Desconsuelo: La impronta del mundo de Ishiguro

Andrew Garfield (derecha) es uno de los protagonistas de la adaptación de ‘Nunca me abandones’.

Andrew Garfield (derecha) es uno de los protagonistas de la adaptación de ‘Nunca me abandones’.

Andrew Garfield (derecha) es uno de los protagonistas de la adaptación de ‘Nunca me abandones’.

La tristeza es uno de los elementos centrales de su estética narrativa. Los personajes que transitan por sus historias, la mayoría contadas en primera persona, son seres que viven en constante angustia, aflicción y desconsuelo.

Está Stevens, el mayordomo de ‘Los restos del día’, que esconde sus aflicciones detrás de la entrega desmedida a su trabajo; están los niños de ‘Nunca me abandones’, que sufren la angustia de un vida sin futuro; y está Ryder, el protagonista de ‘Los inconsolables’, quizás el más triste de sus personajes.

Con ‘Los inconsolables’ (1995), Kasuo Ishiguro marcó un quiebre en su producción literaria. Pasó del mundo realista de ‘Pálida luz en la colinas’ (1982), ‘Un artista del mundo flotante’ (1986) y ‘Los restos del día’ (1989) a uno más onírico y surrealista.

En ‘Los inconsolables’, la tristeza que evocan sus personajes está matizada por una dosis bien administrada de comedia y humor negro.

Kazuo Ishiguro

Ryder es un pianista que llega a una ciudad de Europa Central para dar un concierto. Ante la pérdida de su programa se ve inmerso, sin quererlo, en la vida de las personas que lo rodean, gente que lo considera el pianista más importante del momento y su ‘mesías’.

Que Ryder, el encargado de proporcionar certezas a los habitantes de esta ciudad, sea pianista y no un intelectual o un político no es una casualidad. A más de querer evitar comparaciones con hechos históricos sucedidos a mediados de los noventa, Ishiguro quiso darle espacio a otra de sus pasiones, la música.

El Nobel de Literatura más reciente es músico y amante del jazz. Antes de dedicarse a escribir novelas se apasionó por la escritura de letras de canciones. Desde hace varios años, lo que era un pasatiempo se ha convertido en parte de su trabajo artístico.

La anécdota es la siguiente: en una entrevista de radio nombró a una de sus cantantes favoritas, la estadounidense Stacey Kent, quien por casualidad lo estaba escuchando. Días más tarde, la jazzista lo llamó para decirle que ella también era una de las admiradoras de sus novelas.

Kent, al igual que muchos de sus lectores, también se sintió conmovida por la tristeza que envolvía a los personajes de sus novelas. Esa tristeza y desolación que también está impregnada en Sophie y Boris, la madre y el niño que aparecen en la vida de Ryder, en su periplo por esta ciudad europea.

El encuentro de estos personajes es el acontecimiento que abre la puerta al mundo onírico que Ishiguro crea en esta novela. A través de sus diálogos comienza un juego narrativo que rompe con la linealidad de la historia, un hecho que invita al lector a cuestionarse si Ryder ya había estado antes en la vida de Sophie y de Boris o si al igual que la Alicia de Lewis Carroll cayó en las profundidades de un agujero.

El desconsuelo de los personajes de esta historia no es gratuita, la tristeza que los embarga tiene un origen común: sus reflexiones sobre el paso del tiempo y la imposibilidad de recuperar lo perdido. Ishiguro, con la música como metáfora, aborda varios de los problemas más acuciantes del mundo contemporáneo, como la facilidad con la que los seres humanos podemos desperdiciar la vida, o el poco tino que tenemos para comunicarnos y convivir con los demás.

Luis Magrinyá,
escritor y traductor español, dijo en una nota de El País que los personajes de Ishiguro están dotados de una capacidad para no decir. “Eso los obliga continuamente a la digresión, al circunloquio, a la corrección, a todas las estrategias concebidas para no ofender a nadie, ni si­quiera a uno mismo, y facilitar la co­hesión social”.

Ryder y el resto de personajes de esta novela están acostumbrados a romper el hilo de sus diálogos y a introducirse en historias que en apariencia no tienen nada que ver con lo que querían decir al inicio.

En ‘Los inconsolables’ también está presente esa capacidad que ha tenido Ishiguro, desde los años ochenta, para crear historias cargadas de una visualidad cinematográfica, que ha seducido a directores como James Ivory, quien realizó una adaptación de ‘Los restos del día’, una cinta protagonizada por Anthony Hopkins (fue candidata a ocho Premios Oscar en 1994); y al director Mark Romanek a dirigir una adaptación de ‘Nunca me abandones’, un filme dis­ponible en Netflix.

Aunque Ishiguro nació en Japón (vive en Inglaterra desde que era niño), queda claro que su literatura, incluida ‘Los inconsolables’ nunca pretendió acercarse hacia el mundo tradicional de autores como Junichiro Tanizaki, Kenzaburo Oe o Yukio Mishima, peor aún al pop literario de Haruki Murakami, un escritor con el que en teoría es más cercano por ser contemporáneos.

En un pasaje de la novela, Ryder conversa con un joven pianista que busca redimirse con sus padres luego de que salieran decepcionados de una de sus presentaciones. Busca que el ‘mesías’ lo ayude a encontrar la perfección en su ejecución. “Pienso -le dice Ryder- que tus padres han sido injustos contigo en lo relativo a tu modo de tocar el piano. Mi consejo es que trates de disfrutar cuanto puedas tocándolo, que obtengas de ello satisfacción y sentido, con independencia de lo que ellos piensen”.

El llamado que hace Ryder al joven pianista es similar al que hace -a través de juegos metafóricos- Kasuo Ishiguro a sus lectores en ‘Los inconsolables’: el tiempo para los seres humanos es finito y a veces perderlo puede ser un despropósito y una de las cosas más desconsoladoras de la vida.

Kazuo Ishiguro
Nació en Japón, en 1954. Desde los 6 años vive en Londres (Inglaterra). Estudió Filosofía en la Universidad de Kent. Es amante del jazz. Tiene un máster en Escritura Creativa por la Universidad de East Anglia. Entre sus obras más populares están ‘Los restos del día’ y ‘Nunca me abandones’. Entre sus reconocimientos más importantes están el Premio Whitbread, el Premio Booker y Premio Nobel de Literatura.

Suplementos digitales