‘Querido tío (…) no tiene idea la profunda satisfacción que me ha dado escribir la letra del himno que me fuera pedido de manera insistente por el doctor Nicolás Espinosa, a quien una y otra vez le manifesté busque otro autor por la cortedad de mi capacidad. En razón de su disposición me propuse redactar las estrofas inspiradas en la magnífica poesía del señor Olmedo. Vino la iluminación y de un solo brochazo escribí la letra, la cual fue revisada y cambiada en una que otra palabra…”. Estas líneas son parte de una carta es de Juan León Mera, escrita en abril de 1866.
Efectivamente, luego de que Juan León Mera, en ese entonces secretario del Senado, entregara el 26 de noviembre de 1865 la letra a Nicolás Espinosa Rivadeneira, presidente del organismo legislativo, este dispuso al general. Secundino Darquea, comandante del Ejército en Guayaquil, para que, a la brevedad posible, lo haga llegar al músico francés Antonio Neumane, a fin de que componga la música.
Neumane nació en la isla de Córsica (Córcega -Francia) el 13 de junio de 1818, de padres alemanes, quienes insistieron para que su hijo estudie medicina; sin embargo, Antonio prefirió la música viajando a Viena a pesar de la oposición sobre todo de su padre. Para 1837 ya era un prestigiado intérprete, por lo cual el propio emperador Fernando de Austria le otorgó una condecoración por su alta calidad artística.
Luego de enviudar, contrajo matrimonio con la soprano italiana Idálide Turrí, con quien tuvo una hija de nombre Nina. En 1838 ingresó a la Compañía de Ópera ‘Malibrán’ como arreglista musical y viajó a Sudamérica con su familia.
Cosecharon éxitos en Buenos Aires y Santiago de Chile, ciudad en la cual se instaló como director de bandas de música.
El historiador Rodolfo Pérez Pimentel asegura que “en una función de beneficencia dirigió a seis bandas de ejército al mismo tiempo y todas tocaron a la perfección”. Por ello, el Gobierno chileno lo premió, en 1839, con el nombramiento de Director del Conservatorio Nacional de Música.
En 1841 vino a Guayaquil con su esposa y demás miembros de la compañía de ópera que acababa de formar y como en el puerto no había teatro, ofrecieron nueve funciones en una casa particular. La señora Neumane cantó en Guayaquil de manera espléndida, ganándose la admiración del público. Había actuado “con voz firme, dulce a la vez y al mismo tiempo fuerte y sonora y de su acreditado gusto, poseía las más bellas aptitudes para aspirar al triunfo que acuerdan el estudio y el ejercicio del arte”, dice Pérez Pimentel.
En octubre de 1842 comenzó la epidemia de fiebre amarilla. Murieron tres miembros de la compañía, por lo que esta se disolvió. Luego, en 1843, fue contratado como profesor de música en la plaza militar de Guayaquil, según cuenta Miguel Zambrano, en su ‘Breve historia del Ejército en Guayaquil’.
En 1851 regresó a Lima, en donde estableció a su familia debido al clima malsano de Guayaquil, toda vez que en los dos últimos años, la ciudad sufrió una peste de mosquitos. Partió solo a Europa con el fin de reorganizar su agrupación artística.
En 1851, retornó con un gran conjunto artístico y se instaló nuevamente con gran éxito en Santiago de Chile, en donde permaneció hasta 1856, cuando llegó a Guayaquil llamado por la apertura del teatro Olmedo, “el cual fue inaugurado con mucho esplendor y alegría por los guayaquileños demostrando el interés por el arte y buen gusto por la música clásica”, sostiene Reinaldo García en ‘Cosas de mi Guayaquil’, en 1930.
Neumane vivía en una casa junto al malecón de Guayaquil y sus biógrafos dicen que antes de componer sus piezas musicales comía mucho pan, acompañado de aceite de oliva.
Luego de que Juan León Mera entregara la letra del himno solicitada por el presidente del Senado, el comandante militar de Guayaquil acudió a la casa del artista francés para solicitarle compusiera la música. Al principio, Neumane se negó aduciendo que era extranjero. Darquea insistió de manera comedida.
Finalmente, Neumane aceptó. Pidió a su hija un vaso de agua, algunos panes y pliegos de papel pautado para luego de inspirarse en el ‘Himno’ a Pío IX de Gaetano Magazzari y “ de un tirón” escribió las partituras, según cuenta Pérez. El original borroneado se encuentra en el museo de la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit de Quito.
En 1865, varios países de la región se encontraban en guerra con España, que pretendía reconquistar los países del litoral del Pacífico, por lo que, con gran seguridad, este hecho habrá inspirado a Mera para que de manera muy altiva y al estilo romano comenzara con “Salve oh patria, mil veces oh patria, gloria a ti”.
Luego, el vate ambateño resalta el estado de paz del país, destacando de manera indirecta la situación política del país gobernada por García Moreno y el partido Conservador, línea a la que pertenecía Mera.
El Himno se estrenó en Quito el 10 de agosto de 1866. La ejecución estuvo a cargo de la banda del Batallón No. 2 y cantado por los integrantes de la Compañía de Óperas de Pablo Ferreti, dirigida por Antonio Neumane, grupo que se hallaba de paso por la capital. La actuación la inició entonando las notas de este cántico patrio.
La letra fue objeto de muchas críticas porque se denostaba fuertemente a España. Por esta razón, fueron muchas las voces y muchas las veces que pidieron a Mera cambiara algunas partes de varias estrofas. El poeta se negó de manera rotunda: “No cambiaré la letra del Himno Nacional porque no es letra de cambio”, dijo.
Estas tensiones se mantuvieron hasta 1913, cuando se pretendió, incluso, cambiar por otra composición. Recién el 15 de marzo de 2001 el Congreso Nacional declaró la oficialidad e intangibilidad de la letra y música del Himno, con la tonalidad en mi mayor en la introducción, el coro, la estrofa y el coro.
En 1870, García Moreno llamó a Neumane para encargarle la dirección del Conservatorio Nacional de Música. Si bien los dos no coincidían desde el punto de vista ideológico, mantuvieron una buena amistad.
“Newman (sic) es un buen hombre y goza del respeto de la sociedad, razón por la que he dispuesto se le ofrezca esta dirección por cuanto sabrá promover los estudios musicales de manera profesional que tanta falta hace a Quito….”, dijo García Moreno, recogido en ‘El Conservatorio Nacional de Música’, de Juan Banderas, de 1945.
En el desempeño de esa función, le sorprendió la muerte el 3 de marzo de 1871, a los 53 años de edad. Había causado mucha tristeza entre la población en razón de su gran calidad humana, porte distinguido, “maneras selectas en su hablar y proceder, caballero a carta cabal. Era alto de porte alto, delgado, blanco, ojos hundidos, ojeras pronunciadas, pelo negro, usaba bastón con gran señorío. Apreciadísimo entre sus amigos, hablaba con acento italiano. En su juventud había sido un hombre aventurero y libre pensador, pero luego se convirtió en un hombre reposado, constituyendo la música su mejor pasión”, dice Pérez.
Fue enterrado en el cementerio de El Tejar, pero luego sus restos fueron llevados a Guayaquil y depositados en la plaza de San Francisco, en donde fueron destruidos por el gran incendio de Guayaquil de 1896.
*Historiador. Canciller de la Academia Bolivariana de América