El ícono. Elvis Presley protagonizó ‘Jailhouse Rock’ (El Rock de la Cárcel), en 1957. La canción homónima impulsó al rock’n roll. Foto: Archivo
En estos días, Estados Unidos y el mundo se estremecen por el envalentonamiento de los supremacistas blancos. Es una irónica coincidencia que esto ocurra justamente en el 40º aniversario de la muerte de Elvis Presley, el cantante que unió el country blanco con el blues negro y cambió la música popular para siempre.
Es verdad que en la década del 50, un blanco haciendo música de afroamericanos tenía más opciones de ser aceptado que un afro tocando música de blancos. Bill Haley tardó 10 años en encontrar un sonido que fuera reconocido para triunfar. Elvis tardó cinco minutos.
De todos modos, Presley enfureció al sector más conservador de EE.UU. con sus movimientos de cadera (lo llamaron ‘Pelvis’ Presley), con su voz, sus letras románticas y su rock’n roll.
Presley fue pionero en muchos aspectos pero el ámbito racial es el más trascendental. De adolescente prefería el blues y el jazz e incluso compraba su ropa en las tiendas para negros. En lo musical, tomó el R&B y lo deformó a su antojo, pero también hizo lo mismo con el country. En las primeras composiciones (álbum ‘That’s All Right’, 1954) mezcló estos dos géneros con tanta naturalidad como si hubiera sido lo común, pero era imposible que Presley no estuviera consciente de la revolución que armaba.
Sin Presley, el rock habría tardado en consolidarse porque artistas como Little Richard jamás habrían tenido una oportunidad en las radios comerciales si Elvis no hubiera triunfado primero.
Presley, con 665 grabaciones acreditadas, también es evocado por una carrera arquetipo de la estrella del espectáculo. Rodeado de mujeres que lo seguían por millones, nunca tuvo suerte en el amor. Su matrimonio con Priscilla Beaulieu le dio una hija, pero duró cinco años.
Tuvo un agente, el coronel Tom Parker, el paradigma del explotador que lo obligaba a filmar tres películas al año, lo que transformó en Presley en una deidad muy infeliz. Su mansión en Graceland también era su prisión. Buscó evadirse primero en lo espiritual y luego en el alcohol y las drogas. Se volvió obeso.
Sus últimos años y su muerte han sido motivo de debate y leyenda. Sus shows ya no eran presentaciones perfectas sino que intercalaba sus canciones con monólogos sin sentido, chistes y exhibiciones de karate. Lo increíble era verlo en el escenario cuando debía estar en el hospital. Y la muerte llegó el 16 de agosto de 1977, a los 42 años, justamente planificando una gira, con un infarto que lo dejó tendido en el suelo de su baño.
Hoy, la imagen de Presley se mantiene potente en lo comercial: el año pasado se recolectaron USD 26 millones por derechos. Sus artículos aún se subastan bien. Claro que persiste un estereotipo de Presley que es siempre recordado por el cine, pero el Elvis que vale la pena recordar es el otro, el que hizo posible que la música sea para unir y no para dividir.