Paula Fulton: ‘El teatro nace con el otro, con el grupo’

Paula Fulton es pedagoga, actriz y directora de artes escénicas.

El tiempo no existe cuando se dialoga con Paula Fulton. Esta trabajadora del teatro tiene la efusividad y el cantado propio de quienes nacieron en Córdoba, Argentina. Y hasta advierte: “Pensá concretamente lo que vas a preguntar, porque yo tengo la asociación libre fácil”.

Entonces, vamos por lo concreto. ¿Qué la trajo al país?

Una amiga italiana me dijo que hubo un terremoto y necesitaban trabajadores sociales. Yo soy trabajadora social, profesora de teatro y sé algunas cosas de medicina. Me dijeron que tenía el perfil para trabajar en Ecuador. A su vez, conocí en Brasilia a un grupo de teatro de acá: Contraelviento. Me dijeron que tenían una residencia artística. Y como había estado en Brasil, Perú, Uruguay con distintos grupos, llegué y trabajé con Verónica Falconí. Ella me llamó la atención como actriz y fue el motor para decir: ¡Ecuador! Y llegué el 21 de junio de 2016.

La itinerancia es parte del espíritu más clásico del teatro…

Eso se lo debo a mi madre, que me crió en una feria de libro itinerante. Ella viajaba con una camioneta, una carpa y libros por toda la provincia de Córdoba. Mi vieja es una gran hacedora de la cultura en Córdoba. Creo que heredé de ella el saber que, para aprender, hay que caminar un poquito más allá de la cultura en que uno nace. Es raro, porque a veces añoro tener raíces bien puestas en algún lugar, pero a la vez no puedo parar.

Todos vuelven al rincón de donde salieron…

Volver es siempre bueno, pero yo todavía no lo tengo claro. Me parece que Ecuador me dio muchas oportunidades. Amo la naturaleza de acá; es algo brillante. Me he sentido dentro de un cuento porque tienen lugares como la Sierra, la Costa y la Amazonía que me parecen brutales. Y me gusta todo del teatro: desde acomodar las sillas, hacer luces, subir al techo, armar alguna cosa para la escenografía, dirigir, actuar. Al teatro hay que verlo como un todo, un oficio.

¿Qué te dio Ecuador?

Muchas cosas de aprendizaje, maestrías de vida más que teatrales. Aprender el ritmo, la cadencia, la forma de hablar, el no mirarse a los ojos, no reírse a carcajadas. Pasé de la efusividad propia argentina y de mi personalidad a otro mundo.

Es difícil acomodarse a los códigos. Hasta la forma de hablar de los argentinos para los ecuatorianos es rudo e incluso ofensivo.

¡Olvidate, terrible! (risas). Y no solo eso. Hasta para saludar con beso digo hola, cómo te va, un abrazo, cómo andás, qué hacés. Qué sé yo, relajada y acá la gente dice “esta mina tiene onda conmigo”: Y no, no necesariamente. Y me tuve que aplanar, aprender otras costumbres.

¿Qué tuvo que aplanar?

Ser mujer, estar sin esposo ni hijos era un problema. Ahora debo admitir que miento: si me preguntan por mi esposo, digo “en casa”; si por mis hijos, “bien”. Si digo que no tengo hijos, no tengo esposo y ni pretendo tenerlo, que estoy haciendo teatro es como que te dicen “¿cómo así por acá, por qué no se regresa?”. Y eso a veces me choca porque el mundo es ancho y ajeno. Caminémoslo tranquilo. No me vuelvas a mi país porque no tengo ganas. Me costó un montón entender lo no dicho.

Dijo que el teatro es un oficio…

Es un oficio como el de un artesano que va puliendo cada cosa. No tiene que ver con el virtuosismo, sino en cómo estar presente. Tiene que ver con un estado de presencia, de atención plena. Y en esa búsqueda uno trabaja. A veces me pregunto por qué elegí esto y me lo he respondido en los pequeños momentos de libertad real. Como decía Jerzy Grotowski: ‘ser el pájaro que hace y el pájaro que mira lo que hace’. El actor tiene que estar en sí mismo y, a su vez, fuera, ser como planeta y satélite. Y también jugar.

El juego es algo vital para los ­seres humanos, pero de adultos lo ocultamos.

Todo bien con la técnica y con todos estos debates plenarios, los cuerpos, las cuerpas, las dramaturgias, las formas. Pero nos tenemos que hacer cargo de que, si no podemos jugar en la vida en un acto espontáneo, no va a pasar en el escenario. Un artista es persona, primero.

Ha tenido también una tarea en el teatro comunitario.

Creo que he dejado la semillita del teatro de la espontaneidad en todos los espacios a los que he ido: Esmeraldas, Manta, escuelas, universidades; el jugar, liberarnos un poco antes de pensar en la escena, trabajar en valores, en compañerismo, en la idea de grupo, el grupo operativo. Lo itinerante es fabuloso. A todos mis estudiantes les digo que viajen, salgan aunque sea a la vuelta, porque siempre pasa alguna cosa y tratar de aportar desde ahí, en ser grandes observadores. El teatro es la vida. Ni siquiera hace falta pagar entrada, pero como oficio lo defiendo. Espero que si algo pudiera plasmar aquí sea esto de lo comunitario, donde pueda estar el vecino, la vecina y, a partir de ahí, trabajar. Es otro cantar, que no es el de formar actores pese a que me lo tomo muy en serio. Si bien son personas que no quieren ser actores, el entrenamiento es el mismo.

Usted habla mucho del grupo.

Octavio Paz decía ‘yo soy en el otro’. No puedo pensar en el teatro como algo exclusivamente unipersonal. Si bien no me cierro a eso, también está bueno pensar en los elencos grandes, porque el teatro nace con el otro, con el grupo y los espectadores. También existen la cuestión elitista del arte y los artistas burócratas; y estamos aquellos que, al margen, seguimos laburando y sosteniendo espacios aunque no nos financie nadie ni nos saquen una nota. O que me digan que hago publicidad y soy modelito. Y sí, eso es una estrategia de entrada y salida. Desde los 5 años filmo comerciales, pero quienes me conocen saben que vengo de la educación, del trabajo social en zonas de inundación, terremotos, del teatro en los barrios, que es comunitario.

Trayectoria

Pedagoga, actriz y directora de artes escénicas. Tiene una licenciatura en Trabajo Social en la Universidad Nacional de Córdoba y un profesorado en Artes Escénicas en la Universidad Provincial de Córdoba. Cursó Pedagogía de las Artes en la Escuela de Paulo Freire.

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