Las cabañas tsáchilas tienen un sitio espacial para la Luna

Los venezolanos Jesús Bolívar y Adrián Duno comparten la experiencia de construir una choza en una comuna tsáchila. Foto: Juan Carlos Pérez/PARA EL COMERCIO

El nuevo modelo de cabañas que se construye en el centro comunitario Seke Sonachum, de la nacionalidad Tsáchila, incorpora elementos que le dan un sentido mucho más ecológico y conservacionista.
Maderas como el bambú y el pambil ahora se utilizan en estas construcciones, que son parte de un proyecto agroecológico en la comuna Chigüilpe, en Santo Domingo.
La primera casa de retiro espiritual ‘La Luna’, como también se lo llama, se empezó a levantar hace una semana y se proyecta construir 10 similares.
Budy Calazacón, líder de esta iniciativa, cuenta que las cabañas fueron bautizadas con el nombre ‘La Luna’, porque dentro de estas se destina un espacio singular para el satélite natural de la Tierra.
En la ‘cresta’ de las cabañas se dejó un espacio de 2 metros cuadrados para que la Luna ilumine el interior, en las noches. Bajo esa luz se ha hecho casi todo, dice Calazacón.
Por ejemplo, el corte de la paja toquilla y la caña guadúa -los demás materiales que se utilizan para la construcción-
se hizo en cuarto menguante.
La tradición tsáchila manda que bajo esa fase de la Luna los materiales se tornan más resistentes y duraderos, pues la savia está en la parte inferior.
Es por eso que una cabaña tsáchila puede perdurar en el tiempo durante 15 o 20 años. Toda la construcción ocupa un área de 7 m² y es mucho más pequeña que las antiguas que, en cambio, alcanzan los 18 m² .
Pese a las modificaciones que se hacen, los materiales tradicionales no se han descartado, ya que son el concepto de la cosmovisión en la que se basan los nativos para sus creaciones.
La paja toquilla y la caña guadúa sirven para dar forma a la armazón del techo.
La primera debe ponerse en forma de V invertida y la guadúa en sentido horizontal. Para una de estas cabañas se requieren cerca de 2 000 hojas de paja y 500 latillas de caña.
En las tradicionales se emplean 7 000 unidades de toquilla y 1 200 latillas de caña. En el entorno interior también hay diferencias.
En las nuevas casas de retiro espiritual se colocan astillas recubiertas con tierra, para conformar la superficie del piso.
En las clásicas, el barro compactado sirve para ese fin.
Dentro de 15 días se tiene previsto terminar la primera cabaña adaptada con elementos nuevos del centro comunitario Seke Sonachum.
Ciudadanos alemanes, suizos, norteamericanos y de otras regiones del mundo son parte de este proyecto conservacionista tsáchila.
A ellos se les enseña todo el proceso de construcción, para que valoren el esfuerzo. Los venezolanos Adrián Duno y Jesús Bolívar lo saben. Hace una semana ellos llegaron en una excursión hasta Seke Sonachum y no dudaron en involucrase en la iniciativa.
Durante la búsqueda de los materiales conocieron las bondades del bambú, por su capacidad de resistencia cuando es bien tratado y empleado.
En su natal Valencia, en el estado de Carabobo, conocieron historias de personas que no confían en el bambú porque creen que es un material frágil.
En la tierra tsáchila dejaron el miedo atrás e, incluso, caminaron sobre las columnas de bambú que sirvieron de andamios mientras se colocaba la paja toquilla en el techo.
El financiamiento de este proyecto sienta sus bases en el aporte de los extranjeros que pernoctan en Seke Sonachum.
En cada cabaña se requiere una inversión de USD 500.
Budy Calazacón refiere que la idea de tener a los extranjeros como aliados es para que ellos cuenten la experiencia en sus países y generen interés en sus familiares y amigos.
De esa forma, también se busca mantener intacta las tradiciones de la arquitectura de este grupo étnico. Por eso, Calazacón asegura que no se equivocó cuando escogió el nombre del centro, que en español significa buen vivir.