El Maine tras su botadura en Brooklyn, Nueva York, el 18 de noviembre de 1890. Fotos: Cortesía
Sobre las nueve y treinta de la noche del martes 15 de febrero de 1898, una explosión hundió al acorazado estadounidense Maine, fondeado en la bahía de La Habana. El navío, destinado a la escuadra que cuidaba las aguas del norte de las Antillas, tenía una tripulación integrada por 26 oficiales y 328 marineros. En el siniestro perecieron las tres cuartas partes de ese personal, es decir 226 hombres.
El Maine, bajo el mando del experimentado capitán Charles D. Sigsbee, había llegado a La Habana el 25 de enero de 1898, en el marco de una visita de amistad a Cuba, precisamente cuando los Estados Unidos de Norteamérica y España se hallaban en un momento tenso de sus relaciones diplomáticas, esencialmente a causa del interés de ambos países respecto de la Isla Mayor de las Antillas. No olvidemos que para aquel entonces Cuba era una de las últimas colonias españolas en América.
Inmediatamente después del hundimiento del Maine, la prensa estadounidense responsabilizó a las autoridades de Madrid y de La Habana por lo ocurrido con el acorazado. Theodore Roosevelt escribió, el 16 de febrero, en uno de los periódicos de su país, afirmando que “daría cualquier cosa porque el presidente McKinley enviase mañana la flota a La Habana”.
Entierro de las 226 víctimas de la explosión del acorazado estadounidense en el cementerio Colón, La Habana. Foto: Cortesía
La tragedia ocurrida con el Maine obligó a que las autoridades españolas en La Habana iniciaran el proceso de indagación que correspondía respecto de la explosión de la embarcación. Lo propio hizo el Gobierno de Washington al designar una comisión investigadora sobre el mismo asunto, misión dirigida por el capitán de navío William T. Sampson.
Luego de las averiguaciones del caso, los mandos de la metrópoli española residentes en La Habana determinaron que la causa de la explosión del Maine tuvo “un origen interno”, es decir debido a un problema suscitado al interior del acorazado; a contrapelo, la comisión estadounidense señaló que la circunstancia de la deflagración fue a causa de un “factor externo” al Maine que, luego, pudo haber desencadenado un estallido interno.
Con el informe de la misión que Estados Unidos había enviado a Cuba, el presidente William McKinley rindió una larga explicación ante el Congreso de su país exponiendo las circunstancias del hundimiento del Maine y, sobre la base de las conclusiones de la comisión investigadora que había designado, afirmó categóricamente que “España ni siquiera podía garantizar la seguridad de un buque norteamericano que visitaba La Habana en misión de paz”, debido a lo cual pidió la autorización del Congreso para coadyuvar en la finalización de la guerra en Cuba -que enfrentaba a los cubanos independentistas y a la metrópoli española- y a fin de garantizar, de otra parte, “la vida de los ciudadanos norteamericanos residentes en la Isla”. Para cumplir este propósito, solicitó el permiso correspondiente para trasladar un contingente de fuerzas militares y navales hacia Cuba.
El 19 de abril de 1898, el Congreso aprobó una resolución conjunta de la Cámara y del Senado, que señaló la necesidad de favorecer la pacificación de Cuba, conforme los argumentos y los planteamientos del presidente McKinley.
Algo más: cuando el capitán del Maine, Sigsbee, regresó a su país, la comisión investigadora de accidentes le había exonerado ya de cualquier responsabilidad en el hundimiento de la nave y el presidente McKinley al recibirlo en su despacho le expresó su reconocimiento a sus tareas; poco tiempo después le destinó al mando del crucero Saint Paul.
Todos estos acontecimientos constituyeron una especie de antesala a lo que finalmente ocurrió el 10 de junio de 1898, cuando se produjo el primer desembarco de infantes de marina estadounidenses en la Isla de Cuba. El primero de julio del mismo año ocurrió una de las confrontaciones decisivas entre tropas españolas y estadounidenses. Se produjo en las afueras de Santiago de Cuba. Los españoles fueron derrotados. El apoyo a los estadounidenses, en tal oportunidad, por parte de los mambises -los combatientes cubanos alzados en armas en contra España para lograr su independencia- fue primordial.
Luego de los sucesos señalados, el 13 de julio se entrevistaron los mandos de Estados Unidos y España con el objetivo de concertar la rendición del colonialismo ibérico. Los documentos con los cuales se dio por terminada la guerra se firmaron el 16 de julio de 1898.
Como colofón de todos estos acontecimientos, el 10 de diciembre de 1898 fue firmado el Tratado de París -celebrado en tal ciudad- entre los Estados Unidos de Norteamérica y España, por medio del cual se daba por terminada la dominación colonial ibérica en América. En dicho tratado se determinó que Cuba y Puerto Rico -situadas en el mar Caribe- así como las Filipinas y las Islas Guam -ubicadas en el océano Pacífico- serían traspasadas a dominio estadounidense, lo que en efecto aconteció el 1 de enero de 1899.
Así pues, el hundimiento del Maine -evento ocurrido hace 120 años- precipitó las circunstancias para que España perdiera sus últimas colonias en nuestro continente, todo ello en medio de una situación de crisis interna en la metrópoli. Esta circunstancia impidió que el pueblo español supiera el detalle de los acontecimientos que he descrito y los entretelones del fin de su imperio en América.