59 mujeres éperas tejen sus canastos en Esmeraldas

Las éperas tejen carteras, canastos y otros productos con el chocolatillo, una fibra que crece en Santa Rosa. Foto: Marcel Bonilla/ EL COMERCIO.

Las éperas tejen carteras, canastos y otros productos con el chocolatillo, una fibra que crece en Santa Rosa. Foto: Marcel Bonilla/ EL COMERCIO.

Las éperas tejen carteras, canastos y otros productos con el chocolatillo, una fibra que crece en Santa Rosa. Foto: Marcel Bonilla/ EL COMERCIO.

Las mujeres éperas trabajan desde hace cinco años en una asociación conformada por 59 socias, con la finalidad de conservar sus tradiciones mediante la elaboración de artesanías en la comunidad de Santa Rosa, en el norte de Esmeraldas.

El chocolatillo es una fibra que viene en varios colores y se produce también en la zona de Santa Rosa. Las mujeres son las encargadas de extraer este insumo y luego someterlo a un proceso de preparación. Finalmente, se usa la fibra para tejer llamativos canastos a mano. Dependiendo del tamaño y de la elaboración, el costo puede ir entre USD 3 y 25.

Mariana Chiripúa, una de las socias, aprendió a tejer desde los 5 años de edad, bajo la tutela de su madre. Con ella permanecía hasta cinco horas dedicada a esta actividad. Los canastos que elaboraban servían para guardar la ropa o las frutas que cosechaban en el campo, junto a su familia.

Los canastos también eran utilizados para cargar pescado, tras largas jornadas de trabajo en el río. Otros transportaban en ellos la carne de monte. Se conoce así a la carne que obtenían luego de cazar animales en las zonas boscosas, para alimentar a las familias.

Ahora, ese mismo tipo de canastos han pasado de ser un objeto utilitario a convertirse en un atractivo para los turistas que visitan la zona.

De la demanda que haya en el mercado depende la producción de las artesanías. Estos canastos se han popularizado poco a poco y ahora también son solicitados en Quito. Aunque no se piden grandes cantidades, con el tiempo han mejorado las ventas y las indígenas obtienen algo de rentabilidad por su trabajo.

En la comunidad de Santa Rosa, las mujeres tienen 7 hectáreas que han destinado al cultivo de esta fibra, que es su materia prima. Esta es su forma de conservar tanto la tradición como el material que permite garantizar la producción de sus trabajos.

Generalmente, el chocolatillo se produce bien en aguas ‘injertas’, es decir, dulce y salada. Por eso, en las zonas más bajas de la comunidad es donde existe una mayor producción de la fibra. Allí es en donde se mezclan el agua de mar con la del río Cayapas, en la localidad de Borbón.

Para mejorar la presentación de sus artesanías, las mujeres han elaborado un catálogo en el que constan 29 diferentes diseños elaborados con este material. Esta incluye bolsos, carteras, tapetes, floreros, paneras. La mayor parte de sus trabajos se realiza bajo pedido y a gusto de los clientes.

Una de las cosas que caracterizan a las artesanías de los éperas es la mezcla de los colores usados en sus trabajos. Predominan el negro, los tonos rojizos, el amarillo, café y el ladrillo. Esos colores que son naturales, también se combinan con los de la piquigua. Se trata de otra fibra natural, especialmente utilizada por los integrantes de la nacionalidad Chachi. Su presencia es mayor a lo largo del río Cayapas.

Elena Chirimía, socia de la organización, dice que la coloración de la fibra es natural y que esta tiene sus matices. Se evidencian cuando se hierve la fibra, antes de la elaboración de las canastos.

“Nuestros ancestros nos inculcaron la importancia de conservar lo nuestro y darlo a conocer. Por eso trabajamos en la producción artesanal desde nuestras comunidades”, señala.

Carmen Chirimías, presidente de la Asociación de Mujeres Emprendedoras, dice que en su comunidad -que está a 15 minutos de la parroquia Borbón por vía fluvial- se trabaja en los portales de las casas, frente al río.

Las indígenas elaboran sus productos y buscan mercados para colocarlos. Con el dinero obtenido financian los estudios de sus hijos dentro y fuera de la comunidad, cuenta.

Toda la actividad ha sido desarrollada con sus propios recursos económicos y bajo el asesoramiento de la Dirección de Fomento Productivo de la Prefectura de Esmeraldas. Esta unidad ayudó en el etiquetado de la marca K’Oraa.

Cecibel Hernández, directora de Fomento Productivo, dice que con las mujeres de la nacionalidad Épera se ha trabajado en capacitación sobre temas como la apertura de mercado, presentación de productos, el diseño de catálogo y ferias de integración.

Ahora apoyan en el proceso de legalización de la organización de mujeres indígenas. La idea es que consigan el acceso a créditos. Así buscan impulsar esta iniciativa y ampliar su mercado en el país.

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