En Buenos Aires no puede haber mejor lugar para disfrutar un poco de arte como un centro cultural conocido como Proa. En pleno barrio La Boca, frente al riachuelo, al lado de la Plazoleta de Los Suspiros y a la vuelta de Caminito, se encuentra esta Fundación que ya desde hace varios años está acostumbrando a los porteños a grandes muestras plásticas.
Por allí pasaron, solo por dar dos nombres, Marcel Duchamp y Louis Bourgeois. La exposición ‘Imán: New York’, que ayudó a entender cómo la gran metrópoli influía en los artistas argentinos, sirvió de envión para que el curador Rodrigo Alonso instalara otra muestra básica para entender uno de los períodos más fascinantes del siglo XX: ‘Sistemas, Acciones y Procesos (1965-1975)’.
Son más de 100 dibujos, pinturas, esculturas, fotografías, videos y registros de performances de ese período de tiempo en que hay un nuevo planteamiento de un arte múltiple, en donde juegan también la tecnología, la naturaleza… y lo político.
Artistas conceptuales argentinos y extranjeros como Luis Benedit o Dan Graham, Cildo Meireles, Mel Bochner, Joseph Beuys, On Kawara, son apenas parte de los más de 40 nombres que componen con su obra esta muestra, que permanecerá abierta hasta el mes de septiembre.
Pasear por los salones de Proa es una experiencia singular frente a la diversidad de corrientes estéticas que se generaban en esos años: el arte conceptual, minimalista, arte povera, performances. “Llama la atención sobre un momento en el que las categorías estéticas se muestran insuficientes para caracterizar su amplitud y diversidad”, dice el curador.
Hay una alteración de los sentidos durante el recorrido. El espectador, quizá desprevenido, concentrado en otras piezas, se altere con un pitido estridente. Dará un paso atrás, asustado, como ladrón de supermercado. Entonces, se habrá dado cuenta que interviene en Laberinto invisible, del argentino Luis Benedit. No hay pasillos intrincados. El juego es aún más difícil: es de luz. La idea es llegar al otro lado, que pueden ser todos los lados, sin rozar siquiera el rayo de luz. Toma algo del comportamiento de los animales enfrentados a ciertos estímulos. O quizá parezca un juego tecnológico actual, pero no. Es de 1971.
Al lado, hay algo así como un juego sutil de lo perverso: dos pantallas de televisión frente a frente. En la una, una mujer atada; en la otra, un hombre atado. Ambos encerrados en un marco y se miran frente a frente. Dialogan entre ellos, se dan mutuas instrucciones de cómo liberarse.
En una época signada políticamente, el arte de contenidos libertarios no podía faltar. Los ojos de los espectadores se iluminaban con una máquina de escribir que tiene fuego en el rodillo, en lugar de papel. El autor es Leopoldo Maler y se llama Homenaje.
Según el curador, “es un tiempo en donde las libertades para el uso de la palabra eran encendidas. El deseo de tener una prensa en libertad fue uno de los objetivos”. Quizá por eso en una pieza colectiva la palabra “censura” aparece en distintas direcciones. Su autor es Ángelo de Aquino y la tituló Autorretrato. Se encuentra en una suma de obras de artistas que enviaron por correos sus creaciones bajo estándares de tamaño. Fue una idea de Jorge Glusberg llamada Hacia un perfil del arte latinoamericano, que tuvo su primera aparición en 1972, en la III Bienal Coltejer, en Medellín. Fue por el mundo hasta terminar en la Universidad de Iowa, uno de los pocos documentos que se tienen de esta modalidad. Glusberg prefería que se destruyeran, pero la universidad decidió conservarla.
Tecnología, política, pero también naturaleza, aunque sin dejar de verlo todo dentro de un sistema. Medida: Planta (Palmera), del estadounidense Mel Bochner, es quizá la pieza más fascinante de esa visión del mundo: una planta frente a un pared con una tabla de medidas. El efecto visual es imponente.
Prolijidad, técnica, procesos metódicos, deconstrucción de las piezas para volver a amalgamarlas. Un inquietante mundo de un período que aún sigue haciendo ruido en la escena mundial de las artes visuales.