A los 12 años, Nicolay Vásquez pisó un escenario por primera vez. Ahora tiene 15 y todavía recuerda cuando sus padres escuchaban folclor y bailaban de forma alegre en las fiestas familiares; fue entonces que se inclinó musicalmente por el género andino.
Siendo niño, no comprendía bien el significado de esas letras que hablaban de dioses ancestrales y cultivos sagrados. Sin embargo, los sonidos de la quena lo hipnotizaron y marcaron para siempre.
En la escuela se inscribió en varios cursos para aprender a tocar instrumentos andinos. Entonces se unió a la agrupación Libertad. A pesar de que es el integrante más joven, sus compañeros le guardan mucho respeto y admiran su trabajo.
Ya en el colegio, los ‘licenciados’ se enteraron de que era músico y lo empezaron a solicitar para que toque en los programas festivos de la institución educativa.
Con una sonrisa comenta que sí asiste a fiestas, pero extraña mucho su género, porque casi nunca es tomado en cuenta en las reuniones juveniles. Afirma que en general la música andina recibe muy poco apoyo.
Aconseja a los jóvenes que sienten pasión por la música folclórica, que experimenten y sigan sus sueños. A pesar de que sus padres no son músicos profesionales, siempre lo están apoyando. “Ellos (papás) me han enseñado que la música es algo serio y sano”. Sus familiares son sus principales fanáticos y siempre lo acompañan en las presentaciones.
Mientras sus compañeros de grupo se preparan para entrar al escenario, Nicolay se arma con dos quenas y empieza a caminar lentamente. Entonces, recuerda que cuando recién empezaba su carrera tenía muchos nervios…
Ahora, los sigue teniendo, pero todo el hormigueo termina, cuando su quena crece en la tarima con el sonido de los vientos andinos. En ese momento, el joven se funde con su instrumento y se convierte en un solo ente musical y poderoso.