¿Es el papa Francisco comunista?

El papa Francisco asiste a la audiencia general en la sala Paulo VI, en la ciudad del Vaticano, el 21 de octubre del 2020. Foto: EFE

Un mundo que luego del covid-19 sea menos populista, menos capitalista, más fraterno, que acepte al migrante y reduzca la exclusión es el anhelo del papa Francisco en la encíclica dedicada a la fraternidad humana y a la amistad social, que emitió a inicios del mes y por la que ha sido acusado de socialista, comunista y marxista.
Entre nosotros, ha sido el amigo Alberto Acosta-Burneo quien en su cuenta de Twitter (@Albertoacostab) el 11 de octubre dijo (y reproduzco sus mayúsculas y minúsculas): “PAPA MARXISTA ataca a la propiedad privada porque cree que así beneficia a los pobres… REALIDAD: Los países con MAYOR respeto a la propiedad privada son los que han logrado MEJOR NIVEL DE VIDA Y DESTERRAR A LA POBREZA”. Pone luego un #NoSocialismo con etiqueta y un enlace a un artículo de opinión aparecido en el portal Infobae: ‘El papa Francisco y la tragedia de los comunes’, del economista argentino Alberto Benegas Lynch.
El análisis no puede ser más superficial. Me temo que tanto Benegas como Acosta-Burneo no han leído la encíclica en su totalidad. Porque el primero reduce a una sola idea un documento formidable y complejo, de 123 páginas, con 287 párrafos numerados y centenares de citas, en el que el Papa trata de una variedad de tema sociales. Y el segundo se lo compra, sin ver la mercadería. Dice el argentino: “Dejando de lado generalidades y lugares comunes, el eje central de este mensaje pastoral consiste en un consejo referido a la propiedad privada al efecto de lo que el Pontífice estima es el camino para lograr el bienestar espiritual y material de todos los seres humanos. Pues yerra y se aleja grandemente del blanco, ya que sus consejos indefectiblemente conducen a la miseria, muy especialmente de los más vulnerables. Descuento que esas no son sus intenciones, pero ese es el resultado cada vez que se adoptan recetas como las sugeridas en el documento en cuestión”.
Ese no es “el eje central” de la encíclica ni mucho menos. Es fácil hacer un hombre de paja para atacar un formidable escrito cuya riqueza no puede ser calificada de “generalidades y lugares comunes”. Pero concedamos por un momento que ese es el eje central. ¿Qué dice el Papa? Cito todo
el párrafo 120:
“Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras (…) cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada». El principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social», es un derecho natural, originario y prioritario. Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, «no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización» (…) El derecho a la propiedad privada solo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica”.
Hasta aquí el Papa. Son palabras fuertes y claras, sin duda. Francisco utiliza varias citas entre comillas. ¿Son palabras del Papa “marxista”? No, salvo las que se refieren a la tradición cristiana, que es una cita de su propia encíclica Laudato si’, de hace cinco años. Las demás son de predecesores suyos. Las primeras, aquellas que Francisco “hace suyas” y “vuelve a proponer a todos”, son de san Juan Pablo II, en la encíclica Centessimus annus. También es de Juan Pablo II, en su encíclica Laborens excersens, aquello de que “el primer principio de todo ordenamiento ético-social” es el del uso común de los bienes creados para todos. La de que todos los derechos, incluido el de la propiedad privada, no deben estorbar sino facilitar la realización integral de la persona es de san Paulo VI, en la famosa Populorum Progressio. De toda esta tradición es que Francisco concluye que “el derecho a la propiedad privada solo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados”.
Por lo tanto, si Francisco es marxista, también lo fueron los papas -hoy santos de la Iglesia Católica- Paulo VI y Juan Pablo II, que declararon al uso común de los bienes el eje central no de la encíclica sino de todo ordenamiento ético-social.
Y que recuerde esta doctrina social es lo que ha molestado a Acosta y a Benegas. No son los únicos, por cierto, en calificar a Francisco de marxista o cercano al marxismo. La derecha estadounidense, entre ellos muchos católicos seguidores de Trump, le llaman “the Commie Pope”. Mientras en América Latina, en el PanAm Post, un medio de extrema derecha, un señor Martínez, muy suelto de huesos, dice que “Jorge Mario Bergoglio” está “más cerca de Karl Marx que de San Francisco de Asís” y que la encíclica es “socialismo puro”.
Lo que el papa Francisco propone en esta encíclica, que es una nueva “Pacem in terris”, como lo dijo Massimo Borghesi, uno de los más originales filósofos contemporáneos de la religión, lo resume él mismo al inicio: “un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras. Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad”.
Francisco se inspiró en san Francisco de Asís y la firmó sobre su tumba el 3 de octubre. Pero en un importante signo de apertura a los musulmanes, también declara que otra fuente de inspiración fue el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, con quien se encontró el año pasado en Abu Dabi y con el que declararon que Dios “ha creado a todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir
como hermanos”.
Narra el Papa que “cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia del covid-19, que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades”, frente a lo cual “se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente” y ello “a pesar de estar hiperconectados”. Apunta desde los primeros párrafos a la necesidad de cambiar las reglas de la cooperación internacional, pues no se trata solo de hacer mejor, de funcionar mejor, lo que ya se hacía antes.
Un documento digno de mejor análisis
Las encíclicas son documentos sobre cuestiones importantes, y el actual Papa ha sido más bien parco en emitirlas (aunque, en cambio, ha emitido decenas de Constituciones Apostólicas y Exhortaciones Apostólicas, documentos igualmente importantes): esta es su tercera encíclica, tras Lumen Fidei (junio del 2013) y Laudato si’ (mayo del 2015) en sus siete años de papado.
El título oficial es ‘Carta Encíclica Fratelli Tutti del Santo Padre Francisco sobre la Fraternidad y la Amistad Social’, y tiene una introducción y ocho capítulos.
Mirando el pie de página, se puede advertir la gran cantidad de citas, que recogen muchos hitos de su pontificado en una especie de gran síntesis y testamento magisterial. Allí aparecen lugares como Abu Dabi, Hiroshima, La Habana, Sarajevo, Nueva York, Estrasburgo, Río de Janeiro, Quito, Jerusalén. Al mismo tiempo, retoma su costumbre de citar enseñanzas de distintas Conferencias Episcopales de los cinco continentes, asumiendo así en su magisterio papal el magisterio de los obispos de todo el mundo.
Por supuesto que el Papa condena el neoliberalismo, el consumismo, la globalización despiadada, el liberalismo económico a ultranza, el control de las grandes compañías digitales sobre la población y la información, y clama por acoger a los migrantes, integrar a los excluidos, no considerar a nadie descartable y construir puentes entre grupos, países y continentes, a partir de un humanismo basado en la dignidad humana.
Fratelli tutti merece un análisis mucho más largo y detenido. Y, por supuesto, que quienes discrepen con esta encíclica la lean en su integridad, sin prejuicios y con buena voluntad.
Escritor, periodista.
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