Black Sabbath: 50 años del debut de los forjadores del Heavy Metal

Los fundadores de Black Sabbath: Geezer Butler (bajista), Tony Iommi (guitarra), Bill Ward (baterista) Ozzy Osbourne (cantante).

Los fundadores de Black Sabbath: Geezer Butler (bajista), Tony Iommi (guitarra), Bill Ward (baterista) Ozzy Osbourne (cantante).

Formación de Black Sabbath en el 2013, tras un concierto en Brasil: Tommy Clufetos, Geezer Butler, Ozzy Osbourne y Tony Iommi.

Se debate cuál fue el momento musical que, hace cincuenta años, representó el fin de los sueños de los hippies y dio paso a una sensación melancólica dentro de la cultura pop. Se dice que uno fue la publicación de Let It Be, balada de The Beatles que fue interpretada como una renuncia a buscar el cambio para optar por la resignación: “habrá una respuesta: déjalo ser”, cantaba el resignado Paul McCartney.

Otros, sin embargo, eligen la irrupción de Black Sabbath como el momento clave en que la música pop deja atrás los años 60, sus flores y sus arcoíris, para dar paso al pesimismo, al miedo y a lo oscuro. Los músicos Geezer Butler (bajo) y Bill Ward (batería), pero sobre todo Tony Iommi, buscaban un sonido que los distanciara del resto de grupos, aunque de todos modos era inevitable la influencia de Cream, el power trío inglés que fundió el blues, la psicodelia y el ácido.

Esa búsqueda, sin embargo, superó las simples expectativas de la mera diferenciación de la competencia y terminó por crear toda una subcorriente artística y también una postura, una actitud ante la vida que todavía perdura, alrededor del heavy metal.

Todo lo que suena en ese álbum debut de Black Sabbath, lanzado el 13 de febrero de 1970, parecía salir de una película de terror: los sonidos de lluvia, las campanas alejadas, truenos, el riff pesado y la voz monocorde de Ozzy Osborne proclamando que el Ángel Caído viene por los vecinos del barrio.
El mismo nombre del grupo es tomado, en realidad, de un filme de terror de 1963, dirigido por el italiano Mario Bava, quien pasó a la historia por ser el pionero del ‘Giallo’, un subgénero del cine que mezcla suspenso policial con terror, erotismo y violencia.

Ozzy Osborne también estaba influido por las novelas ocultistas de Dennis Wheatley, mientras que Tony Iommi había elegido el famoso tritono, es decir, una frase melódica prohibida en la Edad Media, porque invocaba al demonio.

Iommi, como es muy conocido, perdió la punta de sus dedos corazón y anular de la mano derecha, en un accidente laboral con guillotina. No dejó la guitarra, sino que adaptó unas prótesis de goma a sus dedos afectados. Y eso requirió adaptar su guitarra: la encordó con un calibre más delgado y bajó la afinación algunos semitonos, para compensar la insensibilidad de sus prótesis. Resultado: un sonido único.

La portada del álbum, que solo llevó por nombre ‘Black Sabbath’, fue la causa de que se los tildara, directamente, como satánicos. La imagen de una bruja cargando un gato negro en un paisaje chocante con el histórico molino de Mapledurham Watermill de fondo, causó una fuerte impresión.

Se trataba de un alarde técnico del fotógrafo escocés Iain MacMillan, quien logró ese efecto terrorífico al superponer los negativos. La leyenda lanzada por la prensa de que la mujer no fue fotografiada sino que apareció misteriosamente en el revelado ayudó más a generar esa atmósfera ocultista.

El penúltimo golpe para redondear el tinglado fue la inclusión de una cruz invertida en el interior del álbum, idea de los empleados de la disquera Vertigo, lo cual colocó al cuarteto en el delicado terreno de la blasfemia y, por lo tanto, las radios se negaron a pasar al aire las canciones mientras los críticos hacían trizas al disco con sus despiadadas reseñas.

El álbum debut consta de siete canciones, dura 38 minutos y se grabó bajo la supervisión de Rodger Bain, quien después trabajó con Judas Priest. Bain impuso la idea de que casi todo se grabara en una sola toma, como los discos en directo.

Ante la sorpresa general, el álbum alcanzó el octavo puesto en el chart británico, gracias sobre todo al boca a boca, la morbosa mezcla de rumores sobre satanismo, y a las presentaciones (los fans iban a los conciertos con las cruces).

Las cruces fueron el último golpe. Ozzy Osbourne recibió una cruz de metal elaborada por su padre, una normal, porque los rumores sobre el grupo asustaron al señor y quiso elaborar un artilugio de protección divina. Los demás miembros de Black Sabbath quedaron fascinados por ese accesorio y le pidieron al padre de Osborne las suyas. Y con esas cruces se presentaban, con el malentendido correspondiente.

El disco fue estupendamente recibido en Estados Unidos, el país de las iglesias cristianas pero también de los irremediables curiosos. Y así, quizás sin proponérselo de manera consciente, Black Sabbath dio inicio al heavy metal.

La disquera obligó al grupo a encerrarse para grabar de nuevo, y así salió en ese mismo 1970, el 18 de septiembre, el disco ‘Paranoid’, con ocho canciones con un total de 42 minutos, en los que Rodger Bain depuró la fórmula sonora, hizo parecer al álbum debut como un mero entrenamiento y puso las bases del ‘doom metal’. Mientras, las letras hablaban sobre la guerra de Vietnam, viajes en el tiempo para salvar a la humanidad, la devastación por una guerra nuclear, la adicción a las drogas y la paranoia.

Las canciones de ‘Paranoid’ tampoco se pasaron por la radio, pero el álbum alcanzó el número uno en Gran Bretaña y el 12º en Estados Unidos, aupado por más controversia. Una enfermera suicida fue hallada muerta, con ‘Paranoid’ en el tocadiscos, lo cual generó una investigación judicial.

Desde entonces, la polémica acompañó al grupo, que tocó en gran forma hasta 1979, cuando el carismático cantante Osbourne fue expulsado. El resto de la historia de Black Sabbath es interesante y llega hasta el 2017, pero nunca superó en impacto a los hechos de 1970.

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