El río Limón forma dos piscinas naturales al pie de la comunidad shuar de Bucay. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
El brebaje de ayahuasca trajo la revelación. Francisco Wizuma, el chamán de la comunidad shuar del recinto Río Limón del cantón Bucay, vio a su nieto Fernando convertirse en su sucesor. Antes de morir le heredó su sabiduría, que ahora se refugia en una mítica cabaña a orillas de un caudal.
Los sonidos del bosque húmedo que rodea a la aldea se cuelan por las hendijas de caña y la brisa susurra entre las hojas de bijao que entretejen la cubierta. La tenue luz de las velas deja ver entre sombras los frascos de las pócimas, preparadas con más de 15 hierbas sacadas de la montaña.
“Mi abuelo murió a los 115 años y antes me llevó al bosque para enseñarme las plantas curativas y cómo armar el shishinki -el abanico de hierbas para las limpias-. Todo secreto está en la naturaleza”.
En los últimos 30 años, él ha sido el tsuakaratin -curandero- de la comunidad, asentada en las cercanías del bosque húmedo nublado La Esperanza, a unos 5 kilómetros del centro poblado de Bucay, en Guayas. En este territorio de la Costa, sus ancestros hicieron brotar las raíces que trajeron desde la Amazonía.
Esa conexión con su pasado permanece viva en el ajar shuar o huerto. Es un sendero que bordea las pozas de agua cristalina de la comuna, donde nacen plantas curativas, utilitarias y para su gastronomía.
Los sabores del bosque en las recetas ancestralesDel huerto obtienen los ingredientes para preparar ayampacos, chichas y otras bebidas.
“Aquí crece la guayusa, que se prepara para los nervios. También tenemos la yuca para la chicha, el bijao para preparar los ayampacos y la ayahuasca, para ver el futuro. Mi padre vivió 129 años gracias a esta planta y murió como el cacique de la comunidad”, cuenta Máximo López, mientras evoca la historia de su pueblo.
La leyenda narra que salieron de Morona Santiago en 1830. Yakum, un valiente guerrero, quiso buscar paz para los suyos. Entonces partió con sus hijos Natse, Etsa y 30 familias para atravesar Los Andes. En 1910 se radicaron en Bucay.
“Cuando llegaron, vieron ríos cristalinos, la flora y la fauna. El shuar vive de la caza y pesca, y encontró en este bosque su hogar”, dice Federico Calle a un grupo de turistas.
Al menos siete generaciones han crecido como las plantas de su huerto, en este recinto de la Costa. Una parte de las 46 familias que viven aquí se dedica al turismo comunitario, para transmitir con orgullo sus costumbres y mantenerlas vivas.
Los fines de semana usan sus trajes, se atavían con pulseras y collares elaborados con semillas, encienden los fogones para preparar su comida típica y sacan sus lanzas de madera para las danzas rituales.
Los recorridos empiezan con una bienvenida en la cabaña ceremonial. El aroma del huerto conduce a los visitantes por sus senderos, que también llevan a los balnearios naturales que nacen en las cascadas en las montañas.
En lo profundo del bosque hay guayacanes, laureles, matapalos y helechos gigantes. Entre sus ramas revolotean tucanes, loros, gallos de peña, carpinteros y pavas de monte. La hojarasca que recubre el suelo oculta las huellas de guatusa, guantas, tigrillos y osos hormigueros.
Los anants del chamán Wizuma exaltan a la naturaleza. Son cánticos sagrados que entona para sus rituales con ayahuasca, aquella infusión que le permitió a una de sus hermanas ver lo que pasaría en Río Limón. “Aquí no había nada, ni siquiera teníamos luz. Pero a ella la ayahuasca le reveló un carretero y mucha gente que nos visitaba”.