Carlos Marx, Federico Engels, Lenin (Vladímir Ilich Uliánov) y José Stalin, en un afiche propagandístico de 1933 sobre la revolución de 1917 en Rusia, ya entonces URSS. Foto: Gustavs Klucis (1895-1938)/Wikimedia Commons
Hace un siglo triunfó la Insurrección Rusa, que se conoce como la Revolución del 24 de Octubre de 1917. Fue llamada de esta manera porque el calendario juliano, que entonces empleaban los rusos, estableció tal fecha como el momento de la sublevación, no obstante que, de acuerdo con nuestro calendario gregoriano, la mentada revolución ocurrió el 7 de noviembre de 1917.
Los antecedentes de la Revolución Rusa están vinculados a la desigualdad social y a la explotación del pueblo perpetrados por el imperio Zarista, entonces bajo el mando de Nicolás II. Asimismo, a la Primera Guerra Mundial, que causó graves reveses a las tropas rusas, además de decenas de miles de muertes en su frente.
Otro factor fue la movilización de las masas de trabajadores y de campesinos que paulatinamente se habían ido organizando alrededor de ideas radicales de cambio, en cuyo contexto, y a pesar de la abdicación del Zar -en marzo de 1917- y de la conformación de un bierno de transición -del cual la figura más importante fue Kerensky- el sector más incisivo del cambio -el bolchevique- logró consolidar su hegemonía bajo la dirección de Vladimir Ilitch Ulyanov (Lenin).
Se dio paso a un Gobierno que intentó representar los intereses de los trabajadores urbanos y rurales que, además, habían pugnado porque Rusia abandonara el frente militar y promoviera la paz en la región.
En el mundo occidental, debido al mensaje de los líderes rusos que habían derrumbado el orden bajo la argumentación de la construcción de un modelo socialista, el triunfo de la Revolución Bolchevique fue percibida como la victoria de los sectores más desposeídos de esa sociedad y, concomitantemente, se identificó al régimen que surgió después de las jornadas que se suscitaron a lo largo de 1917, como un Gobierno en el cual el poder del pueblo se había consolidado.
En esta trabazón de circunstancias históricas, en América los dirigentes sociales y políticos y, particularmente, los núcleos de intelectuales de aquellos años, observaron el proceso ruso con enorme expectativa. Aquello ocurrió, además, porque los textos de los ideólogos de la revolución rusa -que llegaron a nuestra región andina tardíamente, a contrapelo de lo que sucedió en el sur del continente americano gracias a la presencia en esas tierras de anarquistas migrantes europeos- comenzaron a ser conocidos y estudiados con verdadero interés.
En el Ecuador, a inicios de la década de los años veinte, empezaron a circular textos de Marx, Lenin, Engels, Bebel, Labriola, Lafarge, entre otros, así como algunos de los estudios históricos referentes al proceso ruso. Las librerías Sucre y Española, de Quito y Guayaquil, respectivamente, se convirtieron, por la razón señalada, en lugares de visita de los intelectuales ecuatorianos de la época, pues allí se podían encontrar libros referentes a los sucesos de ese inmenso país que, desde 1922, se denominó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas(URSS).
De esta manera, comenzó a vivirse en nuestro país un proceso de receptividad de los hechos en Rusia, asunto que se expresó, entre otras cosas, en la fundación de núcleos de intelectuales en cuyo interior afloró -por la circunstancia anotada, así como por otras razones propias de la realidad local- la búsqueda de la interpretación adecuada de la revolución, el debate de ideas al calor del pensamiento crítico y, en todo ese contexto, el denuedo por construir una sociedad justa se volvió no solo un tema recurrente sino una determinación en la vida nacional.
En efecto, el 16 de septiembre de 1924 se fundó en Quito el Grupo Antorcha, que publicó un semanario –La Antorcha–
mismo que circuló por primera ocasión el miércoles 31
de diciembre de 1924; en octubre de 1924 se constituyó en la ciudad de Otavalo la Liga José Vasconcelos, que puso en circulación en enero de 1925 un periódico quincenal llamado Adelante, mientras que en Loja se fundó, en noviembre de 1925, el grupo Vanguardia. Todos estos grupos trataron con pasión los sucesos en Rusia a partir de 1917.
Estos grupos concentraron a su alrededor a importantes intelectuales de la época. En Antorcha estuvieron Ángel Modesto y Ricardo Paredes, César Carrera Andrade, Leonardo Muñoz, Néstor Mogollón, Delio Ortiz, Gonzalo Pozo, Hugo Alemán, Julio Peñaherrera y Augusto Arias. El mentor de la Liga Vasconcelos fue Fernando Chávez, a quien acompañaron Víctor Alejandro Jaramillo, Víctor Gabriel y Enrique Garcés, Miguel Valdospinos, Luis Enrique Cisneros, Aurelio Ubidia, José Narváez, Francisco Moncayo, Luis León, Alfonso Rodríguez, Carlos Almeida y Carlos Chávez.
En Vanguardia estuvieron Pedro Víctor Falconí, Alfredo y Miguel Mora Reyes, Salvador Hidalgo, Manuel Agustín Aguirre, Serafín Gómez, Samuel Salcedo, Luis Ochoa, Agustín Paladines, Víctor Carrión, Clotario Maldonado, Agustín Cueva, Francisco Pérez, Carlos Hidalgo, Segundo Cueva, Eudoro Bermeo y Rafael Ortega.
Empero, la presencia del estalinismo en la URSS -posteriormente a la muerte de Lenin en 1924 y cuando en Ecuador se había favorecido, directa o indirectamente, la fundación en 1926 del socialismo ecuatoriano- abrió un boquete ideológico y político en la actividad intelectual: gran parte de los intelectuales citados en líneas precedentes persistieron en el estudio de las más profundas raíces del Ecuador para construir un futuro emancipador, mientras unos pocos consideraron que las consignas externas -las de la internacional comunista- podría ser el eslabón para avanzar en la búsqueda de una nueva sociedad. La asimetría fue evidente. En la década de los años treinta, esta polarización se materializó con la organización del partido comunista del Ecuador, supeditado a los intereses de la Internacional dirigida desde Moscú.
La Revolución Rusa dejó profundas huellas en el desarrollo de las ideas de los años veinte en nuestro país. Los desencuentros entre los intelectuales -así como en algunos núcleos políticos- también ocurrieron a consecuencia de esa misma influencia que, debemos reconocer, atravesó gran parte del siglo XX.