Carlos Tutivén posa en su casa del centro de Guayaquil. En sus campos de interés están la filosofía, el psicoanálisis, el budismo, la cultura y la comunicación contemporánea. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
El sociólogo guayaquileño Carlos Tutivén coordina un grupo de estudio e investigación en torno a la relación entre tecnologías transhumanistas y “cuidado de sí” en el marco de la “post–política”. Ese es uno de los enfoques desde el que reflexiona sobre el tema del consumo y el consumismo en la pandemia y la pospandemia.
¿Cree que se ha convertido el consumo en la esencia misma del ser humano?
El consumo en su versión extrema, es decir, el consumismo, es justo lo que oculta o nos cierra las posibilidades de entrar en contacto con lo “esencial” de ser humano, porque nos impone un modo de existir -tanto a nivel individual como social-, meramente instrumental, mecánico, tanto en el ámbito de la producción como del consumo irracional. Las prácticas consumistas han desplazado un consumo consciente, frugal, relativamente equilibrado entre las necesidades y los placeres (…) todo esto exige un constante trabajo de apropiación y extrañamiento de sí mismo.
¿Qué implica ese extrañamiento, autoevaluarnos?
Es un ejercicio constante no muy agradable, pero que nos genera un temple de ánimo y una sabiduría. El consumismo marca unas rutinas vertiginosas, estar volcado hacia las mercancías, hacia las imágenes. Obtura las posibilidades, y nos direcciona hacia las “salidas fáciles” condicionadas por la sociedad del espectáculo. Y al exigir estas prácticas diarias nos impide o nos inhabilita para estar en contacto con esa esencia que no es un algo concreto, sino es esa potencia de poder ser de otros modos, que se llama libertad.
El filósofo alemán Eric Fromm acuñó el término “homo consumens” para referirse al hombre cuyo objetivo principal es consumir cada vez más para compensar un vacío interior. ¿Qué exacerba ese vacío en las sociedades contemporáneas?
Lo que exacerba ese vacío es lo que Jacques Lacan llamaba el “discurso capitalista”, que más que palabras o imágenes publicitarias, es un modo de estructurar al sujeto, incluso podríamos decir que es un dispositivo de producción de subjetividades alienadas. En el capitalismo actual caracterizado por la obsolescencia programada de bienes y mercancías, el sujeto se desvanece con cada acto de compra compulsiva, y debe restituirse constantemente por el ritual consumista. Se dice que lo que hasta hace poco el capitalismo vendía, antes de la pandemia, no era estrictamente objetos ni servicios, sino “experiencias”, y toda experiencia es evanescente, de ella no queda nada. Por eso el sujeto, en vez de entrar en angustia, pasa al registro fotográfico o al video experiencial compartido en redes. Como bien nos decía Boris Groys, el sujeto contemporáneo a la postre se ha vuelto un medio de comunicación móvil. El efecto psíquico de esa circularidad es siniestro. El budismo tiene una expresión muy contundente a este respe
cto: la codicia consumista es como querer beber agua salada para saciar la sed. Un círculo infernal.
¿En qué medida la noción de ciudadano ha sido desplazada por la del consumidor?
Hoy el ciudadano es un espectador en ‘streaming’ del espectáculo de la videopolítica, pues las fuerzas sociales que lo constituyen ya no provienen de las instituciones -que han perdido legitimidad debido a su bancarrota moral-, sino de los mercados. Por eso vemos que las únicas formas de captar adhesiones políticas son el clientelismo circense o el marketing de la posverdad. La dimensión simbólica de lo político que implica debate, discusión, ideologías está extraviada en un mar de imágenes, tuits y memes.
¿Cómo llegamos a este punto?
Desde los años 90 el mercado se ha vuelto el hábitat normalizado de la vida diaria y la política no podía escapar a su poder. Ya no tenemos divididas claramente esa esferas que la modernidad tenía, Estado, mercado y sociedad civil. El mercado ha colonizado a las otras esferas, las ha incluido en sus propias lógicas, entonces la política es también ya una política de mercado. El marketing político es la técnica más eficaz para llegar a los ciudadanos convertidos en consumidores. La política no es más que una estrategia viral de persuasión para captar votos basados en emociones más que en razones.
La pandemia ha suspendido nuestro estilo de vida habitual. ¿Qué cosas negativas se han quedado en el limbo? ¿Y qué de positivo podemos extraer?
Si por cosas negativas entendemos la hiperproducción industrial y el hiperconsumo de las multitudes que conlleva a la crisis ambiental, eso estará por un tiempo -no muy largo- en el limbo. Cuando usted ha estado dando vueltas en círculos a gran velocidad y de pronto se detiene, el primer efecto será el mareo y la turbación. Pero al rato que se le pase, si tiene inteligencia reflexiva, se dará cuenta de lo que ha estado haciendo, y por lo menos debería preguntarse, ¿regresaré a dar círculos vertiginosos?, ¿invento otros modos de moverme?, ¿será mejor que me detenga a pensar qué voy hacer?
¿Cómo se relaciona el tema con nociones como desarrollo y crecimiento económico?
La pandemia nos ha recordado de modo brutal que somos seres para la muerte. Lo que pasa es que hasta ahora se ha venido justificando ideológicamente el crecimiento económico feroz como la única vía para desarrollarnos y progresar como sociedad. La paradoja y la ironía está en que ese ritmo de crecimiento en vez de dar progreso está destruyendo el hábitat, nos estamos volviendo sociedades más violentas, ansiosas, depresivas. Entonces vale preguntarse de qué desarrollo se trata. Si el discurso capitalista sigue siendo subjetivado sin resistencias ni críticas cuestionadoras al modus vivendi que exige, y se sigue creyendo en el chantaje moral y político de que sin un crecimiento económico expoliador y depredador no hay desarrollo, no creo que hayamos aprovechado esta oportunidad.
¿Qué retos suponen todos estos cambios en términos de economía política?
Que tanto el capitalismo como la política debes ser re-pensados de modo radical. Repensar la economía política desde su matriz moderna hacia su tránsito a la transmodernidad. Franco Berardi, un filósofo italiano de izquierdas, consciente del fracaso del proyecto moderno, incluso del discurso de la Revolución, ha propuesto un nuevo principio para esta tarea: El principio de futurabilidad. El covid-19 nos ha dado las condiciones de “producción de futuro” y la oportunidad de empezar con la creación de conceptos que permiten capturar mentalmente el mundo que viene. Una nueva utopía.
¿Por qué el consumo de combustibles fósiles puede ser clave para entender lo que viene?
Porque estamos tocando fondo, no sólo económica y políticamente, sino existencialmente. El petróleo es todavía la energía que moviliza a la modernidad y su proyecto expansionista, globalizadora, y por qué no decirlo, colonial. La industria y la economía del siglo XX fue y sigue siendo petrolera. Ahora vimos pasmados cómo el precio del barril de petróleo llegó a no valer nada. Una señal de lo que se viene, y especialmente para el Ecuador que todavía no ha puesto en marcha un verdadero plan de reemplazo de su matriz productiva. La desaceleración de la producción y del consumo visibilizó la dependencia petrolera, pero a la vez, su carácter contaminante y tóxico cuando vimos cómo el cielo se aclaraba al pasar los días de paro, en las grandes metrópolis del mundo.
¿Qué podemos esperar del consumo en la pospandemia?
Puede abrirse la oportunidad en nuestras vidas de revisar nuestras prácticas de consumo insensato. Eso no significa dejar de producir ni consumir, sino la de pensar y actuar de modos diferentes al automatismo anterior. De mi parte espero que el dilema entre re-inventarse o seguir con lo mismo estalle en las conciencias colectivas de los futuros votantes. Pero como bien lo señala Berardi, es posible, pero improbable. Los hábitos mentales, las rutinas diarias y la casi ausencia de una mentalidad reflexiva, son fuerzas forjadas por décadas de consumismo tenaz, y espectáculos persuasivos. Sin embargo, no puedo dejar de creer que hay innumerables grupos que ya están pensando y actuando para ese futuro. Que en sus prácticas y relaciones diarias están experimentando la vida de otros modos. Eso, a la larga, también traerá efectos positivos para la humanidad.
¿En qué medida la pandemia y la pospandemia pueden reorganizar prioridades (o razones) de consumo?
Se consume para ser, ya que los antiguos modos de existencia -los humanistas, por ejemplo-, están eclipsados. El consumo nos da identidad de marca, reconocimiento social, valoración subjetiva, poder y alegrías efímeras. Somos en el consumo, pero somos un producto y no un sujeto. Somos imagen, medio, interfaces, “empresarios de nosotros mismos”, pero no somos seres humanos en constante aprendizaje del misterio que lo habita. Recordar que podemos explorar otros modos de existir, más allá de ser una vitrina, es la tarea que debemos emprender.