Imagen referencial. Las personas llegan a la Casa Somos de San Diego, en Quito, en donde se atiende a pacientes con sospecha de covid-19. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Jonathan (nombre protegido) es un carpintero de 47 años que contrajo covid-19 a mediados de junio del 2020. Lo internaron en un hospital público de Quito durante siete días.
A continuación su testimonio:
“Todo comenzó cuando obtuve trabajo en una constructora en la parroquia de Píntag (oriente de Quito). Antes de empezar, a los obreros nos hicieron pruebas rápidas de covid-19 y mis resultados fueron negativos. Nos llevaron a una casa compartida y teníamos una habitación para cada trabajador. En verdad nos dieron muy buenas condiciones para laborar. Siempre cumplimos los distanciamientos. Teníamos alimentación y todos los servicios.
Sin embargo, a los 15 días de labores comencé a sentirme mal y a mis compañeros les ocurrió lo mismo. Sentí decaimiento y perdía la fuerza paulatinamente. Al principio no le di importancia, pensaba que era una simple gripe ya que en los exámenes me indicaron que no tenía problemas. Trabajaba con el malestar, pero ya después perdí completamente las fuerzas. No podía levantar unos tableros de madera que llegaron para la obra.
Sentía demasiado cansancio, solo quería permanecer acostado. Pasaron los días y un compañero faltó al trabajo y eso me asustó mucho. Mi salud empeoró y finalmente regresé a la casa con descanso médico. Mi esposa me preparó un cuarto y allí me aislé. No tenía apetito y me daba mucha sed, iba al baño con frecuencia, perdí peso.
Temblaba y tenía dificultades para dormir porque me ahogaba. Llamé al 171 y me atendieron muy bien, también el ECU 911 fue muy eficiente en mi caso. No me quejo del servicio. Finalmente, una ambulancia llegó a mi domicilio y los doctores me revisaron los pulmones.
Luego me internaron en un hospital público el 20 de junio. Cuando me colocaron oxígeno fue un alivio increíble. Me llevaron a una habitación con tres personas que contrajeron coronavirus. Las enfermeras nos cuidaban con mucho profesionalismo. Mientras los pacientes descansábamos en horas de la madrugada, ellas se acercaban para revisar cómo nos encontrábamos de salud. Eran muy puntuales y diligentes.
Por la noche la situación era muy complicada. Sentía lo que ingresaban las camillas. A veces, escuchaba las quejas de los pacientes. ¡Sáquenme! ¡Ayúdenme! ¡No avanzo!, gritaban porque les faltaba el aire y sentían malestar. Otros roncaban y se desesperaban. Recuerdo a un señor adulto mayor, tenía problemas de obesidad y sufría demasiado. Yo les daba ánimo con mensajes positivos y les pedía que tengan paciencia. Pude ver a varios pacientes entubados, boca abajo.
Allí permanecí hasta el 27 de junio y me dieron el alta. Todavía me siento muy débil, perdí bastante peso. Necesito otro examen de diagnóstico para sentirme tranquilo y descartar que no tengo la enfermedad. Me urge trabajar para mantener a mi familia”.