Si Paúl Guañuna estuviera vivo tendría 32 años; recordaría con nostalgia su época de estudiante en el Colegio Central Técnico; escucharía hip-hop; caminaría por las calles de Zámbiza, la parroquia rural del nororiente de Quito en la que nació y creció; y abrazaría con fuerza a su familia, pero sobre todo a Leonardo, su padre.
Todas estas son solo conjeturas, porque Paúl Guañuna murió cuando apenas tenía 17 años. La última vez que lo vieron vivo estaba dentro de un vehículo de la Policía. Horas más tarde su cuerpo apareció en el fondo de una quebrada en Zámbiza. Era el 7 de enero de 2007. Aquel día, una de las primeras personas que vio su cuerpo inerte y golpeado fue su padre.
Desde ese instante, Leonardo comenzó su lucha para que la justicia encontrara y condenara a las personas que asesinaron a su hijo; una batalla que es contada en ‘Guañuna’, el documental de David Lasso, que es parte de la programación de la XXI edición del Festival Internacional de Cine Documental (EDOC).
En esta película, Lasso logra conectar el mundo de la esfera pública y el de la privada para dimensionar la tragedia que viven miles de padres en el país. Por un lado sigue los detalles del juicio que terminó con la condena de tres policías a 20 años de cárcel, pena que se redujo a dos; y por otro, la relación afectiva que Leonardo ha construido con su hijo, a partir de una memoria personal y colectiva.
Una memoria que, en esta historia, también invita a reflexionar sobre el racismo y el autoritarismo que existe en la sociedad ecuatoriana y que de forma directa o indirecta influye en las distintas instancias del sistema judicial.
‘Guañuna’ también recuerda los estigmas que persisten sobre las culturas urbanas, entre ellas las que han encontrado su forma de expresión en el hip-hop y en el grafiti. Antes de que Paúl suba al carro de la Policía, horas antes de su muerte, estaba junto a un par de amigos escribiendo en la pared de una casa del norte de Quito.
Precisamente, en esa comunidad urbana es donde Leonardo encontró parte de su fuerza para insistir en su lucha. Y es a través de estos jóvenes y sus acciones en el espacio público que Lasso lanza una de las reflexiones más provocadoras del documental: “No será que en la memoria colectiva hay otra forma de justicia social”.
La historia de nunca acabar
Los abusos policiales en contra de civiles no son nuevos en el país. Solo falta revisar la historia reciente para descubrir que tragedias como la de los hermanos Restrepo no son la excepción a la regla, sino una constante que se extiende hasta la actualidad, con casos como el de María Belén Bernal.
En este contexto, el documental de Lasso muestra lo poco o nada que se ha avanzado, desde 2007, en la defensa de los derechos humanos en la justicia ecuatoriana y en los cambios profundos que la sociedad exigía a la Policía en relación con sus constantes abusos de poder y a la impunidad que ha acompañado a los miembros de esta institución involucrados en asesinatos y desapariciones.
Romper con esa atmósfera de impunidad es otro de los factores que aún alienta la lucha de Leonardo Guañuna y lo que impulsó a Lasso a terminar esta película, después de más de 10 años.
El resultado de su trabajo es un documental valiente y pertinente, porque dialoga con la actualidad nacional, pero también porque invita a pensar en qué otros espacios de la sociedad se replican esos abusos de poder y quienes colaboran en el adoctrinamiento y la generación de verdades absolutas.
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