Javier Váscones: 'Mi relación con la literatura no es intelectual, sino vital'

Javier Vásconez es uno de los mayores escritores contemporáneos del Ecuador. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO.

Javier Vásconez es uno de los mayores escritores contemporáneos del Ecuador. Recientemente ganador del premio Eugenio Espejo, el novelista se refiere a su última novela, ‘El coleccionista de sombras’, que se publicó en la editorial Pre-textos.

Vásconez es un personaje y Vásconez es usted, autor de novelas suyas. No es un recurso usual.

Para decirlo de una manera resumida, Vásconez, como narrador de la historia, es un camuflaje para no escribir en primera persona. No es la primera vez que lo hago. Ya había empleado este recurso en novelas y cuentos anteriores, pero de manera muy breve. Fue en esta novela que me lancé radicalmente a escribir bajo la perspectiva de Vásconez.
De Vásconez sobre Vásconez…

Hay varios Vásconez en el conjunto de mi literatura. Hay J. Vásconez que aparece en ‘La sombra del apostador’ y que es un hombre que está más cerca del periodismo. Está este Vásconez, que es definitivamente el escritor y novelista con un pasado en el colegio de Inglaterra o en un manicomio debido a una crisis epiléptica en París. Y hay otro Vásconez que está contando la novela. Hay un abanico de Vásconez que se han ido acumulando en el curso de la escritura de mis libros.

¿Cuál es su relación con Quito y, en el caso de esta novela, con el barrio Santa Clara en su literatura?

Yo he utilizado Quito para convertirlo en un escenario universal, un poco gótico, en todos mis libros. Muchas veces esta ciudad está vinculada a otras, como Nueva York, París o Barcelona. Es una manera de sacarle a Quito de su encierro, de su vasija de barro, y conectarla cultural y literariamente con otras ciudades de la literatura. En este caso concreto, he reducido la ciudad a un espacio minimalista. La mayoría de la novela transcurre en el barrio Santa Clara, que es el barrio donde vivo, donde hay un mercado, este pequeño parque que está delante de mi casa, y que está muy cerca de La Circasiana, el escenario principal de la novela.

En la novela se afirma que si la historia de una ciudad es endeble la literatura es su historia secreta.

Me he preguntado siempre por qué no hacer de una ciudad andina como Quito, un poco desconocida, una ciudad literaria, como lo han hecho con Alejandría, Nueva York, Barcelona. ¿Por qué no tomarse esta libertad? Es lo que he intentado hacer en mis libros.

¿Cómo han recibido sus lectores foráneos a esta ciudad que relata?

Hay una especie de sorpresa porque el mundo andino sigue siendo un poco misterioso, desconocido. En muchos lectores europeos, la ciudad sobre la que escribo causa asombro.

Hay memoria y referencias, se plantea el destino de los libros, que están para evitar el olvido.

El Vásconez escritor, que está llegando al final de la novela, dice a dónde va a parar este libro, si va a ser uno más de los que se olvidan y quedan en esta especie de cementerio al que van a parar la mayoría de libros. Es un pensamiento un poco pesimista, un poco oscuro, pero también de cierta lucidez. ¿Cuántos libros extraordinarios han sido olvidados a pesar de la pasión con la que fueron pensados y escritos? Esta es la razón y la apuesta por la que uno escribe: una lucha contra el olvido.

La Circasiana es un elemento real ficcionalizado…

La Circasiana, tal como actualmente existe, es una de las pocas mansiones que realmente queda de ese grupo aristocrático quiteño. Construí al personaje del conde Aldo Velasteguí a partir de una serie de condes decadentes, viciosos y pervertidos propios de los siglos XVIII y XIX de la novela francesa. Tampoco hubo un casino, pero yo decidí que lo hubiera y encajó perfectamente.

Cuando termina una novela, ¿qué pasa después? ¿Se embarca en otro proyecto de inmediato?

En este caso no; con otros, sí. Algunos incluso han señalado que es una especie de despedida, por el tono de la novela, algo melancólico, de sombras que se alejan, como que hay una despedida de muchas cosas, de mi relación con los libros, la ciudad. Llevo en la cabeza una novela corta, pero no tengo ningún apuro. No creo que escribir sea una carrera de caballos, esa locura editorial que existe actualmente. Estoy alejado de esa actitud.

¿Cuánto es el agotamiento físico al terminar una novela?

En ‘El coleccionista…’ no hubo ese desgaste. Se escribió reposadamente como si todo estuviera escrito dentro de mí, quizá porque es una novela que se mueve mucho en la memoria. El mayor desgaste que tuve fue al revivir mi relación con los distintos escritores a los que aludo: Dostoievski, Nabokov, Faulkner, Pavese… No es porque simplemente los nombro, sino que los revivo. Empecé a pensar en ellos, cómo, dónde, en qué circunstancias los leí por primera vez, cuánto tiempo ha pasado, la alegría de haber descubierto a Faulkner a los 16 años. Cuando uno descubre a un gran escritor descubre un monstruo y eso me resultaba, en el momento de escribir, un poco agotador, porque es una relación tensa, porque para mí los escritores son casi mis parientes, como hermanos. Mi relación con la literatura no es estrictamente intelectual, sino vital.

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Posted by El Comercio on Saturday, August 6, 2022

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