El buen morir es la misión de la Casa del Hombre Doliente

Los pacientes con enfermedades terminales reciben apoyo psicológico y médico para ayudarlos en el buen morir. Foto: Mario Faustos/ El Comercio

La tarde de ese miércoles no había llanto. El ritmo de una salsa salía por un parlante instalado al final del pasillo e invadía todo el lugar. Un grupo de enfermeros se encargaba de arrancar sonrisas inocentes a los adultos mayores, recostados en varias sillas de ruedas.
Hace una semana, dos integrantes del hogar de la Casa del Hombre Doliente, de la Arquidiócesis de Guayaquil, fallecieron. Pero entre ellos casi no notan la ausencia; algunos padecen alzhéimer y otros, demencia senil.
Sin embargo, para Lili de Úraga, voluntaria a cargo del sitio, y para el resto de colaboradores, cada partida deja un rastro de tristeza. “Pero nuestra misión es darles mejores días y, al final, lograr que tengan un buen morir”, comenta Úraga.
Y esa tarea empieza desde que amanece. El día de los 32 usuarios de este hogar, que funciona desde hace 25 años en la ciudad, se divide en actividades lúdicas, terapias físicas para mantenerlos activos, medicamentos necesarios según cada una de las dolencias y una dieta equilibrada.
El apoyo psicológico también es parte del tratamiento. La psicóloga Nelly Bravo dice que no se requiere de una terapia muy estricta, simplemente la disposición de escucharlos. “Siempre tratamos de motivarlos, intentamos conectarlos con el mundo mediante conversaciones alegres, dejando la tristeza a un lado”. Esa tarea también la enseña a los familiares, aunque muchos de ellos han sido abandonados.
Pero no hay tiempo para penas y el departamento de terapia física y ocupacional se encarga de entretenerlos, ejercitando sus mentes y cuerpos. En esta área, el terapeuta Newton Carabalí se encarga de las rutinas de ejercicios. Mientras que Danny Cabrera estimula su memoria.
Las paredes de esta sala están empapeladas con las pinturas de los usuarios. Parecen garabatos de niños, pero esa actividad aporta a su psicomotricidad. Cabrera realiza junto a ellos algunos de esos dibujos, arma rompecabezas y en algunas ocasiones es vencido en las partidas de ajedrez. “Ellos lo ven como un juego, pero es una forma de hacer una rehabilitación física que los mantiene continuamente en movimiento y no solo en una silla o recostados en una cama”. Además, estimula su cerebro.
Estudiantes de colegios y de institutos de Enfermería visitan continuamente la Casa del Hombre Doliente para brindar una mano. El doctor Félix Man Ging explica que ese acercamiento permite transmitir cómo una persona vive sus últimos días. “Y así conocen que ellos tienen una necesidad, la necesidad de comunicarse, de compartir, de que los escuchen porque muchas veces no tienen con quién hablar”.
Los cuidados médicos son continuos, en especial con quienes están en una etapa terminal. Un corredor rodeado por camillas conduce a la habitación de la hermana Elsa, una misionera fundadora del hogar, quien veló por decenas de personas y ahora recibe esa misma atención con amor.
Le diagnosticaron cáncer pulmonar y las quimioterapias ya no son una alternativa. Aquí, a diario, recibe morfina cada cuatro horas para calmar su dolor, hasta 12 litros de oxígeno para aplacar su angustia y conversaciones con palabras de ánimo y fe, que en ningún momento le faltan. “Con ella, y con todos quienes pasan por esta etapa procuramos que no sufran, que tengan una forma digna de morir, rodeados de cariño”, dice la doctora Francia García antes de entrar a la acogedora habitación.
El Hogar actualmente acoge a 34 personas indigentes que están en etapa terminal. La idea de la Fundación es ampliar su cobertura a 62 camas.