Juanita Mora, de Colombia, compartió con la comunidad. Foto: Glenda Giacometti / El Comercio
El Churo de Amanta, un fortín inca, es uno de los principales atractivos turísticos que ofrece la comunidad de Amanta, en el cantón Sigchos, a los visitantes que buscan aventura y diversión.
Este sitio arqueológico es parte del proyecto de turismo comunitario que ofertan 25 familias de este sector, que pertenece a la parroquia Chugchilán, en Cotopaxi.
El visitante también puede compartir con los habitantes las tareas como el arado de la tierra, la siembra, la cosecha, paseos en mula, hacer trekking y otras actividades como alimentar a los cuyes o cocinar en un fogón con leña.
Para arribar al pequeño poblado se circula por un tramo de la vía asfaltada Sigchos–Quilotoa, durante 10 minutos, y se toma a la derecha un camino de tierra apto para un vehículo todo terreno. El ascenso demora una hora.
Al arribar a esta comuna hay que caminar cuesta arriba hasta la casa de Segundo Gavilánez, guía del sector. Los turistas Alexandro Aparicio, de Bolivia, y Manuela Mora, de Colombia, llegaron atraídos por conocer este lugar, que fue un fortín de los incas.
Inmediatamente, los jóvenes de 22 y 21 años, respectivamente, se unieron a los miembros de la familia para escuchar las historias de este centro ceremonial. El proyecto turístico se inició hace cinco años y es uno de los principales ingresos económicos de los habitantes de este sector de Cotopaxi.
El hombre, de 60 años, cuenta que cuando removían la tierra encontraron restos de ollas que pertenecían a la antigua civilización que habitó en la zona. Este emprendimiento es financiado con un aporte económico de Canadá, según Daniel Catota, director del proyecto de Turismo Comunitario.
Catota explica que el Churo de Amanta fue un sitio estratégico para defenderse de las invasiones o los ataques. Desde este sector miraban el movimiento de los enemigos. Además, fue un centro ceremonial con rituales dirigidos al Taita Inti (Padre Sol), especialmente el 21 de junio, con la fiesta del Inti Raymi, y otros ritos de sanación y purificación.
La leyenda cuenta que el último Rey de los Incas escondió su oro en alguna parte de estas montañas de Sigchos. En una de ellas hay una edificación en forma de churo, con piedras, pequeños senderos y varios túneles. Desde este sitio se ven los cantones La Maná y Quevedo. Además, los volcanes Chimborazo, el Iliniza Norte e Iliniza Sur.
La caminata de ascenso toma 45 minutos y se hace por un pequeño sendero cubierto de pajonal y plantas nativas como chuquiragua, polylepis y más. En la zona se observan conejos, lobos y una diversidad de aves, como los colibríes, comenta Catota.
Tras dos horas de caminata se retorna al pueblo. En este sitio los lugareños ofrecen caldo de gallina criolla y el cuy asado con papas, pero esta vez organizaron una pambamesa con habas y mellocos cocinados y queso; es otro de los platillos andinos que ofertan los comuneros a 3 800 metros sobre el nivel del mar.
Para el turista Alexandro Aparicio el sitio es interesante, porque se puede conocer el estilo de vida de los antiguos pueblos y compartir con la gente de la comunidad. “Es interesante conocer sus costumbres y tradiciones”.
Ahora buscan el apoyo del Municipio de Sigchos para financiar la construcción y adecuación de las cabañas; por ahora el alojamiento se realiza en la Hostal El Castillo, en el centro de Sigchos, de 19 habitaciones. El paquete turístico cuesta USD 20 diarios, que incluyen el hospedaje y la alimentación.