Este 13 de octubre de 2015 se cumplieron 43 años de la tragedia del Fairchild Hiller FH-227, que transportaba a 40 pasajeros y cinco tripulantes. 29 murieron. Carlitos Páez, que recientemente estuvo en Guayaquil, sobrevivió. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO
Suena irónico que luego de un accidente aéreo en los Andes siga acumulando miles de horas de vuelo. Pero viaja por el mundo, de avión en avión, dando su testimonio de sobrevivencia durante 72 días, a menos 30°C, a 3 600 metros de altura en la cordillera, comiendo carne humana.
En sus charlas demuestra cómo el trabajo en equipo permite salir de la crisis, esa palabra que se oye tanto por estos días, aunque más ligada a la economía mundial. Compañías de seguros y de correspondencia internacionales, bancos estatales y grandes farmacéuticas, compañías de telecomunicaciones y automotrices, incluso agencias de viaje.
De México a Madrid, de Panamá a Brasil, de Corea a Chile, Carlitos Páez Rodríguez, uno de los 16 sobrevivientes de los Andes, ha dado conferencias a miles de personas para animarlas a trabajar en equipo para superar los problemas que vengan.
Hace poco aterrizó -a salvo- en Guayaquil para protagonizar la conferencia ‘Actitud, actitud, actitud’, que repletó el auditorio de la Cámara de Comercio de esta ciudad. Decenas de empresarios se congregaron para oír la historia de la película de los labios de Páez.
Un fragmento de ‘Alive’ -la taquillera película del director Frank Marshall, basada en el libro de Piers Paul Read– abrió la charla. El estruendo estremecedor del impacto y el avión deslizándose sobre la nieve marcó el inicio.
Páez se paró junto al podio. Tenía un micrófono de diadema y usaba un terno que ocultaba su ensanchado vientre. Ya no es el joven de 18 años de aquella foto que conmocionó al mundo, cuando abrazó a su padre, el reconocido pintor uruguayo Carlos Páez Vilaró, aquel 22 de diciembre de 1972, cuando los encontraron.
Pero su relato -calmado y a ratos hasta jocoso- obliga a regresar en el tiempo, al viernes 13 de octubre de ese año, cuando retomaron el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que llevaría al equipo de rugby del colegio Old Christians, a sus amigos y familiares, hasta Santiago de Chile.
“Cuando íbamos por la mitad del cruce de los Andes mi amigo que estaba a mi lado quería hacer las fotos de la cordillera para enseñárselas a su novia. Él se sentó feliz a sacar fotos y yo me moría de rabia… pero ese hecho hace que yo esté aquí, vivo”.
Entonces el avión empezó a “bailar”, como les había advertido un auxiliar de vuelo. La ligera turbulencia, hasta ese momento, no detenía el paso del balón de rugby entre los asientos.
“Hasta que pasamos un pozo de aire gigantesco -cuenta-. Nosotros, como en la plaza de toros, gritábamos: ¡ole! Pero volvimos a caer como 500 metros más. De pronto sentimos una acelerada brutal del motor, el avión que levanta la nariz y, de pronto, el sonido más bestial que pudieran imaginar… Chocamos a 400 kilómetros por hora”.
Este 13 de octubre de 2015 se cumplieron 43 años de la tragedia del Fairchild Hiller FH-227, que transportaba a 40 pasajeros y cinco tripulantes. 29 murieron.
Cómo el avión se partió en medio, Carlitos pudo saberlo en 1994 cuando vio Alive “el accidente mejor filmado de la historia de Hollywood –dice-”. “Así se vio, pero yo les cuento lo que sentí: el frío que entraba, cómo se detiene abruptamente luego de que terminé rezar un avemaría, un remolino de fierros… Quedé encima de dos amigos… mucha gente ya había muerto”.
El despertar en el día 10
Esa fue la noche del horror. Gente que lloraba, que desvariaba, que moría. La esperanza de ser rescatados se mantuvo viva hasta ‘El día 10’, como se titula uno de los libros de testimonio de Carlitos.
Entonces hace una pausa para acercarse al vaso con agua que reposa en el podio. Y bebe un sorbo con pausa. “¿Saben lo que era esto?”, y eleva el vaso. “Esto es oro en la cordillera ¿Saben lo que es derretir agua a 25 bajo cero? Es imposible”.
Este sobreviviente está a punto de cumplir 62 años el 31 de diciembre próximo -también recordó que cumplió 19 años en la montaña, bajo una avalancha mortal-. Tiene dos hijos: María Elena de los Andes y Carlos Diego, y cuatro nietos.
Es técnico agropecuario, pero en 1992 ingresó en la actividad publicitaria. Hoy tiene una empresa de Consultoría en Comunicación y Relaciones Públicas, actividad que comparte, desde el 2002, con sus conferencias motivacionales.
En el escenario aterriza su vivencia a lo que puede suceder en la vida empresarial: potenciar el trabajo en equipo, tomar decisiones oportunas, liderazgo, la importancia de respuestas rápidas ante lo desconocido y la adaptación al cambio, la creatividad, la actitud, la valentía, el compromiso y “descubrir recursos desconocidos que todos tenemos dentro y desconocemos”.
De vuelta al día 10, fue a partir de ahí, cuando el mundo pensó que habían muerto, que en realidad comenzaron a vivir, como Carlitos lo dice. La noticia la oyeron de una emisora chilena, en una radio que lograron reparar. Decían que la búsqueda se había suspendido y que retomarían los esfuerzos en febrero, con los deshielos.
En ese momento resucitó en ellos la esperanza. “Había tres estudiantes de Medicina que ayudan a los heridos, a los que morían y que empezaron a creerse médicos. Roy (Harley) estudiaba ingeniería, de primer año, y tenía una capacidad para reparar cosas como una antena y una radio. Adolfo Strauch era un inventor de cosas, inventó la manera de caminar sobre la nieve con los salvadores de los asientos y una máquina para derretir nieve… Todos nos la creímos, así como yo hoy me creo que soy conferencista”.
Quizá una de las pruebas más duras fue conseguir alimento. En la montaña no había más que nieve -que quemaba como ácido-, rocas y fuselaje disperso de la aeronave. “Ya no había nada en la despensa y entonces Nando me mira y dice: ‘Carlitos, yo me como al piloto’ (…) Hicimos un pacto: que si alguno de nosotros moría serviría de comida a los demás”.
Fue una lucha permanente contra los grandes no: el accidente, los aludes, la fallida expedición para encontrar los equipos de comunicación en la cola del avión, las largas expediciones en busca de ayuda.
Pero esos 72 días de adversidades despertaron su instinto por seguir viviendo, hasta el día que oyeron el sonido salvador de los helicópteros que los rescataron del Glaciar de las Lágrimas, un risco en la provincia de Mendoza, en Argentina.
“Para muchos esta es una de las historias más notables de trabajo en equipo. ‘Vivos’, el libro que narra nuestra historia, es hoy una inspiración en varias universidades americanas (…). Una lección que aprendí en los Andes fue que podía valerme por mí mismo; dejé de jugar al perdedor”.