A lo largo del día, los brazos de Amanda Vaca parecen multiplicarse para cumplir con todas las tareas que la pandemia por covid-19 le deja. Se ha convertido en una especie de ‘mamá pulpo’.
A las 05:30 empieza su jornada. La mujer, de 31 años, baja al primer piso de su casa y se sienta frente a su ‘laptop’ para preparar informes que debe enviar antes de las 08:00.
Desde que teletrabaja, no sabe de horarios. Antes en la oficina estaba de 08:30 a 17:30, luego de que sus hijos Andrés y Valentina se fueran a la escuela. Pero hace más de un año todo se trasladó al hogar, así que la jornada laboral de la comunicadora se extiende, de manera intermitente, hasta la noche.
Tras enviar informes, que le toman una hora, Amanda adelanta trabajo hasta las 07:00, hora de despertar para sus clases a Andrés, de 12, que empiezan 40 minutos después. Le prepara el desayuno y ve que se conecte a las plataformas.
Mientras el trabajo sigue en pausa, Amanda levanta a Valentina. A la pequeña de 4 años le cuesta abrir los ojos. “No me dejan dormir”, se queja. La madre debe cambiarle de ropa, peinarle y darle de comer en la boca; está lista a las 09:00.
Hasta entonces Amanda no puede retomar al 100% el trabajo, aunque no se despega del celular. Lo revisa, responde mensajes, manda notas de voz a sus compañeros y su mente parece estar dividida en dos: mamá y profesional.
Pone el celular sobre un soporte y se sienta en el comedor junto a la niña, que oye instrucciones de la maestra, al otro lado de la pantalla. “Es imposible dejarla sola con témperas, plastilina y otros materiales”.
Cuenta que una ocasión la dejó sola en su clase de inicial dos. No atendió y se puso a pintar la cara de su perro, Coco.
Por segundo año consecutivo, las madres celebran hoy su día en medio del confinamiento. Amanda solo espera descansar un poco este día.
Lo dice mientras ayuda a Valentina a dibujar el número siete; y corre a su ‘laptop’, junto al comedor. Tiene varias pestañas abiertas en la pantalla, que cambia cada tanto, al tiempo que le pide atender a clases.
La escena se repite hasta las 11:00. En ese lapso además sube al cuarto de Andrés, para supervisarlo. “A veces se aburre y se desconecta de la escuela”. Hay días en que Valentina no se conecta, pues su madre está a ‘full’ y no puede ayudarla y debe justificar su ausencia.
Al terminar las clases es tiempo de cocinar. Pone arroz y agua en una olla sobre la hornilla encendida y vuelve a su portátil. Tiene una reunión mientras el arroz se cocina.
De repente se oyen los gritos de Valentina en el segundo piso. Pide ayuda para ir al baño. Pero no puede ausentarse de la reunión. Apaga el micrófono y la cámara y solicita apoyo al hermano mayor.
Minutos después, Valentina baja. “Mami, tengo hambre”. Ella va a la cocina por fruta. Eso y unas galletas le salvan, los chicos comen todo el tiempo.
Es hora del almuerzo y de una nueva pausa laboral, para seguir de madre y ama de casa.
El arroz está listo; abre una lata de atún, cocina fideos y mezcla todo con mayonesa. Andrés come solo y ella se estira desde su puesto de labor para darle cucharadas a la niña. “Necesito que coman”.
En ocasiones, confiesa la madre, pasadas las 14:00, se da cuenta de que no preparó nada. Entonces pide comida a domicilio. Rara vez, dice, le alcanza el tiempo para preparar menestra o seco de pollo.
Después de comer, los niños suben a sus habitaciones y la madre almuerza frente a su computadora, mientras trabaja por unos minutos. Luego ayuda a sus niños a completar las tareas. A Andrés le apoya en matemáticas, aunque admite que es pésima para esa materia. Busca datos en Internet para entender y explicarle a su hijo. A Valentina le ayuda a aprender canciones para luego grabar un video, a las 17:00.
Entonces Amanda puede sentarse a trabajar sin otras tareas obligatorias de por medio. Nuevamente la voz de Valentina: “mami, ponme un video”. La madre sube y le ayuda.
No son las únicas demandas de los chicos, cuenta. A veces está en reunión y se ponen a pelear o la niña baja llorando porque se lastimó por traviesa. No puedo vigilarlos todo el tiempo. A veces la cargo en plena reunión y ven que está llorando, ¿qué puedo hacer?”.
Entrada la noche, Amanda alcanza a terminar las tareas esenciales de su profesión y les da a los niños leche, pan o algo liviano como merienda.
Los acuesta y luego termina tareas pendientes o adelanta cosas de la oficina. Alas 23:00 la jornada termina.
La madre se acuesta y en el poco tiempo que le queda antes de dormir intenta ver una película o una serie. Es el único momento para ella desde que empezó la pandemia. “Antes iba al gimnasio o a trotar, pero ya no tengo tiempo para mí. Ahora todo gira alrededor de mis hijos, el trabajo y la casa”.