El populismo de derecha llega al Reino Unido

Las parodias sobre Boris Johnson y Donald Trump son escenificadas en las plazas de Londres por aquellos que no quieren que el Reino Unido deje la UE. Foto: AFP

El nuevo primer ministro británico, Boris Johnson, llega al cargo por ser uno de los defensores del Brexit duro, sin medir las consecuencias que ello conllevaría.
Jorge Luis Borges, en uno de sus afanes para definir lo británico, se preguntaba por qué un país como Inglaterra -extendámoslo al Reino Unido- tenía como escritor nacional a alguien tan poco británico como William Shakespeare. Su carácter flemático, su ‘understatement’ ante las grandes encrucijadas del destino (piénsese con la serenidad -si así se puede decir- con que enfrentaron los bombardeos alemanes en la segunda guerra mundial), se contradice en mucho con el espíritu desmesurado de Shakespeare.
La referencia podría ayudar a entender en algo la llegada de Boris Johnson a la casa número 10 de la Calle Downing, en Londres, el despacho del Primer Ministro británico, en medio de una confusión política de un país que no puede resolver algo crucial para su destino: el Brexit y la llegada del populismo de derecha.
Tal como ocurrió con el referendo del 2016, cuando los laboristas no dimensionaron las posibilidades del triunfo a favor del Brexit, tampoco lo hicieron con el “peligro” inminente de la victoria de Johnson.
Como afirma Robert Mackey en The Intercept, el sistema democrático británico “está mostrando signos de tensión”. El que votaran en contra del plan del Brexit que presentó la exprimera ministra Theresa May, tanto los que buscaban una salida radical como aquellos que quieren la permanencia, “revela que algo más cercano a una crisis sistémica ya está en progreso”. El Reino Unido vivía una histeria política con el Brexit.
Es que el referendo en sí fue un ejercicio populista. El entonces primer ministro, David Cameron, para ganar las elecciones tuvo que complacer a los euroescépticos y ofrecer el referendo. Curiosamente, ni él ni la mayoría de los Comunes abogaban por semejante “disparate”. Pero ganaron los ‘brextiers’. Renunció Cameron, tuvo que renunciar May y ahora Johnson actúa como todo populista: volver todo a fojas cero. Quiere un nuevo acuerdo, porque el 31 de octubre Londres deja Europa con o sin acuerdo.
Si bien el populismo tiene un origen estadounidense con el People’s Party de 1892, no hubo que esperar mucho para la consolidación del bipartidismo (demócratas y republicanos), que se mantiene hasta ahora, aunque suele participar un tercer partido.
Entre los británicos, las fuerzas políticas se dividen entre el partido Conservador y el Laborista. Y solo una vez desde 1918 ha ganado votaciones alguien por fuera de ellos. Ocurrió este año, con la elección del fundador del partido del Brexit, Nigel Farage. Sin embargo, Johnson surge como un elemento discordante dentro de la tradición conservadora.
A Johnson se lo llama también el Trump británico. Es una tendencia, por la hegemonía política de EE.UU., buscar en su presidente una referencia mundial. Aunque hay populistas de derecha en el poder antes que el estadounidense, sobre todo en ciertos países de Europa, la victoria de Trump en el 2016 parece legitimarlo y ha permitido su expansión. Es el caso de Bolsonaro, “el Trump del trópico”.
Puede ser considerado un prejuicio, pero si las cámaras enfocaran solamente las cabelleras y su histrionismo, se podría pensar que no hay tanta diferencia o son muchas las similitudes entre Trump y el nuevo Primer Ministro. Ambos no dejan de ser una sorpresa.
Dos países con sistemas constitucionales fuertes han caído en manos de los populistas de derecha, con la consecuente preocupación de los “políticos serios” que ven peligrar el respeto a las funciones del Estado, aunque se mantenga la fe en que la institucionalidad no permitirá los exabruptos en el ejercicio de Gobierno.
Sin embargo, Johnson llega al poder con una trayectoria política más larga: fue alcalde de Londres y también ministro de Relaciones Exteriores. Y fue uno de los más conspicuos impulsores de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el Brexit. El problema es que su campaña fue muy a su modo: causando alarmas con mentiras de por medio. Recientemente tuvo que enfrentar un proceso judicial, del que le liberaron los jueces, por haber mentido, durante la campaña para el referendo, al afirmar que el Reino Unido paga 350 millones de libras a la UE. Y esa cifra se paseaba en carteles laterales de los buses por todo el Reino Unido. Y, como se sabe, la mayor convicción ideológica de los electores es el bolsillo.
Mario Vargas Llosa, uno de los defensores de una democracia liberal, se indignó al ver cómo el nuevo Ejecutivo británico se sumaba a la corriente populista. “El Partido Conservador, el partido que fue de la señora (Margaret) Thatcher, de Winston Churchill, acaba de elegir como su Presidente a un mentiroso y a un payaso como es Johnson”.
Johnson, como todo populista, supo apropiarse de un deseo más allá de las consecuencias que conllevaría dejar la UE. El carácter insular británico les ha hecho sentir independientes del ideal europeo. El haber mantenido como moneda la libra esterlina y no acogerse al euro es quizá la mayor señal de que algo impedía que esa unión no fuera absoluta.
Pero el problema es que el Brexit deja cierta incertidumbre sobre la fortaleza de la democracia británica. Si bien es una monarquía, el rol del Parlamento -Westminster- ha sido esencial para limitar los poderes de la Corona. De hecho, el Reino Unido es una referencia del parlamentarismo. Pero el país vive su mayor encrucijada: ni el Parlamento ni el Ejecutivo han tenido las capacidades para concretar la voluntad de la mayoría del 51,9% que apoyó dejar Europa en 2016.
Al ser un hecho la salida, queda por ver cuál es el nivel del ‘understatement’, sobre todo cuando lleguen las repercusiones económicas.