En Imbabura, un oso andino fue captado por una cámara en el momento en que consumía maíz de un cultivo local. El animal estaba bajo monitoreo. Foto: EL COMERCIO
Manuel Collaguazo miraba con terror, tras los arbustos, cómo un oso de anteojos se comía los restos de uno de sus toros. A su animal lo había buscado desde hace 15 días. El cuerpo yacía en un río que perfilaba la base de una quebrada, a unos 80 metros de su finca en Yunguilla (noroccidente de Pichincha).
Al sentir su presencia, el oso subió rápidamente a la cima de un árbol y nunca más regresó. El campesino volvió dos veces al lugar de la escena, donde unos huesos colgaban de las ramas de los árboles y el cuerpo inerte permanecía intacto desde la última vez que lo vio.
La finca de Collaguazo está a tres horas de Yunguilla. La propiedad se encuentra en una de las zonas con más montañas vírgenes del sector. En localidades como esta -alejadas de los poblados y rodeadas de bosque- suceden los conflictos entre gente y fauna, dice Víctor Utreras, coordinador del proyecto Paisaje-Vida Silvestre del Ministerio del Ambiente (MAE).
Los animales están cada vez más acorralados. Parece que no queda lugar en la Tierra donde el humano no pueda entrar. Un estudio de la organización Wildlife Conservation Society (WCS) demostró la semana pasada que un 75% del planeta está alterado por la actividad humana.
El avance en la frontera agrícola y ganadera, la deforestación por madera y la colonización humana generan conflictos entre humanos y fauna. Los animales silvestres pierden su hábitat natural y tienen menos acceso a comida, entonces invaden los cultivos, atacan al ganado y destruyen propiedades.
El oso andino pierde cada año 4% de su territorio en Sudamérica, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. En la Amazonía ecuatoriana el rango de distribución del jaguar se redujo en un 30% y el hábitat del cóndor disminuye 0,8% anualmente, según la WCS.
Hace 30 años, en Yunguilla los conflictos entre fauna y gente sucedían casi mensualmente. Era un pueblo que se dedicaba al carbón. Deforestaban montes enteros para quemar la madera o cultivar maíz. Es por ello que matar a un oso, para evitar que ingrese al cultivo, era común.
En la última década los conflictos con osos, lobos o pumas se han reducido a menos de uno al año. La comunidad ha optado por la conservación. Aquí se desarrollan proyectos como el Corredor del Oso Andino o ecoturismo.
Infografía sobre las provincias en conflicto con la fauna.
En su momento, Collaguazo tuvo miedo y furia: había perdido unos USD 1 200. Ahora reflexiona: “hay que entender que nosotros nos metimos al área de ellos”. Él quiere adaptarse a la forma de vida de los animales y aprovechar el turismo que estos generan.
No todos piensan como Collaguazo. Este tipo de conflictos amenaza a muchas especies en peligro de extinción. Luego de un ataque a sus propiedades, las personas se arman con fusiles y salen en busca del “culpable”, por venganza y temor. Tal fue el caso en Imbabura y Carchi, donde Andrés Laguna, quien estudió los conflictos del oso en estas provincias, evidenció la cacería de ocho individuos desde el 2009 hasta el 2013.
Otro ejemplo está en el Valle de Quijos y el Chaco. José Onofa, técnico del MAE del Napo, estima que entre 2010 y 2015, 10 osos de anteojos desaparecieron de la zona, probablemente por cacería.
Las pérdidas económicas han sido un problema en estos sectores.
Onofa dice que en el 2014 se registraron ataques de osos a un promedio de 50 vacas. Cada res puede costar entre USD 500 y USD 800, lo cual significa que se perdió alrededor de
USD 35 000. En el 2015, cuando se introdujo un buen manejo del ganado, la fauna afectada se redujo a 15 vacas.
Un buen manejo se refiere a cercar los cultivos y potreros, a mantener los animales cerca de las viviendas, a controlar el ganado, a no abandonar individuos muertos, entre otros. Así lo explicó Roberto Márquez, de la WCS durante el Congreso Internacional de Manejo de Fauna Silvestre en la Amazonía y Latinoamérica, realizado en la Universidad San Francisco de Quito (USFQ). Él describió un típico caso: las vacas salen del potrero, entran al bosque, caen por una quebrada y mueren. Atraído por el olor, el oso sale a comer.
Ha pasado un año desde que Collaguazo presenció la escena aterradora y aún permanece la duda: ¿el oso mató al toro?
Varias evidencias demuestran lo contrario. Unos meses más tarde de lo ocurrido, su hermano tuvo un encuentro parecido, aunque esta vez la vaca había muerto por una enfermedad. Nunca hubo rastro de que el oso había atacado al toro, más bien parecía que había caído por el barranco.
“Es muy extraño que el oso de anteojos coma carne”, dice Márquez. Es la segunda especie de úrsido más herbívora después del panda.
Los expertos aún no saben a qué se debe este comportamiento. Puede ser genético o por falta de alimento. Quizás también después de probar a un animal muerto buscarán más individuos, pues es un alimento que les sacia y no requiere de mucha energía para conseguirlo. Ideas como estas sugirieron los especialistas durante un conversatorio sobre conflictos fauna-gente en el congreso de la USFQ.
Lo cierto es que, según Márquez, en el momento en que le cueste al oso u otro animal silvestre conseguir una vaca o un vegetal, van a tener que buscar otro alimento. Ahí radica la importancia de proteger los cultivos y los potreros.
Entre las alternativas que esgrimen los expertos se encuentra la educación ambiental y el seguro ganadero. Recomiendan la creación de leyes que sancionen la caza de animales silvestres.