Milagros realiza ejercicios motrices con su madre, en la Escuela Manuela Espejo. Foto: Mario Faustos/EL COMERCIO
Milagros está concentrada. Debe llenar un cajón con fichas de colores y lo hace lentamente, una por una, hasta completar cada cubículo con la ayuda de su mamá, Luisana Sedamanos. El movimiento se refleja en los enormes lentes que cubren parte de sus rosadas mejillas.
La caja de madera reposa sobre sus piernas, que descansan en una pequeña silla de ruedas. La niña de 7 años recibe clases en la Unidad Educativa Especializada Manuela Espejo, en Guayaquil. Ella es parte de los 62 431 niños y adolescentes, de entre 3 y 17 años, que tienen discapacidad y que asisten a centros educativos en el país.
El ministro de Educación, Augusto Espinosa, explica que son 80 368 los menores en edad escolar que tienen alguna discapacidad. Sin embargo, el 22% aún no asiste a clases. “Todavía 17 937 personas no han sido atendidas. Hay que buscar los mecanismos para que se incorporen hasta el 2017”, indicó.
En los 140 distritos educativos que tiene el país, existen las Unidades Distritales de Apoyo a la Inclusión (UDAI). Estas unidades se encargan de las valoraciones y de definir el tipo de plantel educativo al que debe asistir el alumno. En algunos casos los estudiantes son derivados a planteles de educación regular; en otros, a planteles educativos con metodologías especializadas.
Esa es la atención que oferta la unidad Manuela Espejo, que acoge a 340 alumnos, en dos jornadas. Junto a las aulas de clases funciona también una sala de terapias. Según el horario, a más de materias, los alumnos reciben tratamientos.
Emily tiene parálisis cerebral infantil y a sus 7 años está a punto de caminar gracias a ejercicios continuos. Ángel, en cambio, ya lo logró. Lo hace de la mano de su terapista, Magda Jiménez, y de su mamá, Jessica Morales. Jesús también da cortos pasos junto a su madre, Gladys Alay. Así ha podido escalar cada peldaño de una pequeña escalera de madera.
“La evolución es evidente. Y, mientras más temprana sea la intervención, los resultados son mejores”, afirma Jiménez.
Juan, Milka, Joel y Angelo son un ejemplo. Están en primero de bachillerato y parte de su currículo se desarrolla en el aula-hogar, un modelo casa donde cocinan, preparan la mesa y limpian bajo la supervisión de las maestras Diana Díaz y Lucila Carvajal. “Aquí los entrenamos para que, en el futuro, sean integrados laboralmente”, explica Díaz.
En Ecuador hay 150 instituciones públicas y privadas que atienden, exclusivamente, a alumnos con necesidades educativas especiales. Para el 2016, asegura el Ministro, la meta es contar con al menos un establecimiento fiscal por cada distrito. “En este momento tenemos 98 planteles fiscales”.
En inclusión educativa también hay adelantos. De las
14 000 instituciones del país, 7 317 han matriculado a estudiantes con alguna discapacidad. “El objetivo es que todos los planteles sean inclusivos. Y para lograrlo hay que preparar a los docentes”, dice Espinosa.
En el primer trimestre del próximo año se espera que
1 200 educadores concluyan sus maestrías en atención de necesidades educativas especiales. El Ministerio además espera llegar a todos los docentes con talleres de sensibilización.
Jacqueline Salazar es psicopedagoga de la Unidad Manuela Espejo. Cuando sus 12 alumnos terminan las sesiones de terapia física, de lenguaje y ocupacional -entre ellos Milagros-, se encarga de darles Lógica Matemática, Lenguaje y otras materias.
“Son clases regulares, solo que con adaptaciones curriculares, diferentes técnicas. Por ejemplo, podemos explotar el área sensorial de los niños, una técnica que les ayuda a interiorizar conocimientos”.
Rasgando papel, tocando figuras geométricas, siguiendo con sus dedos la forma de las letras… Así, pronto Milagros aprenderá a escribir su nombre sin dificultades.