José Andrés es un niño dulce y bastante obediente, según su madre. “Pero cuando se enoja, sí que llora y grita”.
Para calmarlo, su progenitora le pide que respire y luego se encierran -a solas- en uno de los dormitorios de la casa.
“Salimos cuando deja de llorar”, afirma esta mamá. Una vez calmado, “le digo que las cosas se resuelven hablando. También le explico que es bueno llorar”.
Los niños reaccionan así, cuenta Julieta Arroyo, experta en Neuroeducación, cuando se frustran.
“Quieren algo y no lo obtienen. Las cosas no salen según lo planeado. Hay ‘peques’ perfeccionistas”.
José Andrés es uno de ellos. Él se frustra cuando, por ejemplo, pinta por fuera de los márgenes o cuando no logra ubicar adecuadamente (según el tamaño) a sus muñecos. Lo intenta una y otra vez, hasta que el enojo se apodera de él.
Manejo de emociones
Para evitar que la frustración haga de las suyas es necesario enseñarle al niño a gestionar las emociones, validando cada una de ellas, pues de acuerdo con Nataly Briones, directora del Centro Terapéutico Infantil Mentes Brillantes, todas son importantes.
“No podemos invalidar a ninguna de ellas porque después los niños simplemente se bloquean”.
¿Cómo se hace? “Con el ejemplo”, afirma Arroyo. En momentos de crisis, los padres de familia deben canalizar sus emociones; pensar antes de actuar.
“Los niños nos imitan. Ellos miran nuestro comportamiento. Por eso es necesario manejar las emociones frente a los hijos”
Esa sugerencia aplica, incluso, mientras se observa un partido de fútbol o se conduce. Hay padres y madres que -tras un incidente- recitan palabras subidas de tono, las mismas que, se si repiten constantemente, podrían formar parte del vocabulario de los ‘peques’. Ese comportamiento, con seguridad, les traerá malos momentos en la escuela y en su vida adulta.
Padres permisivos
De acuerdo con Arroyo, los niños que se frustran con facilidad son aquellos que tienen padres muy permisivos y sobreprotectores. “Cuando quieren poner límites surgen los problemas. También, cuando los tutores son demasiado exigentes”.
Para que los niños aprendan a canalizar las emociones es necesario darles espacio, como el que tiene José Andrés, en su vivienda.
Es un ‘momento’ para desfogar, pero también para reflexionar sobre el comportamiento. “Una vez que el niño se haya expresado, los padres deben llamar al diálogo” para hacerle comprender que las cosas no siempre resultan como se las planifica, que hay que tener paciencia y ser tolerantes.
Eso, precisamente, hace Samanta con Francesca, su pequeña hija de 2 años. “Cuando se molesta yo le hablo y me entiende muy bien. A veces, como es pequeña, la distraigo con juguetes, le leo cuentos o la llevo a caminar. Eso la regresa a la calma”, menciona.
Las estrategias
El contacto con la naturaleza es una de las recomendaciones de Julieta Arroyo, para conducir al niño a la calma. La cercanía con árboles y animales trae paz.
También funcionan los abrazos, como los que ella ‘regala’ a los niños que asisten al Centro de Desarrollo Infantil Leibniz. “Antes les pido que tomen un poco de agua”.
Un niño que no aprende a gestionar las emociones, recuerda Briones, puede convertirse en un adulto impulsivo, como aquellos que, sobre un auto, tocan el claxon todo el tiempo o que rebasan por la derecha. También puede adoptar una personalidad pasiva–agresiva.
Son personas que se muestran retraídas y hasta tímidas, pero que en momentos complicados pueden volverse violentas y entrar en crisis de ansiedad, por ejemplo.
“Cuando veo a adultos con esas actitudes, inmediatamente me doy cuenta de que en la niñez les faltó gestionar las emociones”.
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