pueden hacerles seguimiento, “en la práctica se defienden solos”.

La chica de 14 y el niño de 11 años estudian en el Ángel Polibio Chaves, un plantel privado de Quito con 850 alumnos, que planea aplicar el retorno progresivo a las aulas en septiembre. Una encuesta determinó que 48% de padres no está dispuesto a enviar a sus hijos aún.

Su rectora, Martha Chaves, afirma que en la virtualidad seguirán ofreciendo calidad “con el uso de herramientas tecnológicas y tutorías que den el soporte, según el caso”.

Tras 15 meses de pandemia, 98% de padres contestó en un sondeo que está satisfecho con la metodología de clases virtuales, anotó la rectora. En este momento todavía estudian las posibilidades de dividir horarios para cada modalidad o de ofrecer clases simultáneas.

Hasta el 17 de junio, 1 495 planteles del país consiguieron autorización para el uso progresivo de sus instalaciones. 82% de ellos abrió las puertas. La mayoría (1 079) está en áreas rurales. A esos centros volvieron 54 284 alumnos y 7 044 docentes.

En algunos planteles par­ticulares de Quito, con autorización para la vuelta a las aulas, los padres que aún no quieren enviar a sus hijos son minoría. En el Terranova, por ejemplo, alrededor de un 40% prefiere continuar en la virtualidad.

Entre ellos está Martje de Vries, madre de André y Gabriel, de 11 y 14 años. En su familia todos se contagiaron de covid-19, pese a haber sido estrictos con las medidas de protección, relata.

La abuela estuvo 25 días en cuidados intensivos, por lo que Martje cree que no es seguro enviar a los chicos a la escuela hasta que, al menos, los adultos estén inmunizados.

“Estoy convencida de que los chicos necesitan socializar, pero para eso necesito que su círculo sea una burbuja, donde todos mantengan la misma protección. Y he visto que algunos jóvenes se van al centro comercial cada viernes”.

Sus condiciones laborales son un plus. Su esposo se quedó sin trabajo hace dos años, por lo que él se encarga de los chicos y del hogar. Ella lleva su negocio de pastelería en casa.

Por la misma razón, a Carolina León se le facilita que su hijo Camilo, de 12, continúe en la modalidad virtual. Ella teletrabaja en un proyecto de tecnología y en un emprendimiento familiar. Eso le permite monitorear el desempeño del chico y ocuparse de la casa.

La madre reconsiderará su decisión cuando esté vacunada y el número de contagios en el país descienda de manera significativa. “Somos solo mi hijo y yo, si me trae la enfermedad nadie más cuidaría de mí y, por ende, tampoco de él”.

En centros fiscales del cantón Cevallos, en Tungurahua, también un grupo de padres no cree que sea hora de enviar a sus chicos a las clases. En la Unidad Educativa Alberto Guerra, solo 49 de un total de 346, se sumaron al regreso.

La razón principal es el miedo al contagio, dice Paola Naranjo, rectora. Pero en madres como Tania Bayas, además influye el poco tiempo que le deja su trabajo como docente, que aún sigue de forma remota. Para que su hijo Mateo, de segundo de básica, vuelva a las clases semipresenciales, ella debería comprometerse a que vaya a la escuela tres veces por semana, dejarlo a las 07:00 y recogerlo a las 10:00.

Por eso prefiere continuar recibiendo el apoyo de sus padres y hermanos en casa. Ellos vigilan que Mateo se conecte a las clases virtuales y le acompañan mientras Tania trabaja.

“Si volvemos al trabajo presencial y el horario anterior de clases de mi hijo se retoma, podría enviarle a la escuela”.

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