Mujeres armadas de Yemen participan en un mitin contra las operaciones militares dirigidas por Arabia Saudita y respaldadas por EE.UU. Yahya Arhab / EFE
Los tambores de guerra parecen sonar más fuertes en la convulsionada Siria después de que el pasado sábado un bombardeo contra la ciudad de Duma matara a más de 40 civiles, a causa de una sustancia química.
Las amenazas del presidente Donald Trump sobre una eventual acción militar contra el régimen de Bashar Al Asad pusieron a Estados Unidos y Rusia ante el más elevado riesgo de enfrentamiento desde la Guerra Fría. Desde hace siete años, Siria está inmersa en una encarnizada guerra civil que se ha cobrado la vida de 350 000 personas y ha obligado a huir a 5,5 millones de ciudadanos a los países vecinos y a Europa.
El conflicto, que comenzó en marzo del 2011 como una revuelta popular reprimida sangrientamente por el régimen, se ha convertido en un vórtice global de violencia, un agujero negro que se traga a otras disputas y que involucra a numerosos actores, como Turquía, Irán, Francia, Reino Unido…
Expertos creen que esta crisis ha acabado por transformarse en una de las mayores catástrofes de la historia reciente y tiene un gran impacto en la democracia global. Otros analistas sostienen que Siria ya es un Estado fallido y que será muy difícil que deje el caos.
Pero este no es el único caso. En las últimas décadas ha aparecido una nueva categoría de países, los Estados fallidos, debido a las experiencias vividas en Somalia, Libia, Sudán, Yemen, Congo, Afganistán, Iraq, Haití, Zimbabue, Etiopía y últimamente Venezuela.
Una mujer congoleña, desplazada por la cruenta guerra civil, intenta construir un refugio improvisado en un campamento en Bunia. John Wessels / AFP
Caracterizados como Estados que no pueden desempeñar sus funciones habituales con normalidad o hay falta de control y seguridad dentro de su territorio, se han convertido en refugio del crimen organizado y del terrorismo por la anarquía que reina en ellos, a la vez que un riesgo para la comunidad internacional.
Al hablar de Estados fallidos, lo normal es que se asocie el término a países devastados por la guerra, dictaduras que oprimen a un sector de la población o lugares azotados por desastres naturales de enormes proporciones. Sin duda, estos elementos suelen estar asociados a un Estado fallido, pero este término no está exento de polémica por su discriminación hacia los países calificados como tales y por ser utilizado como justificación de intervenciones extranjeras, explica el politólogo estadounidense Trajan Shipley.
Desde el 2005, la fundación Fund for Peace, con sede en Washington, publica el Índice de Fragilidad de Estados (FSI, por sus siglas en inglés) que recogeinformaciónde 178 países.
Fund for Peace señala que los Estados frágiles poseen una serie de características o atributos en común: pérdida del control físico del territorio o del monopolio del uso de la fuerza; erosión de legitimidad de la autoridad de turno para llevar a cabo decisiones colectivas; no provee ni puede proveer servicios básicos, presenta altos niveles de corrupción y de criminalidad, así como una marcada degradación económica. También, incapacidad de interactuar con otros Estados como miembro propio de la comunidad internacional.
En el Índice del 2017, Sudán del Sur ocupó el primer puesto y Finlandia continúa manteniendo su posición como el país menos frágil del mundo.
Sudán del Sur volvió al lugar número uno, en medio de la creciente inseguridad alimentaria, el conflicto entre los partidarios del presidente Salva Kiir y el vicepresidente Riek Machar, los informes de limpieza étnica y las elecciones suspendidas.
La ONU alerta de que la mitad de la población de Sudán del Sur podría verse forzada a huir de sus hogares durante este año por el conflicto armado, lo que lo convertiría en la segunda peor crisis de refugiados después de la provocada por el genocidio de Ruanda.
Si las cosas no cambian antes de final de año, habrá más de tres millones de refugiados.
Somalia se ubicó en el segundo lugar por sus altos índices de inseguridad, pobreza y legitimidad estatal. Tal es el fracaso del Estado, que se formó dentro de él otro, que se autodenomina República de Somalilandia que, aunque no es reconocida internacionalmente, tiene Constitución, bandera y moneda propias.
Los países restantes en la categoría Alerta Muy Alta incluyen la República Centroafricana, Yemen y Siria, que enfrentan diferentes ciclos de conflicto y violencia, lo que lleva a una gobernabilidad débil y niveles de intervención externa.
Etiopía, México y Turquía registraron el mayor empeoramiento. Varios países desarrollados también registraron notables puntajes de deterioro en ciertos indicadores, en particular en Estados Unidos y Reino Unido, que experimentaron campañas políticas altamente divisivas durante el 2016, que devinieron en la elección de Donald Trump y en el triunfo del Brexit.
En las tendencias a largo plazo del FSI también han elevado la alarma sobre varios países, en particular Sudáfrica y Senegal, para los cuales las condiciones que podrían precipitar la inestabilidad han empeorado significativamente.
Investigadores señalan que el término Estado fallido también se aplica a un gobierno central cuando las instituciones y estructuras de poder encargadas de mantener el orden y el imperio de la ley han colapsado, un proceso que usualmente está acompañado por una escalada de violencia.
En la región latinoamericana, ¿Venezuela califica como un Estado fallido? El historiador y periodista Carlos Aguilera cree que sí. “Venezuela es la Zimbabue caribeña, por sus similitudes entre gobiernos autoritarios y opresores y que violan la Constitución para ejercer poderes supremos”.
Este país está aquejado por no pocos males: violaciones de derechos humanos, economía recesiva e inflacionaria, altos niveles de pobreza y desigualdad, expropiación y estatización de empresas productivas. Como consecuencia, miles de venezolanos huyen diariamente de esta debacle.