En esa misma plaza, algunos tejedores comercializan su producción de sombreros. Foto: Lineida Castillo/ EL COMERCIO
Era sábado (1 de junio del 2019). A las 04:30 Maclovia Macancela, de 66 años, inició la jornada en su casa ubicada en la comunidad de San Miguel de Porotos, cantón Azogues. A esa hora cargó y embarcó los bultos de paja toquilla en una camioneta.
Tras 15 minutos de viaje por una carretera asfaltada llegó hasta la plaza de San Francisco, en el centro de la capital cañari. Allí desembarcó los bultos, retiró la paja de los costales y la colocó en montones.
A esa hora y sin importar el frío andino también arribaron e hicieron la misma tarea sus compañeras Rosa Sigüencia, María Castillo, Tania Romero, Bertha Naula y otras 10 campesinas que tienen sus puestos en la Feria de la Paja Toquilla.
Para las 15 mujeres, el sábado es el mejor día de la semana porque venden su producción. Las artesanas, algunas vistiendo polleras y sombreros de paja, también madrugan para escoger -entre los montones- la mejor fibra natural que utilizarán para sus tejidos.
Casi media hora le tomó a Narcisa Guanuche, de 44 años, seleccionar 33 tallos por los cuales pagó USD 12,90. Ella llegó a las 06:20 y contó que pasadas las 09:00 queda la fibra más gruesa que no sirve para elaborar sombreros finos.
Cada sábado, Bertha Naula saca a la feria la paja toquilla procesada una semana antes. Foto: Lineida Castillo/ EL COMERCIO
La confluencia de personas en este espacio pequeño llama la atención. Esta materia prima que se usa para la manufactura de los sombreros de paja toquilla proviene de una palmera (carludovica palmata) que crece en los campos de la provincia costera de Santa Elena.
A Azogues llega la paja en camiones los lunes, semiprocesada: seca, en tiras, peinada y lavada. Allí las vendedoras realizan otro proceso de ocho días para emblanquecerla y que quede lista, como demandan los tejedores.
Cuando Macancela recibe la paja la deja secar al sol por tres días. Luego la lava con agua y la coloca en cajones de madera con azufre, para sahumarla por tres horas. Después escoge y retira las hebras que no blanquearon. “Eso es pérdida para nosotros y ocurre porque no hicieron bien el primer proceso. Introducen demasiada paja verde en las pailas y no se ahoga todo. Lo vi cuando estuve en la Costa”, dice Macancela.
Tras esa selección, la mujer coloca los tallos en cordeles para que se sequen durante dos días, para luego repetir la sahumeada con azufre y la exposición al sol. Solo allí queda lista la paja para la venta.
De la buena técnica del peinado, lavado, uso del azufre, sahumada y secado depende que la fibra salga “blanquita” y en buen estado, dijo Naula.
Ella ha dedicado 52 de sus 80 años a este oficio que lo aprendió de sus padres. “Hemos ganado práctica y experiencia para ofrecer una materia prima de calidad. Por eso, esta feria es reconocida y llegan tejedoras de Biblián (Cañar), Gualaceo y Cuenca (Azuay)”.
La artesana Sonia Guaichay es de Biblián y cada 15 días adquiere en esta feria la materia prima para elaborar seis sombreros por semana. Según ella, antes este negocio no valía, pero con la designación del tejido como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad se revalorizó este oficio.
En Biblián está la mayor cantidad de tejedoras de la provincia del Cañar. Solo las cooperativas Unión Cañari y Padre Rafael González reúnen a más de 200 familias. La última exporta sombreros y otros accesorios a Estados Unidos y Europa.
Mientras que en Azogues los artesanos se concentran en las parroquias rurales de Guapán, Cojitambo y Javier Loyola. A diferencia de Azuay donde el tejido está solo en manos de las mujeres, en Azogues se involucra también a los hombres.
El sábado llegaron menos clientes a la feria, con relación a otras semanas. Esto ocurre en estos días. Los artesanos hicieron una pausa al tejido para cosechar los granos de la época. “Es un oficio complementario”, explicó Macancela mientras recogía los cinco bultos de paja que le sobraron”.