La paz se vuelve un sueño imposible para Siria

Civiles intentan escapar de un bombardeo de las fuerzas gubernamentales en Jisreen, Foto: AFP

Civiles intentan escapar de un bombardeo de las fuerzas gubernamentales en Jisreen, Foto: AFP

Civiles intentan escapar de un bombardeo de las fuerzas gubernamentales en Jisreen, Foto: AFP

Si para ilustrar este artículo se utilizaran fotografías del conflicto sirio del 2013 y no del recrudecimiento de la violencia en ese país durante las últimas semanas, es muy posible que nadie hubiese notado la diferencia. La iconografía de violencia y destrucción que ha llegado a través de las agencias de noticias casi no ha variado en estos siete años de carnicería; la información coyuntural en los altos círculos de gobierno y diplomáticos cambia en hechos, enclaves y actores, pero las escenas de dolor de la población civil son las mismas.

Durante este tiempo el Estado Islámico (EI) ha sido removido de sus principales asentamientos, y los rebeldes que buscaban sacar del poder a Bashar Al Asad se han visto reducidos luego de este tiempo a células confinadas a mínimos espacios de terreno. Entonces, ¿por qué muchos estudiosos consideran que la guerra en Siria escapa a todos los intentos de resolución, y que todavía puede seguir por años?

Este jueves, Ben Hubbard y Jugal K. Patel escribieron para la versión digital del diario The New York Times que ya no hay un solo punto de quiebre sino tres grandes conflictos interrelacionados que ocurren al mismo tiempo. Todo esto con 13 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria, seis millones de personas que han abandonado ese país y continuos reportes -como los de la ONG Save the Children- de miles de niños hambrientos y atrapados bajo los bombardeos como telón de fondo.

El primer problema es el círculo vicioso que rodea al régimen de Al Asad. Los rebeldes nunca consiguieron establecer un liderazgo unificado, y sus patrocinadores internacionales -incluyendo a Estados Unidos- han ido disminuyendo su apoyo, mientras quienes apoyan desde afuera al Gobierno aumentaron el suyo. De este modo, los opositores se quedaron con muy pocos bastiones, por lo que ahora ya no hay nadie que desee o sea capaz de derrocar al Presidente.

Pero las fuerzas del Régimen están muy mermadas, por lo que se le vuelve cuesta arriba manejar todo el territorio por sí solo. Las milicias que están a su favor pueden matar rebeldes, pero no recomponer la gobernabilidad. Incluso en las áreas que están bajo su control, aliados extranjeros como Irán y Rusia tienen un mayor control que las autoridades nacionales. Eso sin contar con que el saldo de 340 000 muertos desde el 2011 y las ciudades arrasadas también le pasan factura: se han quedado prácticamente sin materia prima para reunificar a la nación.

El segundo conflicto es la amenaza mermada, pero no desaparecida, del EI. Las fuerzas kurdas, apoyadas por EE.UU., junto con las tropas de Damasco y Moscú, lograron sacar a los yihadistas de su capital de facto en Siria, Raqqa. Sus dominios ahora se extienden apenas a una estrecha banda de territorio en la frontera este de Siria. Sin embargo, hay muchos militantes escondidos en el desierto, listos para reaparecer en ataques sorpresa para desestabilizar a las estructuras del Gobierno.

Y la tercera arista en este rompecabezas de la guerra ya tiene que ver con intervención extranjera. Turquía se ha sentido amenazada por la milicia surgida de la minoría kurda en Siria, que de a poco ha buscado establecer un pequeño estado de facto junto a la frontera sirio-turca en medio del caos de la guerra civil. El mes pasado, Turquía atacó el enclave kurdo de Afrin, aduciendo que buscaba células terroristas.

El control de los kurdos de parte del territorio en el norte sirio se vuelve una complicación más para cualquier resolución definitiva, porque el presidente Al Asad no lo aceptará a largo plazo. Eso sin contar con que Ankara no descarta nuevos bombardeos en zonas donde los kurdos han recibido apoyo estadounidense para batallar contra el EI, una acción que podría generar roces entre esos aliados que, en el papel, son las que buscan un punto final definitivo a la guerra.

Diplomacia estancada
El editorial del pasado viernes del diario británico The Guardian fue cortante: el sufrimiento crece en Siria y es como si el mundo mirase a otra parte. Parece un ciclo sin fin: las noticias de bombardeos como los de los últimos días en Guta Oriental (cerca de Damasco), que han dejado 240 muertos y 400 000 personas hacinadas en albergues improvisados, en pésimas condiciones, coinciden con un nuevo pedido de la ONU de una tregua general de un mes, con la finalidad de llevar un poco de alivio humanitario. En el camino, cientos de pacientes en estado crítico que necesitan tratamiento urgente seguramente no lo recibirán a tiempo.

La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas investiga las denuncias respecto a la utilización de cloro contra civiles por parte del Gobierno. Mientras tanto, el mediador que nombró Naciones Unidas para Siria, Staffan de Mistura, mantiene continuas reuniones en Ginebra, para formar comisiones y redactar acuerdos, cuyos frutos no han sido hasta ahora visibles.

Y en otros puntos del mundo, los líderes continúan difiriendo sobre quién debe hacer qué. El presidente francés Emmanuel Macron, por ejemplo, pidió a su homólogo ruso Vladimir Putin aprovechar su buena estrella con Al Asad para frenar una degradación a la que nadie sabe ponerle fin.

Washington, que desde la administración Obama se ha mostrado reacio a que Siria se convierta en su nueva Iraq o Afganistán, analiza desde el Pentágono a modernizar su arsenal bélico, pensando en mandar un mensaje de poder a Corea del Norte, China y Rusia más que en la amenaza terrorista en Oriente Medio. Así, esta guerra sin fin en Siria se convierte también en otro escenario para ventilar diferencias y rivalidades entre potencias.

Occidente seguirá recibiendo los mismos reportes y fotos de dolor y destrucción. ¿Por cuánto tiempo? Nadie sabe...

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