Según estadísticas del Municipio de Quito, 8 de cada 10 mujeres aseguran sentirse inseguras de utilizar el transporte público en la capital. Foto: Archivo.
Para muchas mujeres quiteñas, una actividad cotidiana como tomar el bus o salir a la calle puede convertirse en una situación desagradable. Según cifras del Municipio de Quito recogidas por la agencia EFE, 80% de las quiteñas siente miedo al usar el transporte público, mientras que un 68% de mujeres ha sido víctima de acoso callejero.
El caso de Quito no es aislado. El acoso sexual callejero afecta la cotidianidad de las mujeres en ciudades de todo el mundo. Estos actos las obligan a modificar sus patrones de conducta, vestimenta y horas de transitar por el espacio público para evitarlo.
Así lo afirma la antropóloga María Amelia Viteri, quien junto a Naciones Unidas coordinó el estudio ‘Ciudades Seguras para Mujeres y Niñas’. La investigación arrojó como uno de los resultados que las mujeres intentan terminar antes sus jornadas, buscar personas que regresen con ellas y evitan frecuentar parques y sitios públicos para no ser acosadas.
Cristina Proaño tenía 12 años cuando un desconocido que transitaba por la calle se acercó y tocó su seno, eran las 16:00 y ella estaba sola. El incidente tuvo lugar cuando regresaba de su colegio a su casa, ambas ubicadas en el sector de El Recreo (sur de Quito). Su vivienda estaba a pocos metros de donde fue abusada por lo que corrió a ella. Cuando sus familiares salieron en búsqueda del agresor no lo encontraron.
Según cuenta, años después del incidente todavía le estorbaba que la gente le mirara los pechos. “A pesar de que sabía que él era un enfermo, me sentía culpable por tener senos. Odiaba que en eventos como conciertos la gente se acerque a mí, porque creía que todos tenían las mismas intenciones”, cuenta.
Viteri asegura que, además de un sentimiento de inseguridad, la baja autoestima es consecuencia del acoso callejero. Contrario a lo que los acosadores puedan pensar, los comentarios que reciben las mujeres en las calles hacen que se sientan degradadas, tal y como le sucedió a Proaño, por tener un cuerpo que es leído como femenino.
El problema del acoso sexual callejero se ahonda en lugares altamente transitados, como el transporte público, y aún más en horas pico. Valentina Ortiz de 22 años lo sabe, hace dos años fue víctima de un abuso que, de todos los que ha recibido, es el que más la ha marcado. Eran las 18:00 cuando tomó un bus para regresar de su universidad a la Av. Eloy Alfaro.
Junto a ella se sentó una persona a quien ella describe como “un viejo verde, grosero, que simulaba estar borracho”. El hombre empezó a recostarse en Ortiz quien se vio arrinconada contra la ventana del bus. “De repente me empezó a poner las manos en las piernas, a tratar de cogerme los pechos y yo me puse a gritar”, recuerda.
Una señora acudió al asiento para ver qué sucedía y empezó a insultar al agresor. Fue entonces cuando el controlador y el conductor detuvieron el vehículo para bajarlo. Esa noche, la joven llegó a su casa y les contó a sus padres lo que había sucedido. Se negaba a usar el transporte público, hasta ahora tiene miedo de hacerlo. “Cuando no me queda de otra, trato de pararme y recostarme contra los asientos, irme hasta el final o pararme cerca de un grupo de mujeres, me da miedo”.
Viteri afirma que el acoso callejero no existe en sociedades en donde las relaciones de poder entre hombres y mujeres son más equitativas. Ejemplos concretos son la ciudad de Washington y Holanda. “El acoso sexual es una manifestación más de una sociedad patriarcal, heteronormada, desigual y jerárquica”, asegura.
Según la experta, este tipo de violencia no es aislada, pues el piropo no deseado puede llegar a la violencia física e incluso a un abuso sexual. Estas estadísticas se replican en otros países como Perú.
Según la antropóloga María Amelia Viteri, las conglomeraciones en horas pico favorecen el acoso en el sistema de transporte público. Foto: Eduardo Terán/ EL COMERCIO.
Pero detrás de esto se esconde un problema de desigualdad mayor, según Viteri. Esto porque este tipo de violencia de género hace que las mujeres piensen más de dos veces en salir solas después de que se pone el sol.
“Tienes miles de mujeres que están dejando de estudiar, de mejorar su vida por el acoso callejero”, asegura. Esto porque cuando las mujeres que trabajan quieren estudiar también en la noche o asistir a alguna actividad cultural no lo hacen, pues estos eventos suceden después de las 17:00.
Proaño recuerda que luego de ser agredida, mientras corría, regresó a ver “para asegurarme de que no me siga. Él me regresó a ver con la risa más macabra de la historia, como si mi seno hubiera sido su trofeo”.
Viteri explica que lograr un cambio en la sociedad es mucho más difícil y que se pueden buscar soluciones tanto a corto como a largo plazo. Una de las primeras podría ser aumentar el número de buses para evitar las conglomeraciones de gente que favorecen el acoso. Sin embargo, esto no solucionaría los ‘piropos’ indeseados que recibe una mujer que transita por la calle.
“Lo que tiene que cambiar es la estructura desigual y la valoración peyorativa de las mujeres, ese estereotipo de que son cuerpos accesibles”. El acoso callejero se sustenta en desigualdades históricas entre hombres y mujeres que vienen dados por estereotipos culturales con los que las personas se forman. “Son cambios de largo plazo que hay que continuar fortaleciendo para que los niños de hoy no sean los acosadores de mañana”, concluye.