Luego de la faena, los pescadores como Carlos Pinargote se encargan de arreglar sus redes de pesca en el bongo. Foto: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO
La jornada parece ser extenuante para los artesanos que aún utilizan el bongo para pescar.
Con la ayuda de un remo y de un espinel con anzuelos, un pescador se tarda entre siete y 10 horas para que las especies lleguen a esa suerte de trampa.
Pero la faena en esta embarcación es una tradición para los montuvios y cholos de la provincia de Manabí y es por eso que se resisten a dejarla.
Los hombres del mar son pacientes al vaivén de las aguas del océano, que ni siquiera sienten el mareo y las náuseas que provoca el bamboleo.
Carlos Pinargote aprendió a pescar en un bongo hace 10 años, una tradición de su familia. En su natal parroquia San Mateo, en Manta, realiza esta labor desde las 04:00. La pesca que obtiene es poca frente al esfuerzo. Apenas consigue USD 20 en productos, que luego los vende en el mercado.
El bongo es una canoa de madera corta, pequeña y chata. Con cerca de cuatro metros de largo, 70 centímetros de ancho y 50 de profundidad, estas embarcaciones están a lo largo de las costas manabitas. Esta nave aún se utiliza en la mayoría de los pueblos pesqueros y en ella se puede alejar hasta cinco millas del borde costero.
La teca y cedro son las maderas que se utilizan para su construcción, mientras que los compartimientos se refuerzan con la estopa, que es la cáscara seca confeccionada en trenzas del coco y luego es cubierta con una masa de brea caliente. Así se evita que el agua se filtre dentro de la embarcación.
Ernesto López trabaja como pescador en la playa de Manta y contó que lleva 30 años pescando fuera y a orillas del mar con el bongo. Él no ha podido mejorar su implemento de trabajo, porque lo poco que hace solo le sirve para mantener a su familia. “Este es un oficio que aprendí de mi padre y lo he ido perfeccionando para mejorar un poco la pesca”.
Manuel Anchundia es un heredero de la pesca y habitante del cantón Jaramijó. Aprendió la pesca de su papá, quien es un pescador de cepa.
Este manabita navegó hasta hace tres años en un bongo. Pero debido a su estado de salud tuvo que dejar el mar y el bote se lo regaló a un hijo.
El pescador cree que los bongos en el cantón sobreviven por historia y tradición, y que no desaparecen porque aún toda la gente que pescó en estos botes sigue viva.
“Cuando dejemos de existir todos aquellos que montaron un bongo, todos aquellos que sacaron a su familia adelante con este trabajo y todos quienes pasaron toda su vida de trabajo en un bongo, ahí será el día en que estas embarcaciones dejen de verse”.
José Panta, de 75 años, fue pescador por muchos años. Sus últimas faenas las realizó en barcos, pero después no fue considerado para trabajar.
Es por eso que desde entonces utiliza un bongo para no perder la costumbre.
Panta vive en la parroquia Los Esteros, de Manta, desde donde camina en las mañanas hasta la playa Miramar, donde un bongo lo espera.
Cuenta que el trabajo es duro, sobre todo porque estas embarcaciones funcionan con remo y una vela.
El manabita asegura que no es lo mismo una lancha a motor que fácilmente puede ser manejada por el pescador.
A diferencia de un bongo se debe remar con fuerza para navegar. Si el viento está en contra hay que manipular la vela y continuar remando. Es mucho esfuerzo lo que se hace en un bongo.
Puerto
Los bongos están en su mayoría en el cantón Jaramijó. Ahí hay uno de los puertos de pescadores más grandes en Manabí.
Bongo
La construcción de estas embarcaciones se realiza en las zonas de los astilleros de Manta. Los hacen los pescadores y constructores.
Durabilidad
Un bongo puede tener una vida útil de hasta 40 años, luego se lo refuerza con fibra. Pero todo depende del mantenimiento.
Transporte
Estas embarcaciones son muy útiles para transportar personas a los muelles artesanales de San Mateo y Jaramijó.