Habitantes de Wayuri usan las semillas en sus artesanías

Luis Vargas corta con agilidad la chonta y da forma a pequeños cuchillos. También fabrica lanzas, bodoqueras...Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO

Luis Vargas corta con agilidad la chonta y da forma a pequeños cuchillos. También fabrica lanzas, bodoqueras...Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO

Luis Vargas corta con agilidad la chonta y da forma a pequeños cuchillos. También fabrica lanzas, bodoqueras...Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO

A mediados de agosto, las mujeres de la comunidad kichwa de Wayuri, a 16 kilómetros de Puyo, en Pastaza, se adentraron en el corazón de la selva para juntar las semillas que florecen en los árboles.

La recolección se realiza una vez al año; por eso sus viajes de dos días al interior del bosque son aprovechados para abastecerse de la suficiente materia prima que utilizarán en la elaboración y confección de brazaletes, collares, aretes, anillos, pulseras

Las artesanías se comercializan a los turistas que arriban a su comunidad. “En nuestros poblados las semillas de wayuro (combinación del rojo con negro), el hispapuru, el milin­shi y el caimito son las joyas que adornan los cuerpos de las mujeres y los varones indígenas amazónicos”, cuenta Olga Mocoshigua, moradora de la comuna Wayuri habitada por seis familias.

En el pueblo, de casas dispersas, edificadas con madera de chonta y otras especies y el techo de paja toquilla, funcionan los rudimentarios talleres artesanales dedicados a la confección de estas prendas para lucir. Hay que recorrer un tramo de la vía Puyo-Macas para llegar a la parroquia Vencedores.

La chonta es la materia prima de las artesanías. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO

Mocoshigua vive en una casa de una planta, que está a una altura de 1,5 metros del suelo, sostenida con pilastras de chonta. Dice que las semillas del wayuro son las más usadas, porque en su cosmovisión indígena quien las usa recibe buenas energías y protección del mal aire, especialmente niños y mujeres jóvenes.

Esta se combina con las pepas hispapuru y milinshi, que son más pequeñas y de color negro y café, respectivamente. “Antes teníamos que cocinarlos para que estuvieran suaves y hacer los huecos. Ahora es más rápido el proceso con un taladro”, asegura Mocoshigua.

Una vez secas son unidas y tejidas con el hilo de chambira, que se consigue de la fibra de las hojas de la palma; es similar a la pita plástica.

En un espacio de la vivienda funciona además el taller de su esposo Luis Vargas, que elabora cuchillos y bodoqueras o cerbatanas con la madera de palma de chonta. Además, tucanes, loras, ceniceros, lanzas y otros objetos artesanales que aprendió de su cuñado.

El trabajo comienza con la cosecha de la palma de chonta, corta y pone a secar durante una semana. Vargas asegura que es importante que la cosecha del árbol se realice en luna llena. Esto evitará que la palma se quiebre y sea más durable.

Con ayuda de un machete y una cierra metálica obtiene pedazos de madera y da forma a los cuchillos de chonta. “Trabajamos en el fortalecimiento de nuestros saberes, la idea es que no se pierdan en las comunidades. Los niños también aprenden, poco a poco”.

A pocos pasos está el taller de Ana Flores. La joven aprendió esta técnica de sus abuelos y tíos. Ahora está dedicada a las artesanías. Con las ventas de los collares puede costear los gastos de alimentación y de vestuario de su hija.

Flores, de 22 años, cruza las semillas con el hilo y da forma a los collares que cuando son del jefe están decorados con dientes de puma o huesos de boa. 

Vargas es el jefe del pueblo y lleva un gran collar en el cuello. Comenta que los elementos de su adorno representan el poder en la comunidad. “El jefe es elegido una vez y solo es sustituido después de su muerte”, asegura.

El centro poblado se puede recorrer en 10 minutos, también ofrece a los turistas caminatas por la selva o bailes ancestrales. En el mismo lugar elaboran con cerámica las mocawas, que son cocidas en hornos rudimentarios para la comercialización.

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